“Jalisco nunca pierde”, por Tulio Ramírez
Confieso que buena parte de mi infancia la pasé viendo películas mexicanas. Mi padre, hombre nacido en los años 30 era un furibundo admirador del cine azteca. Pedro Infante, Jorge Negrete, Luís Aguilar, El Indio Fernández, Miguel Aceves Mejías, Dolores del Río, Marga López, Arturo de Córdova y la argentina Libertad Lamarque eran habituales invitados a nuestra casa.
Nuestro pequeño televisor, un Admiral en blanco y negro comprado a crédito en la tienda Van de Los Ruices, se convertía en el centro de nuestra atención los domingos a las 8 de la noche. Era el horario de Cine Mexicano, programa transmitido por el canal 8 (CVTV), para ese momento un canal muy popular en Venezuela.
Toda la familia se agolpaba alrededor del televisor. La cena era servida a las 7:00 pm, cosa que diera tiempo de hacer los ajustes necesarios ya que éramos 4 hijos, más papá y mamá, y solo había un sofá donde cabían 2 personas, una mecedora vieja (que nunca la vi nueva) y un banquito de madera. Papá, mamá y mi hermanita menor tenían asegurado el sofá, el resto tenía que rifarse la mecedora y el banquito. El perdedor no solo tenía que ver la película desde el suelo sino que también fregaba.
Recuerdo que la mayoría de las películas que pasaban eran dramáticas, las protagonizadas por Cantinflas, Tin Tan, Viruta y Capulina o el Santo, estaban reservadas para el Cine. En las películas que veíamos, el protagonista siempre terminaba empatado con Lupita o como quiera que se llamase la protagonista. Por supuesto, después de pasar un mar de humillaciones, malos entendidos o discriminaciones por culpa de la pobreza, bien sea la de ella o la de él. Quizás por ello nos sentíamos tan identificados.
Éramos unos niños, el mayor no llegaba a los 9 años. Vivíamos en una casa de vecindad en el Barrio Las Brisas en Petare. Nuestro espacio vital estaba conformado por una cocina, un dormitorio, una salita y un baño compartido con el resto de los vecinos, unas 5 familias.
El patio de la vecindad era el lugar de encuentro para colgar la ropa e intercambiar con los vecinos. Nos sentíamos viviendo en el set de una película mexicana.
Para pasar el rato nos dedicábamos a identificar a los vecinos con algunos personajes de las películas mexicanas. Por ejemplo, el señor Gustavo del 1-C era «Pepe El Toro». Su franelita a rayas ceñida a sus fuertes brazos y su gorra de pintor lo ajustaban al personaje de Pedro Infante. La señora Guillermina, la abuelita de Carlos y Raúl, era nuestra Luisa García, personaje interpretado por la inolvidable Sara García en «Vuelven los García». Era muy fuerte de carácter y masticaba chimó. Tenía pintado el personaje en la frente.
Ni que decir de Rosita la del 3-B. Su belleza, juventud y bondad (cada vez que cobraba nos regalaba cilindros de chicles Fiesta), nos recordaba a Claudia la humilde mucama de «Nosotras las sirvientas», interpretada por Alma Rosa Aguirre. Rosita era mujer de servicio en una urbanización clase media cercana. Decían los vecinos que estuvo embarazada del hijo de sus patronos y por vergüenza había abortado. Nunca supimos la verdadera historia.
No podía faltar el señor Ramiro, el dueño de la vecindad. Era tan implacable con el cobro de los alquileres que la vecindad temblaba cuando anunciaba que iba a pasar a cobrar la renta. Se aseguraba que sin ayuda había desalojado por la fuerza a una familia entera cuyos hijos mayores eran boxeadores profesionales.
Era tan temible como aquel personaje llamado Don Clemente, el huraño y avaro dueño de la casa de vecindad del film del mismo nombre. Ese papel fue interpretado magistralmente por el gran actor Andrés Soler.
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Se preguntarán mis apreciados lectores ¿cómo es posible que en una situación tan delicada este bate quebrao se le ocurra escribir sobre el cine mexicano?. Trataré de responder a esa válida inquietud.
Los últimos acontecimientos me han traído a la memoria una de las películas mexicanas más emblemáticas. Me refiero a «Jalisco nunca pierde». Protagonizada por Pedro Armendáriz y filmada en 1933, este film exalta como un rasgo del temperamento de los jaliscienses, el empeño de lograr lo que se proponen a costa de lo que sea. La sabiduría popular le ha añadido a esa frase la siguiente coletilla, «y cuando pierde, arrebata». ¿Me explico?
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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