“La batalla por la paz” de Juan Manuel Santos, por Leandro Area
Pragmatismo con principios
Soy un venezolano, la identidad importa, que acaba de leer el libro más que autobiográfico de Juan Manuel Santos, “La Batalla por la Paz”, que pareciera escrito desde “el territorio en el que se suspende el juicio moral”, como nos dice en otro contexto Milan Kundera en su novela “Los Testamentos Olvidados” (1993), pero que he considerado útil traer por los cabellos y soltar aquí sobre el tapete para ayudarnos tal vez a imaginar la región-paradigma, el estado mental en el que Santos parece sentirse cómodo consigo mismo escribiendo su obra, blindado y anclado en una máxima en la que especifica, arropa y justifica su actuar político, “el pragmatismo con principios” como él mismo lo llama , especie de “todo se vale” o “el fin justifica los medios”, máxima atribuida esta última a Maquiavelo o a veces a Napoleón, que total qué importan ya tan barrocas comparaciones, precisiones y minucias sobre impagables derechos de autor.
El libro en cuestión del ex presidente de Colombia (2010-2018), Premio Nobel de la Paz (2016), Ministro de Defensa (2006-2009) durante el gobierno del presidente Uribe (2002-2010), su mentor y posteriormente, hasta el presente, archi enemigo jurado, versa sobre el largo, cruel y complejo proceso de más de 50 años durante los cuales se suceden, “nada se termina hasta que todo se termina”, y se siguen sucediendo, hechos de guerra y esfuerzos de conciliación en los que Colombia ha persistido con ahínco y sin tregua en la concreción de su sueño: La Paz.
La obra se enfoca en el relato y en las peripecias que hubo que sortear o inventarse o manipular para que ese proceso que él lideró y que tardó cuatro años, llevase por fin a la firma tan cuestionada de los acuerdos de paz con las FARC-EP. En tal sentido se narra una versión, la suya, cómo no, que según él mismo ha dicho a los medios, pretende dejar testimonio del conflicto armado con esa guerrilla, utilizando anécdotas y otros recursos expresivos, con la intención de dejar una pedagogía, lecciones dice, casi que una ciencia para lograr la paz y una gerencia que permita administrar conflictos en el mundo. Por supuesto se incluyen personajes y hechos del pasado que él manipula a su gusto e interés, quién no diríase, partiendo de la muy humilde conseja, que él se cree y acepta con fruición y a pié juntillas, según la cual la historia la escriben los vencedores.
El relato es extenso, 600 páginas, interesante, tedioso a veces, autobiográfico siempre, visceral y obsesivo aunque atemperado, piensa el autor, con la mención y presencia insistente de excelsa asesoría técnica internacional “de punta”, como para otorgarle justificación y autoridad académica a los excesos irrefrenables de su “yo”. En el libro lamentablemente no hay derecho a réplica ya que las versiones de esa historia no permiten cuestionamiento de aquellos a quienes adversa, “neutraliza” o dice amar. Sería demasiado pedirle al libro. Esperemos la versión de las FARC-EP, por ahora convertidas en el partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, de las víctimas, de los países vecinos o de la Historia tan prostituida Ella.
Es una narración jadeante, épica, cinematográfica diría, que parece grabada por el autor frente a su espejo al que le cuenta ciertas, tantas, hazañas. Libro en el que todos parecemos víctimas, y lo somos, de algún destino oprobioso, de maldades, errores y culpables, de post verdades y fake news, cien años de soledades porque sí, y que son, somos, o eliminadas o rescatadas de un virtual infierno dantesco por obra y gracia de su designio, de su clarividencia, liderazgo y guía. La narración que es homérica, he dicho épica también, donde por supuesto se necesita de un héroe, él mismo, de una heroína, La Paz, de la maldad representada según él en Uribe y Pastrana y otras alimañas, por cuya culpa se encuentra secuestrado el destino feliz del pueblo confinado en el castillo escondido en las intrincadas selvas de Colombia.
Libro además plagado de justificaciones, alfombras mágicas para evadirse y también esconder el polvo de lo que no se dice o se dice a medias o se miente o se olvida, con tal de dar la impresión y mostrar que todo fue bien hecho, “los resultados hablan por sí solos”, y que la guerra tiene una lógica, una racionalidad que nos obliga al pragmatismo con principios pero sin pañuelo en la nariz; y la paz o su búsqueda requiere asimismo de pragmatismo con principios, “los resultados hablan por sí solos”, muletilla que se repite textualmente como un eco pertinaz a lo largo de tantas páginas a las que solo les falta ser llevadas a la pantalla grande para convertirse en éxito mundial. Juguete de autor.
