La batalla que falta, por Bernardino Herrera León
Twitter: @herreraleonber
Perdimos la batalla Venezuela. Hay que reconocerlo. Faltó poco para ganarla. Pero en los momentos cruciales, los dirigentes que estuvieron al frente eligieron la rendición, la derrota y el “sálvense quien pueda”.
Habíamos ganado las necesarias batallas parciales. La primera, la de la calle, cuando la ciudadanía logró arrebatar al chavismo el activismo público. Desde entonces, el chavismo comenzó a perder paulatinamente la batalla cultural. Su propaganda adoctrinadora perdía cada vez más influencia, obligándole a despilfarrar en su colosal maquinaria de medios y propaganda. Los orwellianos “ojitos de Chávez” invadieron al país, tratando de imponer su omnipresencia. Pero tampoco funcionó. Sus consignas se redujeron a copia de la retórica castrista. El “bloqueo” o la “guerra económica” como excusa ya no engañaba. El chavismo también perdió la batalla cultural en Venezuela.
Le seguiría la batalla electoral. El chavismo había construido un sofisticado sistema de fraude electoral. Para hacerla creíble cedía algunos “espacios”. Los obvios. Por ejemplo, la alcaldía de Chacao que siempre ganarían los candidatos no-chavistas. Porque de resultar ganador, estaría regalando la prueba inequívoca del fraude. Los tahúres que se respetan siempre dejan ganar un par de partidas a sus víctimas antes de estafarlas por completo.
Pero el chavismo confió tanto en su maquinaria fraudulenta que no percibió que su propia gente emitía señales de hastío. La primera fue la derrota en la reforma constitucional que más tarde impusieron de facto. El chavismo siguió, arrogante, alardeando de su invencibilidad electoral. Hasta la gran derrota de las parlamentarias de diciembre de 2015. La treta de abrir centros electorales en las misiones vivienda les salió muy mal. Perdieron en casi todas, hasta en Ciudad Caribia, la niña mimada de Chávez. El sector no-chavista se hizo con más de dos tercios del parlamento unicameral. Todo un acontecimiento, después de la muerte de Chávez.
Así que, derrotados en las calles, derrotados culturalmente, derrotados electoralmente, quedaban las dos derrotas definitivas: la derrota política y la derrota militar.
Tras conocer los resultados, el chavismo titubeó. Pensó en desconocer el triunfo opositor y mostrar su verdadero rostro. Ya había revelado estar dispuesto a todo, cuando ordenaron masacrar a los jóvenes en las protestas de calle. Pero declararse en dictadura abierta les resultaba más costoso en aislamiento internacional. A sus socios internacionales les resultaría incómodo respaldar un régimen tan podrido. Había que seguirlo perfumando. Así que optaron por permitir la instalación de un parlamento opositor, trazando nuevas estrategias para mantenerse en el poder.
Entonces la dirigencia opositora predominante optó por rendirse. La primera señal fue aceptar la exclusión de los diputados de Amazonas. “Doblarse para no partirse” fue la frase lapidaria de aquella primera piedra de capitulación vergonzosa. Pero siguieron muchas otras.
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Aquella dirigencia opositora contaba con suficientes pruebas para enjuiciar al chavismo. Por corrupción, por crímenes contra la humanidad, por traición a la patria. Sobraban los delitos. Sólo desalojaron algunos retratos de Chávez, para entusiasmar y dar esperanzas, mientras aceptaban la burda trampa chavista, la del referendo revocatorio frustrado. Los ciudadanos pagaron el error, al precio de una nueva lista negra, tipo Tascón.
En ese punto, el sector no-chavista se fractura. El chavismo hizo fiesta. Una parte opositora optó por cohabitar. Otra intentó con un nuevo Tribunal Supremo, cuyos miembros fueron apresados y deportados. Otros convocaron a la calle en gesta épica, que llamó “La Salida”. Fue una ilusión a lo Gene Sharp y la “Primavera Árabe”, que el chavismo no dudó en acribillar, sin ningún escrúpulo. Cárceles, torturas, abusos sexuales a los detenidos, “La Tumba”. El terror y la decepción se apoderó de lo poco que quedaba de la valentía democrática ciudadana.
Aquel 2017 fue un año de contrastes. Por un lado, la tragedia del genocidio, y por el otro, el espectáculo de la negociación. Luego de un referendo simbólico, aquella dirigencia opositora del parlamento pasó a la inacción. Durante el 2018, se sumergió en la catatonia. La de hacer nada que pudiera molestar al régimen chavista triunfal, con sus manos aún manchadas de sangre fresca.
Nada del revelador informe Montoya de la corrupción anunciado en 2016. Nada del saqueo del patrimonio. Menos de los expedientes en la Corte Penal Internacional. Nada de denunciar atrocidades. Nada fue el motivo de la dirigencia no chavista durante aquel año perdido.
En 2019, una parte opositora resucita. Sorpresivamente se gana una batalla política. El parlamento embiste con Juan Guaidó como Presidente Interino de la República. Con el reconocimiento de un puñado de países, se presentaba al fin la oportunidad de la batalla militar. La que desalojaría finalmente a la organización criminal chavista. Una presidencia que pudo convocar e invocar la ayuda militar humanitaria para expulsar a los asesinos usurpadores.
El presidente interino aceptó como viable la oferta de unos funcionarios chavistas, que ofrecieron desalojar a Maduro del poder, en abril de 2019. Fue otro engaño. En la trampa cayeron militares rebeldes y otros huyeron por las trochas. Extraño caso que aún permanece en la oscuridad informativa. Ni hablar del deprimente espectáculo de la ayuda humanitaria “Sí o sí” por las fronteras.
Rápidamente, la presidencia interina pierde capital ciudadano, mientras otra traición opositora, la de los alacranes, expulsa a Guaidó y seguidores del Palacio Federal. Los alacranes aportan legitimidad a las fraudulentas convocatorias electorales del chavismo.
A cambio de dádivas. Hoy son una “Alianza Democrática” y junto con la recién resucitada MUD son parte del teatro perfecto de “oposición dividida”, para hacer más creíble el fraude electoral chavista.
Hay que reconocerlo de una vez. Perdimos la batalla de Venezuela. Pero no hemos perdido la batalla cultural contra la ideología criminal que sustenta al chavismo y a sus franquicias en Iberoamérica, incluyendo a España cogobernada por Podemos. Estamos replegados en esa trinchera. Resistimos y estamos en todas partes. Y es cuestión de tiempo para reorganizar fuerzas. Jamás renunciaremos al derecho histórico que tienen los pueblos de rebelarse contra las tiranías. Nos queda una batalla final que librar.
Bernardino Herrera es docente-investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
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