La Campiña y Altamira, por Simón Boccanegra
Ayer publicamos un reportaje sobre la plaza Altamira.
Hoy lo hacemos sobre La Campiña. Ambos autorizan una conclusión desoladora: los que comenzaron siendo centros de acción política militante han devenido abscesos urbanos, focos de molestia para los respectivos vecindarios, donde lo estrictamente político es hoy más bien subalterno y la escena está copada, en ambos casos, por episodios que se desarrollan en una esfera ambigua, donde se mueven figuras funambulescas, típicas de la picaresca criolla. Para los responsables políticos de ambos espacios llegó la hora de ver como desmontan los respectivos tarantines.
En una matriz costo/beneficio, tanto Gobierno como oposición pierden más de lo que ganan con el mantenimiento de los “territorios liberados”. Salir de eso ya es cosa de sentido común. Desde luego, la situación de algún modo es comparable a la de quien cabalga un tigre. Cómo bajarse es el problema. Pero hay que buscarle solución antes de que esta provenga de la inanición, la irrisión y el patetismo.