La barra que no fue, por Simón Boccanegra
“Torcida” la llaman en Brasil, “hinchada” en España, aquí y en otros países le decimos “barra”. No están integradas por simples espectadores deportivos sino que conforman algo mucho más organizado de lo que la aparente frivolidad sugeriría. La barra de La Guaira, en el béisbol, es legendaria. No pocas veces la barra se transforma en un jugador adicional de los equipos que están en la cancha. La energía que viene de las tribunas puede resultar decisiva en el curso de un encuentro. Los cantos, las consignas, las “olas”, hacen de las tribunas parte del espectáculo. Eso fue lo que no se vio en San Cristóbal la noche inaugural de la Copa América. La afición más bulliciosa del fútbol nacional, la mejor barra nacional, la de los gochos, fue sacrificada en el altar de YoEl-Supremo. Expulsada de su propia casa, sustituida por activistas y empleados públicos arreados bajo amenaza, la fanaticada tachirense no pudo poner ese plusque todo equipo necesita, sobre todo cuando juega como local, para el agónico esfuerzo final. Entre los que no les importaba el fútbol y los que protestaron pasivamente, negándose a servir de comparsas, las tribunas de Pueblo Nuevo eran una nevera. Pero Chávez se montó en su avión con un suspiro de alivio: no lo habían pitado.