La cayapa, por Teodoro Petkoff
Hoy hay sesión en la Asamblea Nacional, cuando aún está fresco lo ocurrido la semana pasada, el martes específicamente, cuando tuvo lugar en ese mismo sitio un conjunto de hechos que pueden considerarse sin antecedentes en la historia parlamentaria del país. La fracción de diputados oficialistas montó una emboscada contra un grupo, reducido, de sus colegas de oposición que dejó muy aporreados a varios de estos. Fue una cosa bochornosa, amén de cobarde, dada la desproporción entre atacantes y atacados. Fue una cayapa a mansalva, sin provocación previa de parte de las víctimas. Planificado cuidadosamente, en todos sus detalles, las puertas fueron cerradas, dejando sólo abierta la que permitió la entrada de otros matones, quienes se despacharon a su gusto contra el pequeño grupo de sus «colegas».
El episodio constituyó un signo de los tiempos. Por lo visto, el oficialismo continúa optando por la violencia como argumento. Ninguna razón hubo para la trifulca. Fue simplemente una embestida gratuita, pura y dura, cuya única razón no puede ser otra que dejar sentada una posición: las cosas son y serán así.
Cada diferencia de opinión tratará de solventarla el oficialismo a trancazo limpio. Juego peligroso, por cierto, dado que puede convocar más violencia, en una sociedad que ya está suficientemente cargada de ella y donde no suele ser costumbre poner la otra mejilla. En este caso, luce obvio que en el origen del zafarrancho estuvo el despecho de Nicolás Maduro y sus acólitos ante la derrota electoral que experimentaron a manos de Henrique Capriles. No saben ni ganar ni perder.
Es evidente que el oficialismo (hablar de «chavismo» no tiene mucho sentido) ya no posee la mayoría de la cual se jactaba, si es que, como se podría presumir, no se ha tornado abierta minoría. En el país se está produciendo un viraje importante en la opinión pública. La que parecía una mayoría sólida e invulnerable, se ha venido derritiendo cual un helado al sol.
Sin duda que el fallecimiento de Hugo Chávez explica el fenómeno. La ausencia del líder, en una situación en la cual su propio personalismo lo llevó a no crear equipo ni partido digno de tal nombre, se ha reflejado duramente en el descenso del movimiento que llevó su nombre. El chavismo era Chávez. Sin este no hay chavismo. Ausente el líder, ninguno de sus acólitos está en capacidad de calzar sus botas. Mas, a su vez, esto introduce un grado de incertidumbre en el panorama político. ¿Cómo van a reaccionar los causahabientes de Hugo Chávez? ¿Cabe la comprensión de una nueva realidad, que obliga al gobierno a procurar un necesario clima de convivencia, que restablezca un ambiente político que pudiéramos llamar «normal»? ¿Podría aceptar el oficialismo una revisión seria y objetiva de unos resultados electorales que han sido cuestionados no sin razones de fondo? El ambiente en el país da para un debate sin excesos sobre el resultado electoral. Mucho bien nos haría recuperar un modo de hacer política que nos devuelva los criterios civilizados que deben caracterizar aquél. El balón está en la cancha del gobierno.