La caída, por Marcial Fonseca
Estuvo preso en la nueva cárcel, y también en ella continuó su aprendizaje. Y según él, se estaba especializando en la profesión. Se ufanaba porque antes de dar un golpe, se entrenaba y estudiaba las condiciones generales, se aprendía la orografía del área; y en verdad que ya se había convertido en un baquiano.
Sin embargo, se decía a sí mismo, lo más importante era mantener un bajo perfil. Su experiencia le había revelado que la vida de boato que seguía a un robo era lo que más incidía en que fueran descubiertos; sobre todo cuando el botín estaba compuesto de invalorables joyas. Aprendió que estas deben ser enfriadas; así que él se dedicó a robar solo efectivo; y le fue bien.
En un santiamén se dio cuenta que para que fuera solo billetes, tenía que invadir únicamente vivienda, es decir casas, o mejor, por lo que andaba buscando, mansiones; en estas siempre había una buena reserva de dinero; y en el peor de los casos, bodegones o almacenes. Concluyó que tendría más éxito si lograba entrar al objetivo como plomero, electricista, jardinero o como un simple todero.
Empezó a trabajar a su víctima.
–Señora, muy buenosj díaj; dijculpe, veo que el jardín ejtá un poco crecido y si quiere ayudar a un padre de familia con hijoj y sin trabajo, puedo cortárselo y le juro que le cobraría una cantidad bien solidaria; una módica suma, puej.
Ella lo vio de arriba abajo, dudó por un momento, al final aceptó la propuesta. Él se quitó la chaqueta, la puso en el manubrio de la bicicleta, abrió su bolso, extrajo unos guantes y empezó a trabajar. Terminada la jardinería, la señora lo invitó a pasar a la casa para ver si podía corregir un bote de agua en el baño de visitantes. Nervioso, corrigió el desperfecto y se marchó; había decidido no robar a la señora, no se explicaba ese rapto de arrobamiento.
No podía, empero, irse con las manos vacías, ese pueblo merecía ser asaltado, así que se decidió por La Belleza, el único negocio al por mayor de la población.
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Debía ser sencillo, pero algo salió mal; después de apenas cinco minutos en plena faena, el hijo mayor del dueño se dispuso a estudiar en el área que fungía de oficina; y sintió que alguien estaba haciendo ruido en la puerta del almacén; el muchacho se procuró un garrote tocuyano de su padre y puso al tanto a este de lo que estaba pasando y ambos salieron a enfrentar al invasor.
Este huye y el hijo, audazmente, decide perseguirlo; el perpetrador corre a lo largo del paredón norte del camposanto; después de unos cincuenta metros, se da cuenta de que será una presa fácil si continuaba la carrera y decide brincar la pared; pero al caer se dobló el tobillo y se golpeó el temporal derecho con algún objeto puntiagudo, no se quejó para que el perseguidor pensara que estaba internándose en el cementerio y así suspendiera la búsqueda; mala suerte para el perseguido que no sabía que había caído en una huesa, como tampoco sabía que pronto sería parte de ella.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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