La abstención no es una alternativa política, por José Rafael López P.

Algunos sectores de la oposición afirman, erróneamente, que participar en las elecciones del próximo 25/5 sería un acto inútil, una forma de legitimar el fraude electoral del 28 de julio, y una traición imperdonable a la memoria de nuestros mártires y presos políticos. Desde esa perspectiva, han propuesto la abstención como un mecanismo de rechazo al fraude consumado el 28/7.
Este llamado a la abstención no debería sorprender a nadie: muchos de los sectores que hoy lo promueven han sido, desde 2018, sus principales impulsores y defensores. Si bien nadie puede ignorar el monumental fraude del 28 de julio, no podemos quedarnos inmovilizados, anclados en esa fecha, y mucho menos renunciar a la ruta electoral sin una estrategia clara y viable de lucha y resistencia.
Renunciar a la vía electoral sería abandonar el terreno político y favorecer un escenario aún más desigual: el de la violencia, donde el autoritarismo tiene la hegemonía de las armas. El desafío no es rechazar la vía electoral por sus limitaciones, sino fortalecerla, convirtiendo cada elección en un acto de rebeldía, resistencia y acumulación de fuerza.
Además, es un error pensar que absteniéndose se deslegitima al régimen: los regímenes autoritarios, como el de Miraflores, no dependen de la legitimidad popular, sino del apoyo de las bayonetas. Aunque abstenerse puede expresar un malestar legítimo, en esencia no es una alternativa política que conducirá al desalojo del poder del autoritarismo.
Históricamente, la abstención no ha generado resultados políticos positivos. En las presidenciales de 2018, la mayoría opositora decidió no participar, facilitando así la cómoda reelección del inquilino de Miraflores. En las parlamentarias de 2020, la ausencia opositora permitió al oficialismo recuperar el control total de la Asamblea Nacional, perdiéndose así un espacio crucial de representación y una trinchera de resistencia frente al poder autoritario. Esa cadena de errores estratégicos tuvo consecuencias previsibles y costosas.
La oposición quedó sumida en un laberinto del que intentó salir creando estructuras institucionales paralelas –un Tribunal Supremo en el exilio y un gobierno interino inoperante– que terminaron por diluirse o desaparecer, al convertirse en cascarones vacíos, sin ningún valor político ni estratégico. Cabe preguntarse entonces: ¿qué ha logrado la oposición con la abstención? Nada, mientras el proyecto autoritario se ha fortalecido.
Contrariamente, la participación electoral –incluso en condiciones adversas como las impuestas por el CNE– ha permitido a la oposición obtener victorias significativas, como las parlamentarias de 2015 y, más recientemente, las del 28/7. Estos episodios demuestran que, aún en contextos difíciles, el voto puede convertirse en una herramienta disruptiva frente al poder autoritario. Sin embargo, es importante señalar que, en tiempos de dictadura, el voto mayoritario por sí solo no es suficientes para forzar a regímenes autoritarios como el de Maduro a respetar y reconocer su derrota en las urnas.
Es imperativo contar con un plan estratégico posterior al acto electoral, lo suficientemente efectivo y sólido, que permita contrarrestar la impronta antidemocrática del régimen forzándolo a reconocerlos. De lo contrario, se corre el riesgo de que los resultados electorales sean desconocidos, que la voluntad popular sea conculcada y que el régimen autoritario, en complicidad con las instituciones del Estado, como ocurrió el 28/7, se niegue a reconocerlos.
La disyuntiva «votar o no votar» es un falso dilema, promovido tanto por el poder autoritario como por la antipolítica de los abstencionistas. La verdadera pregunta es cómo construir una alternativa democrática capaz de disputar el poder.
Apostar por el voto en dictadura no es ingenuidad ni resignación y mucho menos traición: es reconocer que, en ausencia de alternativas viables, los mecanismos democráticos, aunque imperfectos, siguen siendo el camino para construir el cambio.
Es muy probable que amplios sectores de la oposición, frustrados, desalentados o siguiendo las directrices de María Corina y la Plataforma Unitaria, opten por la abstención, facilitando así el avance del proyecto autoritario. Gobernaciones, alcaldías, consejos legislativos y la Asamblea Nacional quedarán bajo control oficialista, permitiendo estol último la aprobación de la nefasta Reforma Constitucional cocinada en los cenáculos del PSU. En medio de este panorama de reconfiguración autoritaria en contra de la democracia liberal pluralista, la dirigencia opositora se refugia en gestos retóricos y fechas fosilizadas.
*Lea también: La disyuntiva opositora, por Gregorio Salazar
María Corina continuará reivindicando su victoria en las primarias y detallando las distintas fases del plan de «desalojo de Maduro del poder», mientras Edmundo proseguirá con sus extensas giras internacionales. Paralelamente, los ecos mediáticos de Miami seguirán celebrando las sanciones económicas y alimentando una narrativa fantasiosa basada en una inviable intervención militar estadounidense –el viejo síndrome cubano– o en una supuesta fractura inminente dentro del estamento militar.
El país pareciera sucumbir ante este nuevo asalto del fascismo bolivariano, un proyecto hegemónico y represivo que evoca las peores páginas del autoritarismo latinoamericano.
José Rafael López Padrino es Médico cirujano en la UNAM. Doctorado de la Clínica Mayo-Minnesota University.
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