Plebiscito para qué
Hay dos temas que quiero resaltar de la lectura aunque el libro dé para muchos más, casi que para todo. El primero de ellos tiene que ver con la democracia, sus caminos y sus debilidades. En tal sentido el ex presidente Santos propuso a la Corte Constitucional colombiana la realización de un plebiscito con el fin de bajar un poco las tensiones políticas y sociales que rodeaban a la fase final del acuerdo antes de ser refrendado, para además con ello crear confianza en el país. La consulta ciudadana se realizó, según lo establece el artículo 7 de la Ley 134 (Ley estatutaria de los mecanismos de participación del pueblo), dejando como resultado el triunfo del NO por estrecho margen, sea dicho, frente a la opción del gobierno y la guerrilla.
En tal sentido afirmó Santos en entrevista de radio desde España, palabras más palabras menos, que se le había ido la mano de confianza y aprovechando que la Corte Constitucional había dejado una ventana abierta según la cual si se perdía el plebiscito se podían someter los acuerdos de paz, una vez revisados por las partes e incluidas las objeciones de rigor, ser debatidos y votados en el Congreso de la República. (Ver sentencias de la Corte Constitucional 01 y la C-379, ambas de 2016), y así se hizo, atropelladamente. El 30 de noviembre y 1° de diciembre de ese año. A juro.
A fin de cuentas el criterio que primó, “pragmatismo con principios” nuevamente, fue que por encima de cualquier otra consideración, nada ni nadie está por encima de la Constitución de la República de Colombia de 1991, que reza en su artículo 22 que “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Al día de hoy se sigue observando que en Colombia ese debate sobre democracia, plebiscito, representatividad y legalismo sigue en pie. Dice Santos en la obra comentada que estuvo a punto de renunciar, “…ahora me voy…” pero lo convencieron de que no. Así se salvó la Patria.
Unos detalles cronológicos que parecen saltos de garrocha
1) El 26 se septiembre de 2016 Santos y Timochenko firman en Cartagena, en acto babilónico con 2500 invitados, el acuerdo final de paz;
2) El 2 de octubre de 2016, como estaba previsto, se realiza el plebiscito con resultado negativo para el gobierno y las FARC-EP (50.21% a favor del No y 49.78% a favor del Si);
3) El 7 de octubre, cinco días después, apuradito, se le otorga el Premio Nobel de la Paz 2016 a Juan Manuel Santos, Presidente de Colombia. En el texto del veredicto, leído en Oslo por el Comité Noruego del Nobel, se afirma: “el hecho de que una mayoría de los votantes dijeron “No” al acuerdo de paz, no necesariamente quiere decir que el proceso de paz esté muerto. El problema no era un voto, un pro o contra la paz. Lo que rechazó el lado del “No” no fue el deseo de paz, sino un acuerdo de paz específico”, y agregaba el Comité: “… existe un peligro real de que el proceso de paz se interrumpa y que la guerra civil se reanude” ;
4) El 14 de noviembre de 2016 se pone a disposición del público el nuevo acuerdo final que según Santos incorpora, en más de un 90%, las objeciones y propuestas de los promotores del “NO” ;
5) El 24 de noviembre de 2016 se firma en el Teatro Colón de Bogotá en nuevo acuerdo final;
6) El 30 de noviembre y el 1° de diciembre de 2016, luego de haber esquivado el requisito del plebiscito y de haber encontrado la ventana que dejó abierta la Corte Constitucional, el Congreso, vía fast track, refrenda el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, con una extensión de 310 páginas. Así se firmó la paz;
7°) El 10 de diciembre recibe Santos y no Timochenko el Premio Nobel de La Paz en la ciudad de Oslo. ( Lo subrayo puesto que anteriormente lo habían recibido el binomio Mandela- De Klerk en Suráfrica en 1993 por poner fin al Apartheid ; posteriormente la trilogía Rabin- Peres-Arafat por alcanzar la paz en el Medio Oriente en 1994; y, luego en 1998 a la dupla Hume-Trimble por llevar la paz a Irlanda del Norte). ¿Por qué entonces a Timochenko no se lo entregaron?
¿La paz de Colombia a costa de la paz en Venezuela?
