La casa que venció las sombras, por Simón Boccanegra
La expulsión de los «tomistas» de su trinchera va a marcar un punto de inflexión en el desarrollo del «proceso». La lección está clara: a este país va a ser muy difícil meterlo en la horma del autoritarismo. Lo bueno que tiene el colapso del sistema de partidos es que ha obligado a la gente a ocuparse de sus asuntos directamente. Por supuesto que aparecerán nuevos partidos, pero ya no podrán ser los dueños del país y de los movimientos sociales. En la UCV no fueron partidos políticos ni las fracciones juveniles de estos los que dieron cuerpo a la movilización que obligó al protofascismo a dar un paso atrás. La FCU misma, feudo de juventudes partidistas, quedó en evidencia: su representatividad es mínima y su capacidad de convocatoria y de acción es poco menos que inexistente. Este país quiere, ciertamente, cambios y reformas importantes en sus instituciones, pero aspira a ser él mismo el protagonista de ellos y no está dispuesto a admitir que una «vanguardia iluminada» (y menos una tan mediocre como el chavismo) se los imponga a la fuerza y por la fuerza.