La amnistía como castigo, por Teodoro Petkoff
Lo peor en los casos Simonovis, Forero, Vivas y los ocho agentes policiales, así como en el de Capriles Radonski, es el fariseísmo que empapa las decisiones que mantienen a unos en prisión y al otro sometido a un juicio que no termina nunca.
Negar la libertad a los comisarios y los agentes policiales con el argumento de que están vinculados a hechos de sangre obliga a recordar que el famoso Congresillo que siguió a la Constituyente dictó una ley de amnistía que favoreció a todos los militares golpistas del 4F y el 27N. Si en aquella oportunidad se hubiera aplicado el mismo criterio de los «hechos de sangre» toda esa gente estaría presa todavía.
Entre ambas asonadas hubo más de 160 muertos y se recuerda como particularmente crueles los asesinatos de los vigilantes desarmados del canal 8. Sin embargo, no fue así. Los golpistas se autoamnistiaron y amnistiaron, además, a quienes tenían causas pendientes desde los tiempos de la lucha armada en los años sesenta y setenta.
Privaron razones de conveniencia política. Por esto es tan repugnante la hipocresía que alude al argumento de la «impunidad» para justificar la decisión contra los presos. Pero, ya antes, los golpistas del 92 habían sido sobreseídos por los presidentes Pérez, Velásquez y Caldera, beneficiándose del sobreseimiento de Caldera el propio «héroe» del Museo Militar, actual presidente de la República. Fueron razones de conveniencia política, en el mejor sentido del concepto. ¿Cuál es éste? El de favorecer un mayor clima de concordia y el de contribuir a reconciliar tanto a la sociedad como a la propia institución armada. Se entiende, en el caso de amnistías, que los hechos cubiertos por éstas son de carácter político y, por tanto, no son delitos comunes sino derivados de momentos particulares, en ocasiones violentos, de la confrontación política. En esa situación se encuentran los policías castigados poor una amnistía que debería haberlos cubierto. Además, los delitos de que se acusa a los comisarios y a los agentes de la PM no han sido probados y el juicio se arrastra interminablemente desde hace tres años, probablemente para poder mantenerlos presos «legalmente».
De otro modo habría que ponerlos en libertad por evidente falta de pruebas. La perversa motivación de escribir la historia del 11A según Chávez es lo único que explica este particular ensañamiento.
Lo de Capriles Radonski no puede entenderse, a su vez, sino como una vergonzosa «ofrenda» al fidelismo. No hay otra manera de explicar este absurdo juicio que termina y vuelve a comenzar. Nunca había vivido la justicia venezolana tiempos más menguados, con jueces y magistrados tarifados, al servicio de la voluntad de Yo-El-Supremo.