José Gregorio Hernández Cisneros-Beato venezolano, por Rafael A. Sanabria M.
A veces sentimos que lo que hacemos
es tan sólo una gota en el mar
pero el mar sería menos
si le falta una gota
Teresa de Calcuta
El médico de los pobres, así le llama la tradición oral venezolana, llegó a los altares, después de una larga lucha, de reunir milagros y de la fe inquebrantable de su pueblo. Previa revisión exhaustiva y comprobación del expediente iniciado en 1949, el papa Francisco emitió el decreto para que el venerable médico reciba la distinción de beato. Murió el 29 de junio de 1919.
José Gregorio Hernández cultivó tanto el conocimiento como el espíritu, eso le hizo humilde y con voluntad para el bien. En él, el hombre de fe es tan grande como el científico. Por eso tantos lo admiran más en su cualidad humana, de hombre bueno y prototipo del guía, del laico modelo. No tuvo apetitos económicos. Realizaba sus consultas diarias o a domicilio desinteresadamente, guiado por un doble interés: científico y humanitario.
José Gregorio Hernández Cisneros nace en Isnotú, estado Trujillo, hijo de Benigno Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros. Hizo sus estudios secundarios y universitarios en Caracas, egresando de Doctor en Medicina de la Universidad Central de Venezuela en 1888. Becado por el gobierno del presidente Juan Pablo Rojas Paul, se trasladó a Berlín y París, especializándose en Histología, Fisiología y Bacteriología, materias que enseñaría en la universidad a su regreso en 1891, divulgando las últimas técnicas de la medicina europea. En 1917 se trasladó a Estados Unidos, en un segundo viaje de estudios, después de abandonar la idea de retirarse a un monasterio.
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Es símbolo de la medicina venezolana. Entre nosotros se le considera, en justicia, como apóstol de la moral, que luchó por el imperio de los principios éticos en la conducta de los médicos.
Fundador de la Academia Nacional de Medicina. Entre sus numerosos trabajos científicos se destacan los referentes al número de glóbulos rojos, la nefritis en la fiebre amarilla, el tratamiento de la tuberculosis pulmonar y elementos de bacteriología.
En Ecuador, un familiar suyo por la rama de los Febres Cordero: Francisco Luis Florencio, llegó a los altares como el Hermano Miguel. Hijo de Francisco Febres Cordero y Ana Muñoz Cárdenas, nació en Cuenca, Ecuador, el 7 de noviembre de 1854 y murió en Premié del Mar, Barcelona de España, el 9 de febrero de 1910. Desarrolló su apostolado en la congregación de San Juan Bautista de la Salle, en Ecuador, Francia, Bélgica y España. El Hermano Miguel, santo de Ecuador, era de ascendencia venezolana pues su abuelo paterno era Joaquín Febres Cordero y Oberto, quien era hijo de Joaquín Francisco Febres Cordero e Isabel Oberto, nieto del Alférez Antonio Febres Cordero y Bernarda Pérez Padrón. Fundadores de la familia en Venezuela y terceros abuelos del santo ecuatoriano.
El primitivo asiento de la familia Febres Cordero fue la Provincia de Coro de donde se extendió a Maracaibo y Mérida. El Alférez Antonio Febres Cordero fue padre de once hijos. A más de Joaquín Francisco, ya nombrado, resalta María de la Cruz Febres Cordero que casó con José Gregorio Hernández y son los bisabuelos del hoy beato José Gregorio Hernández Cisneros.
En el humilde pueblo de El Consejo (Aragua), con orgullo, Doña María Victoria Díaz Cisneros de Madero mantuvo la tradición oral indicando que por la rama materna el hoy beato está emparentado con la familia Cisneros Mellado, fundada por Hermenegildo Cisneros y Juana Antonia Mellado, ellos padres de Margarita Cisneros Mellado que casó con José Rosalio Díaz Orta, de esta unión nacen: María Victoria (1883), Juana (1887), Petronila (1889), Pío Alberto (1891), Medardo (1893), Rosario del Buen Consejo (1896), Juan Bautista (1901) y Carmen Sótera Díaz Cisneros (1908). La familia Cisneros Mellado venía desde Nirgua huyendo de la Guerra Federal, se asentó en El Consejo a las postrimerías del siglo XIX. De esta parentela surgen las familias Madero Díaz, Padrón Madero, Madero Rodríguez, Madero Ramos, Madero Aponte Brito Díaz, Murga Madero, Navarro Madero, Mendoza Díaz, Alé Díaz y otros.
Grande es la satisfacción que nos cabe por este motivo, y no menos grande el compromiso que impone. El rayo de sol se extingue sin producir destello alguno en los cuerpos opacos. Tal así en los linajes: la luz que irradia la gloria y los altos merecimientos de los antecesores, no ilustra sino a quienes se hacen dignos de recibirla y reflejarla. Los luminosos blasones que el cielo concede no son para fomentar la vanidad sino las reglas de conducta y un estímulo para formar el carácter en la honradez y el decoro.
La presente centuria le conoce sencillo y ajeno a la mezquindad. Sirva el mensaje que nos dejó como lección que permita edificarnos espiritualmente y sobre todo entender que la santidad es posible si nos hacemos los más pequeños de la Tierra.