Jálame, jálame mucho; por Simón Boccanegra
Se está acentuando el torneo de jaladera de bolas. Después de la desopilante jornada hípica en el Hipódromo de Santa Rita, la semana pasada, donde ocho carreras tuvieron como premio copas que llevaban los nombres de varios generales como Acosta Carles, Cruz Weffer, Gutiérrez y otros heroicos paladines de esta «revolución» de cartón piedra, le ha tocado el turno a la Unellez, la universidad barinesa. El Consejo Universitario de esta casa de estudios resolvió conceder el doctorado honoris causa al hijo preclaro de Sabaneta. El honoris causa es un doctorado que se suele otorgar hacia el final de las vidas de hombres ilustres, cuando sus méritos están ya fuera de toda discusión y casi no hay riesgo de que la caguen. Dar ese galardón a un político en plena faena, cuando aún la historia no ha dado su veredicto y sus actos son más que controversiales y sus méritos, si los tuviere, son objeto de feroces polémicas, no puede ser otra cosa que un gesto de suprema adulancia, que debe sublevar los espíritus. El signo más protuberante de la degradación de un proceso político, revolucionario o no, es el de la aparición de la abyección entre los seguidores.
Cuando estos comienzan a arrastrarse ante el jefe y a halagarlo servilmente es porque la llama que inicialmente ardió ya se apagó. El jefe que no detiene ese proceso ya también tiene el alma enferma. Suele suceder en los regímenes personalistas y autoritarios.