La cacerola se quedó vacía

Autor: Jesús Hurtado
La realidad agrícola de la Venezuela actual no es para nada positiva.
En medio de la peor crisis económica que haya vivido el país tras las guerras federales, y ante una fuerte caída en los ingresos petroleros que imposibilita mantener el ritmo de las importaciones que se hicieron hasta hace dos años, los resultados del campo son los más pobres obtenidos en décadas, lo que viene a empeorar la precaria situación alimentaria que padece la nación con las mayores reservas de petróleo del planeta.
Ya se trate de producción de vegetales o de proteína animal, las conclusiones son las mismas: este año el agro apenas podrá contribuir con un tercio de los alimentos que demanda el país, un pobre desempeño que obedece a la aplicación de políticas erradas, un control de precios con criterio enteramente político, inseguridad personal y jurídica, y la negativa del Gobierno a permitir que los entes privados puedan acometer las tareas pertinentes para apuntalar la producción.
«En líneas generales todo habla de caída. Tendremos resultados negativos en prácticamente todos los rubros y lo peor es que el Gobierno no se está haciendo nada para revertir esta situación», afirma Aquiles Hopkins, primer vicepresidente de la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios (Fedeagro), organismo que consuetudinariamente ha presentado planes al Gobierno para mejorar el desempeño del campo sin que ningún haya sido atendido.
VEGETALES MARCHITOS
De acuerdo con las estadísticas manejadas por Fedeagro y ante la falta de data oficial -sustentada solo en la cambiante Memoria y Cuenta del Ministerio de Agricultura y Tierras-, la producción de los principales rubros alimenticios sigue siendo deficitaria y en algunos casos totalmente dependiente de las importaciones, como en ajonjolí y girasol, de los cuales no hubo siembra este año por carencia de semilla.
En el caso del arroz, alas dificultades antes mencionadas se añade la inclemencia de una temporada seca muy fuerte precedida por otro verano voraz que acentuó las fallas en los sistemas de riego y dio al traste con los planes de al menos mantener la superficie sembrada en 2015. De hecho, de las 150.000 hectáreas cultivadas el año pasado se pasó a menos de 100.000 este año, una reducción de 60%, según señala la Federación Venezolana de Asociaciones de Productores de Arroz (Fevearroz).
El resultado es que apenas se producirán unas 550.000 toneladas de este cereal, una caída de más de 25% frente a las 750.000 que se logró recolectar en la temporada pasada, lo que traerá como resultado un aumento del déficit para cubrir la demanda, que actualmente se ubica en más de 45% tomando en cuenta que los requerimientos de la población superan los 2,2 millones de toneladas año; una cifra que necesariamente es mayor debido al total agotamiento de los inventarios de particulares y empresas que usan el cereal como materia prima.
En café la crisis se mantiene. Autoabastecidos hasta hace 10 años en este rubro (al igual que en arroz), en la zafra que está comenzando se recogerán entre 500.000 y 600.000 sacos (46 kilos), una mejora respecto a los 450.000 del año pasado, pero muy por debajo de los 2,2 millones de sacos que requiere el país.
«Habría que importar 1,8 millones de sacos y no creo que existan los recursos», señala Vicente Pérez, director ejecutivo de Fedeagro, quien recuerda que al igual que en arroz y maíz, los caficultores desconoce el precio al cual podrán vender su cosecha que culmina en marzo 2017.
AMARGA ESPERA
Situación similar enfrentan los cañicultores.
Iniciada ya la colecta, el Ejecutivo ha ignorado olímpicamente la premisa y el ordenamiento legal que obliga a fijar un precio antes del inicio de la zafra, lo que podría llevar a la quiebra a otro grupo de productores.
De cualquier manera, el subsector azucarero señala que en el mejor de los casos este año se espera que la zafra ronde los 4 millones de toneladas de caña, tres millones correspondientes a la siembra actual y un millón que quedó rezagado de la pasada zafra. Esta cantidad apenas reportará unas 250.000 millones de toneladas de azúcar, poco más de 20% de las necesidades del país estimadas en 1,2 millones de toneladas año.
«Hemos retrocedido a lo que teníamos en los años 60», afirma Natanael Mavarez, vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Cañicultores de Venezuela (Fesoca), quien recuerda que la zafra no ha podido comenzar por la negativa del Gobierno a fijar el precio de la cosecha.
Estudios de Fesoca señalan que para lograr un margen de rentabilidad adecuado, el precio final debería ser Bs. 1.530 el kilo de azúcar refino, lo que permitiría al productor primario obtener unos 760 bolívares por kilo comercializado; precio que sería infinitamente más económico para el consumidor, que debe pagar actualmente entre 3.000 y 5.000 bolívares por kilo de azúcar importada.
Adicionalmente, los cañicultores corren el riesgo de que al igual que en 2015, cerca de un millón de toneladas de caña se queden sin poder ser procesadas por la baja operatividad de los centrales estatales, pues solo tres de los 10 expropiados están laborando y apenas logran procesar unas 60.000 toneladas, poco más de 2% de la cosecha total.