El segundo aspecto que quiero resaltar, para aquellos lectores que tal vez no estén al tanto del asunto y desde mi perspectiva de ciudadano venezolano que vive en un país arrasado, sin guerra declarada, paradójicamente poseedor de las mayores reservas de petróleo del mundo y que hasta hace 20 años era un país próspero dentro de las dificultades y respetuoso de los principios democráticos hasta donde la realidad crítica lo permitía, es que Venezuela, nosotros, fuimos la plataforma fundamental, no la única es verdad, sobre la que el gobierno de Santos logró todo el apoyo necesario, económico, político, territorial e ideológico para acompañar y facilitar al gobierno colombiano en el logro de su objetivo existencial que era, a cualquier precio, firmar la paz con la guerrilla de las FARC-EP mediante la participación militante del gobierno de Fidel Castro.
En 2010 Santos inauguró su mandato declarándose el mejor amigo de Chávez y creando con éste como parte y comparte, un negociado de intercambio de vanidades y contradicciones que se complementaban a través de un chantaje bilateral, dando y dando, a través del cual se dejó hacer y se dejaron pasar todas las fechorías cometidas por el gobierno del socialismo del siglo XXI a cambio de que se le abrieran las puertas de par en par de los hermanos Castro con quienes el difunto y ahora Maduro compartían y comparten el mar de la felicidad que parece se agota, y así darle mayores y francas oportunidades, diapasón internacional, al proyecto de paz con las FARC.
En buena medida uno de los elementos constitutivos de la crisis actual que vive Venezuela se consigue en ese silencio mudo, cómplice, no solo del gobierno de Colombia, que se sostuvo a cambio de ingentes beneficios hacia la figura del difunto. No solo culpa del gobierno colombiano, quede claro, sino de la estrepitosa complicidad internacional.
Yo me pregunto a todas éstas si los efectos perversos, malintencionados o no, que podía provocar la paz en Colombia bajo ese esquema tutelado por los Castro, en las condiciones antes mencionadas, sobre los vecinos por ejemplo, estuvieron alguna vez calculados o previstos o mencionados tan siquiera por alguna de esas lumbreras. Porque con tanto sabio experto consultado, planificadores, políticos, organizaciones internacionales, altos foros académicos (“las mejores universidades del mundo”), asesorías políticas y demás altezas mencionadas a boca llena en el libro de marras, no se puede entender que no haya habido alguien que advirtiera, denunciara, olfateado sabueso al menos, el cataclismo social que se estaba desarrollando en Venezuela ante los ojos indolentes del mundo.
Ahora millones de venezolanos en éxodo atraviesan o pasan hacia otras tierras a través de Colombia, que ya tarde, por recato, vergüenza, desquites políticos internos, alertas sociales y económicas encendidas, o verdadero sentimiento de hermandad que tanto agradecemos.
Nuestra hermana Colombia se ha convertido en la garganta principal por la que se expresa la comunidad internacional y los programas de la ayuda humanitaria que estando listos para servir a enfermos y hambrientos que aquí no llegan por orden de la dictadura. ¿No debieron tantos expertos, reitero, prever las consecuencias, los resultados de decisiones inapropiadas? ¿Todo es válido para el pragmatismo? ¿Lo importante es la eficiencia y el logro de los resultados a no importa qué precio?
Vienen a mi memoria dos obras y dos autores que se preguntan por estos temas fundamentales de la ética política, a saber: “Los justos”, de Albert Camus, y “Por el bien de la causa”, de Alexander Solzhenitzyn. ¿Se le olvidó a Santos reflexionar en capítulo aparte sobre las consecuencias de sus actos y la ética política? Pienso que no le convenía, eso es todo, pues se desmoronaría el castillo de naipes construido con justificaciones que hoy se derrumban.
Final
Una de las lecciones que deja la lectura de este libro es que no se debe ni puede hacer la paz a cualquier precio, menos aún a sabiendas que los resultados multiplicarán el número de víctimas. Porque la población de Venezuela se convirtió en buena medida en víctima inocente de ese proceso de paz.
La jugada final, ya la suerte estaba echada, fue lanzar por la borda al ahora innecesario compañero de viaje, Maduro, en disfraz de defensa de los derechos humanos y la democracia, la dignidad y toda esa parafernalia con la que se visten hasta los más perversos personajes.
Me acordé de unos versos inagotables de Cernuda: “Oh tierra de la muerte, dónde está tu victoria”.
Leandro Area Pereira