Jurassic World: Dominion, un espectáculo que le huye a las preguntas
¿Cómo sería un mundo en el que los humanos y los dinosaurios tuvieran que compartir espacios? ¿Cómo cambiarían las ciudades y los países enteros? ¿Cuál sería el impacto en el comportamiento de las sociedades? ¿Cómo sería la protección ante la alteración evidente de la cadena alimenticia? ¿Cuáles son los tejemanejes del mercado negro de ejemplares? Jurassic World: Dominion opta por no responder estas preguntas.
La película Jurassic World: Fallen Kingdom (2018) dejaba abierta la puerta para esas interrogantes. Todo un mundo posible a explorar en la secuela que eventualmente sería estrenada. Pero la decisión creativa tras la cinta que ahora dirige Colin Trevorrow. Por una parte, tomar un clon humano como ADN fundamental y, por otra, hacer un súper batido de escenas que ya hemos visto… ¡pero con dinosaurios!
En Jurassic World: Dominion pasa de todo y, al mismo tiempo, no pasa nada. Hay secuestros, negocios turbios, contrabando, juego de espías, tiroteos, persecuciones, aviones estrellados, posibles ahogamientos y peleas. Y allí están los dinosaurios, a veces como parte fundamental de las dinámicas, a veces como parte del decorado necesario para mantener el nombre en la marquesina.
El director Trevorrow vuelve a la silla que ocupó cuando reinició la franquicia en 2015 con la primera película de esta trilogía de secuelas del emblemático filme de Steven Spielberg de 1993 que, visto lo visto, se sigue erigiendo como la mejor de toda la saga. Encabeza un producto cinematográfico que abraza el exceso del espectáculo mientras se aleja del ya típico escenario de la selva tropical en una isla deshabitada donde los reptiles pregistóricos protagonizan un caos cuando todo lo que funcionaba relativamente bien comienza a funcionar relativamente mal.
Para ello, se toma una decisión fundamental: priorizar a los humanos. Durante casi dos horas y media, Jurassic World: Dominion nos introduce en una historia donde las bestias son parte del decorado -hasta hay un live action del logo de la franquicia-; elementos que la trama utiliza a conveniencia para avanzar en su desarrollo.
En esta entrega, los dinosaurios se han esparcido por todo el planeta y un millonario ejecutivo malvado, un evil Tim Cook interpretado por Campbell Scott pone la atención es en las modificaciones genéticas, los clones y las posibles ganancias de controlar especies a voluntad. Para evitar las consecuencias catastróficas para la humanidad volverán a juntarse los tres protagonistas de aquella película inicial, con un Jeff Goldblum que aprovecha un libreto cotufero para llenar la pantalla de carisma. El actor que da vida por cuarta vez a Ian Malcolm es quizá lo más refrescante de la apuesta, capaz hasta de mirar la trama con suspicacia estando dentro de ella.
La unión de ambas generaciones de personajes funciona, aunque no se le saca provecho. Unos queriendo salvar al mundo, otros buscando recatar y consolidar una familia. Los primeros se colarán en laboratorios secretos, guiarán una pesquisa llena de aventuras y reiniciarán un fuego histórico. Los segundos saldrán del exilio autoimpuesto sin intenciones de sumarse a tal campaña, sino forzados a participar de ella.
En Jurrassic World: Dominion no hay tiempo para preguntar por qué pasan las cosas, ni para absorber lo visto. En 1993 Spielberg decidió que luego del brutal ataque del impresionante T-Rex habría espacio para respirar y liberar la tensión, quizá con una sonrisa de alivio antes de volver a enfrentar una dentadura. La fórmula fue clave en la organización de las escenas de aquella Jurassic Park.
Trevorrow opta por llevar al espectador de escena en escena a toda velocidad, con un filme dedicado a que nadie quite los ojos de la pantalla. Y para eso usa muchos trucos, desde secuencias que parecen tomadas de las películas de Jason Bourne, pasando por escenas a lo Indiana Jones, con todo y riesgo de muerte por rescatar a un sombrero, hasta las intrigas de James Bond… ¡pero con dinosaurios!
Las referencias no se quedan solamente en giros de la historia sino también en personajes como la aviadora Kayla Watts, que es una suerte de Han Solo, pero negra y bisexual, muy bien interpretada por DeWanda Wise.
Jurassic Park: Dominion -que se prometió para junio 2021 pero se retrasó por la pandemia– llega a los cines para cerrar su trilogía y, se supone, que una saga completa luego de casi 30 años. Coincide así con la extinción de la emoción que en algún momento caracterizó el regreso de los dinosaurios al presente, que sin embargo encontró en la nostalgia un último bote salvavidas esta última década.
Porque ya la secuela de 1997 The Lost World que hacía de Ian Malcolm un héroe de acción, dirigida por el propio Steven Spielberg, tuvo menos impacto, peor desempeño ante la crítica y recaudó menos dinero. La tercera entrega recuperó a Alan Grant (Sam Neill) para encabezar la que fue considerada la peor de la saga. Pero la promesa que planteó Jurassic World y sus continuaciones no llega a cumplir expectativas, más allá de la espectacularidad.
Así que en vez de ocuparse de los huecos de guion cual mordida de Gigantosaurio, mejor difrutar del robusto show, mirar al «guacasaurio» sobre el hielo, y no recordar demasiado 1993, a Spielberg o a Michael Crichton. Después de todo, asistimos al final de estos dinosaurios y no por un asteroide, sino por el agotamiento de huirle a su propia evolución.
Jurassic World: Dominion
Director: Colin Trevorrow
Protagonistas: Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, Laura Dern, Jeff Goldblum y Sam Neill.
Género: Acción, aventura, ciencia ficción
Duración: 2 horas 27 minutos