Otro producto primario cuya cosecha se vino abajo es la papa. Sin haber recibido la semilla importada necesaria comercializada por el Gobierno, los productores de la región andina y el centro del país han visto esfumarse años de experticia y sus últimas esperanzas por llevar adelante una siembra que llegó a ser emblema de la región más alta de Venezuela.
El resultado es que la superficie sembrada se redujo este año entre 70% y 75%, lo que ha traído una fuerte contracción en la oferta actual y futura de este tubérculo, cuyos productores se han visto forzados a adentrarse en rubros tan disímiles como fresa, flores y hortalizas de hoja verde como tablas de salvación.
SI PERO NO
Rey del campo venezolano, el maíz tiene la ventaja incierta de haber sido el único rubro cuya cosecha logró un ligero repunte frente a los resultados 2015. Sin embargo, se trata de un alza relativa, pues la falta de fertilizantes, nutrientes y otros insumos echó por tierra el rendimiento por hectárea alcanzado durante años de mejoras continuas.
«Vamos a estar en cerca de 1,4 millones de toneladas, lo que significa una mejora (7,6%) por encima de las 1,3 millones de toneladas del año pasado», dice Aquiles Hopkins, quien agrega que a punto de finalizar la cosecha y pese a la necesidad que tiene la industria procesadora, los productores no han podido vender un solo kilo ante la negativa del Gobierno de autorizar el precio convenido a cancelar de Bs. 243 por kilo de maíz arrimado.
Recuerda el líder gremial que para alcanzar este precio, se precisa el ajuste del valor de venta de la harina precocida a Bs. 770 el kilo, un alza que no solo beneficiaría a productores primarios y secundarios sino al consumidor, que podrá adquirir este importante insumo por debajo del precio impuesto por la escasez: entre 2.700 y 3.000 bolívares según se trate de harina importada o comprada en el mercado de reventa.
De momento, el peligro de paralización de la industria es real, pues el Gobierno agotó sus inventarios de maíz importado y no pareciera contar en el futuro inmediato con fondos suficientes para reanudar la compra de cereal en el mercado internacional.
NEGRA NEGRITA
De la estirpe popular que tenían las caraotas solo queda el recuerdo. Ingrediente fundamental del plato emblemático de Venezuela, la escasez ha hecho que la caraota se convierta en un artículo de lujo cuyo precio duplica al de la carne y el arroz, sus acompañantes en el pabellón criollo.
¿La razón? Una reducción de la superficie de siembra hasta el punto que llevó a que prácticamente el 100% del consumo dependiera de las importaciones. «Por muchos años importar caraotas fue un negocio redondo, solo que ahora que no hay plata para importar no se ve el producto», señala una fuente del área que prefiere el anonimato.
En efecto, con un consumo estimado de unas 240.000 toneladas anuales, la cosecha 2015 apenas superó las 8.000 toneladas, un pobre desempeño que la no llegada de semillas de calidad hará que se reedite en este 2016 y mantendrá la escasez de un insumo que otrora fue considerado el alimento de los pobres.
VACAS FLACAS
En lo que respecta a ganadería, la situación es, si se quiere, bastante más dramática, pues después de autoabastecer los requerimientos de la población en carne bovina, de pollo y la mayor parte de leche, el país pasó a ser un dependiente neto de las importaciones para satisfacer la demanda.
Efectivamente, cifras conservadoras de la Federación Nacional de Ganaderos (Fedenaga) apuntan a que en 2016 la producción local apenas alcanzará para satisfacer 32% de la demanda tomando en cuenta el número de habitantes y el consumo diario regular.
«Este año produciremos unas 210.000 toneladas, que es una tercera parte de lo que deberían consumir los 30 millones de venezolanos», dice Carlos Odoardo Albornoz, presidente de Fedenaga. Esos significa una contracción de entre 11% y 12% respecto al año pasado, que fue de por sí un año de contracción.
Las cifras relacionadas con producción de leche son igual de negativas. Albornoz afirma que la cifra ronda los 1.400 millones de litros/año (unos 4 millones de litros diarios), lo que significa que apenas se abastece 44% de lo que debería ser el consumo medio normal (120 litros al año por persona).
El problema es que la contracción económica ha traído un fuerte retroceso en el consumo. «Es verdad que tuvimos un alza muy importante en el consumo, pero eso quedó atrás. Hasta hace dos años las importaciones fueron muy fuertes pero cayeron y con ello el consumo», apunta Rodrigo Agudo, director del Instituto Venezolano de la Carne y la Leche, quien afirma que la ingesta de carne vacuna hasta 2013 fue de unos 23 kilos por persona al año, cifra que este año retrocederá a entre 6 y 7 kilos per capita.
«Eso trae daños irreversibles en la población, especialmente entre los niños, que verán afectado su desarrollo físico e intelectual», acota Agudo, quien añade que ante la caída de las importaciones se da por descontado que para el 2017 se acentúe la caída del consumo de proteína animal.
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