La bandera en el Polo Norte, por Simón Boccanegra

Preguntado Edmond Hillary, el primero en hacerlo, por qué subió a esa montaña que en el lenguaje de la región se llama Chomolungma y que la toponimia occidental, heredada del colonialismo, insiste en denominar Everest, respondió lacónicamente: “Porque está ahí”. Supongo que esa es la única respuesta posible a esos retos que el ser humano se plantea contra sí mismo. ¿Por qué fueron esos muchachos nuestros, que ya coronaron las cumbres más altas del planeta, incluyendo el Chomolungma, al Polo Norte? Porque está allí. No competían con nadie, no buscaban nada material en esas glaciales soledades, simplemente fueron porque está allí. No demostraron nada como no sea cuán vivo es el fulgor de la chispa prometeica que inspira al ser humano a forzar sus propios límites —en todos los ámbitos, desde el político hasta el deportivo, pasando por todo cuanto es producto del milenario proceso civilizatorio. Hay también en la hazaña una vocación de universalismo que, no sé por qué, pienso que nos viene desde Miranda —el primero que nacido en esta tierra, supo que el mundo era mucho más ancho y abierto que nuestra estrecha comarca— y que dilata los horizontes del país, porque todos vivimos, así sea vicariamente, la emoción de poner la planta donde muy pocos, poquísimos, de los 6 mil millones de terrícolas, la han puesto.