La cacería a Guillermo Zuloaga, por Simón Boccanegra
Si Lula o Moratinos todavía creen (y les doy el beneficio de la duda en cuanto a su buena fe) que en Venezuela existe un sistema judicial independiente tendrían que haber estado aquí cuando Chávez comentó, como quien no quiere la cosa, que él no se querellaría «con un burgués» pero que aquí «hay un Poder Judicial que tendría que tomar medidas».
Al día siguiente, no habían pasado ni veinticuatro horas, el tribunal que conoce la causa, el 13 de control, dictó la medida de aprehensión contra Guillermo Zuloaga y su hijo. El juez había entendido claramente.
El comentario de Atila había sido una orden y la cumplió sin vacilar.
Seguramente le vino a la mente la ordalía de la juez Afiuni. Por supuesto que la persecución contra Guillermo Zuloaga forma parte del acoso permanente del cual ha sido víctima Globovisión. Si el señor Moratinos o Lula creen que la libertad de expresión en Venezuela es «satisfactoria», como dijera Desatinos, deberían pedir a sus respectivas embajadas un informe sobre los atropellos de que ha sido víctima el canal y sobre las particularidades del asalto policial a la oficina de la concesionaria de autos que regentan los Zuloaga. Podrán percibir sin mayor dificultad que todo eso fue un montaje burdo para fabricar el pretexto que permitiera enjuiciar a Guillermo Zuloaga, para cobrarle, en realidad, la línea de su canal. En otras palabras, la persecución a Zuloaga forma parte de la embestida contra la libertad de expresión.
Atemorizar a los medios es el objetivo.
Para esto necesitan producir demostraciones de fuerza, atropellando precisamente a aquellos que, como Guillermo Zuloaga, han sostenido, con admirable integridad y coraje, una insobornable línea crítica. Saben que a Zuloaga no lo van a intimidar, pero piensan que otros tal vez pudieran ser más proclives a la autocensura. Aquí pierde el que se asuste.