La circunstancia, por Laureano Márquez
Una de las frases memorables del filósofo español José Ortega y Gasset -que se inscribe en el antiguo debate entre determinismo y libertad- es aquella de: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Siendo uno, pues lo que uno es y la circunstancia lo que te rodea y te limita: las características del tiempo histórico en el que naciste y has vivido, el medio ambiente, el sistema político del que formas parte, las enfermedades que padeces, etcétera.
La circunstancia es, pues, todo aquello que te circunda, que está alrededor tuyo. A los venezolanos nacidos en la segunda mitad del siglo pasado nos ha cambiado mucho la circunstancia. A diferencia de los nacidos en este siglo, que no han conocido sino demolición y destrucción de todo lo que rodea su vida, nosotros conocimos un tiempo de progreso y libertad, con todas las limitaciones que esas ideas pueden tener en el contexto de América Latina.
Nos tocó vivir, sin duda, el momento de mayor avance de Venezuela en toda su historia con educación de calidad, salud, cultura, empleo, una economía medianamente estable, sujeta -¿cuándo no?- a los vaivenes del petróleo.
Eso propició en nosotros un conjunto de situaciones que nos permitieron avanzar algo más que las generaciones que nos precedieron. Fue el mejor momento de nuestra historia porque fue el tiempo de la república civil, tan largamente anhelada y pospuesta por el caudillismo militarista -que imaginábamos definitivamente derrotado-. Para los de mi generación, abandonar el país era algo impensable, salvo que fuera por cortos períodos y para el estudio.
Un compañero de bachillerato, amigo de tantos años que nos han vuelto familia, abandona el país, ya no puede con él. Los que somos sus amigos sabemos que no le queda de otra. Los últimos tiempos le han hecho mella en su alma y si no se va, su salud va a correr riesgo, lo sabemos. La gente de principios, que es la gran mayoría aguanta, resiste, pero cada uno tiene su límite, ya él llegó al suyo. Su decisión de irse es sin duda libre, lleva años debatiéndose, pero no se iría si no fuese por la circunstancia que le envuelve, la misma de todos, más el yo de cada quien.
Otro compañero del grupo de bachillerato -un médico brillante-, deseándole suerte, escribió un mensaje conmovedor que fue el que en realidad me ha impulsado a escribir esta columna:
“Aquí seguimos en Venezuela.
Más por costumbre que por convicción.
Yo en mi burbuja no me puedo quejar.
No gano mal y menos para los estándares actuales.
Pero mi país ya no es mi país. Todo cambió.
El costo de irme es muy alto y no me siento en capacidad de asumir ese costo.
Por eso aquí sigo. Y veremos que pasa.
Un poco de cobardía, otro de comodidad y un poco de sentido común. Quién sabe. Y sigo aquí.
Pero no soy inmune a mi entorno.
Mis amigos, mis grandes amigos… ya casi no me quedan. Y cómo los extraño.
Gracias a Dios, mis hermanos siguen aquí y cada vez nos unimos más.
Pero cuando alguien se va, entro en luto.
En luto porque ese alguien se va y en luto porque no sé si estoy en lo correcto quedándome en vez de huir al precio que sea.
Esta semana se va del país un gran amigo, mi compadre, mi profesor de dominó, un hermano más.
Ya eso rompe mi entorno familiar. Y estoy de luto.
45 años apenas de amistad. Entiendo sus razones para irse y lo apoyo. Necesita respirar otro oxígeno. Y espero de todo corazón que logre obtener todo lo que ansía”. La frase de Ortega trae coda: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Pero en Venezuela, donde hasta la filosofía va de cabeza, hay que salvar el yo de la cada vez más aniquiladora circunstancia.