La catástrofe guayanesa, por Simón Boccanegra
Lo del plan de «Guayana Socialista» se ha vuelto un verdadero relajo. Nuestro diario dio cuenta en estos días de la insólita decisión de Venalum de importar unas 70 mil toneladas de aluminio para poder atender a sus clientes, porque su propia producción se vino al suelo. Apartando el detallazo de que nuestros productores de aluminio ahora importan lo que deberían producir, lo cual no puede ser más patético, el nuevo capo de la planta ha informado, con la mayor naturalidad e impudicia del mundo, que la importación se hará con dólares a 2,60 y ese mismo aluminio primario, sin ningún valor añadido, será vendido a los clientes criollos a dólares de 4,30. ¡Qué manguangua! Venalum asume, con total impunidad, el rol de empresa de especulación cambiaria. Por mucho menos que eso Atila ha liquidado prácticamente el sector de las casas de bolsa. Todo esto produce una sensación de fracaso y decadencia realmente desoladora. La que hasta hace poco era la joya de la corona alumínica, Venalum, la única de las empresas de ese complejo (el séptimo del mundo) que no producía pérdidas, ya también fue quebrada por la gerencia «revolucionaria», esa que bajo la inspiración de Atila, pudre todo lo que toca. Lo más paradójico de todo es que están siendo destruidas parte de las bases materiales de lo que pudiera ser una economía socialista. Atila no sólo golpea severamente al sector privado sino que está acabando también con el sector estatal. Es el camino hacia lo que Marx llamara «comunismo primitivo», el del hombre de las cavernas.