La crisis ha propiciado la trata y esclavitud de indígenas en comunidades mineras
La Fundación Nativo, dedicada el empoderamiento de las comunidades indígenas, asegura que la trata de personas y la esclavitud existe en comunidades donde no tienen qué comer y se ven obligados a «vender» a un miembro de la familia por una noche
Los pueblos indígenas siguen siendo los más marginados y olvidados por el Estado venezolano, lo que contribuye a agudizar sus precarias condiciones de vida. La Fundación Nativo califica la situación de estas comunidades como “alarmante”, sobre todo en aquellas en las que se practica la minera ilegal.
En estas comunidades, la delincuencia, el narcotráfico -potenciado por la presencia de guerrilla y paramilitares- y la trata de personas constituyen los principales problemas, dice Daniel Rodríguez, presidente de la fundación, quien afirma que vivir en una comunidad indígena es “estar en otro mundo”.
Las actividades mineras en el Arco Minero del Orinoco influyen directamente de forma negativa sobre las condiciones de vida de los indígenas. “Existen personas que tienen muchísimo dinero producto de la minería ilegal y otras que viven en la más profunda miseria”, detalla Rodríguez.
Señala que la fundación lleva registros de trata de personas desde el año 2014, pero aclara que esta situación de produce específicamente en comunidades mineras y no en las indígenas propiamente dicho. En actividades de prostitución están involucrados venezolanos, brasileros, colombianos, peruanos, costarricenses e incluso algunos indígenas, de acuerdo con la información recogida por esta organización.
Apuestan niños de hasta 7 años
En la población Las Claritas, en el estado Bolívar, durante el año 2014, Rodríguez presenció cómo en un bar de la comunidad jugaban un bingo, donde el precio de los cartones era exorbitante y lo que se apostaba era una niña o un niño.
Cuando pregunté sobre el premio para el ganador del bingo, me dijeron que era mucho mejor que el oro. Al final del local, en el suelo de tierra roja, habían cavado dos huecos de más o menos metro y medio de profundidad, y en cada hueco estaba el premio: un niño y una niña de entre 7 y 8 años de edad, y dependiendo de la orientación sexual del minero, escogía el premio”, cuenta con indignación Daniel Rodríguez
Rodríguez indagó sobre estas prácticas y se encontró que existen comunidades enteras que no tienen qué comer y “se han visto en la obligación de ‘vender’ a un miembro de su familia por una noche”.
El vocero asegura que este bingo ya no existe, pero afirma que “la práctica continua de manera clandestina”. Para 2014, Las Claritas estaba considerado como el pueblo más peligroso de la zona, pero en la actualidad fue desplazado por uno cercano llamado Sifontes.
“Si en 2014 la crisis no era tan fuerte como ahora y existía este tipo de cosas, ahorita se da muchísimo más”, sostiene Rodríguez, quien ratifica que la trata de personas en estas localidades se mantiene, y aunque no existen bares donde se ofrezcan niños como premios, es posible conseguirlos. “Es un secreto a voces. Jamás te lo van a decir, pero todo el mundo sabe dónde está el local, cuál es el premio y cómo llegar, pero nadie lo comenta”.
Igualmente, el representante de la Fundación Nativo recuerda que en las minas abunda la prostitución. “A los mineros les gusta mucho estar con niñas de 12, 13 y 14 años de edad. Les pagan en grama de oro, con un buen teléfono o con algún bien que sea atractivo”, quien insiste que la prostitución infantil es algo cotidiano en esos pueblos mineros.
Esclavitud por oro
Quienes deciden irse a trabajar en la minas lo hacen buscando suerte y generar mayores ingresos, sin tomar en cuenta la situación de precariedad generalizada que se vive en la zona asediada por enfermedades, falta de autoridades y control de grupos irregulares.
Trabajar por una grama de oro —que equivale, aproximadamente, a 1,5 gramos— significa laborar 18 horas al día, exponerse al paludismo y a la contaminación por mercurio. Rodríguez explica que el minero trabaja toda la jornada y, cuando mucho, logra sacar una grama para él porque el resto es para el dueño de la mina. También recuerda que lo que se gana en una comunidad minera, inmediatamente se gasta porque en la actualidad “un kilo de arroz puede costar 100 mil bolívares”.
“Jamás vas a entrar a una comunidad indígena y vas a ver que exista esclavitud, ni que estén vendiendo personas. Eso se ve donde se practica la minería ilegal”, dice el presidente de la Fundación Nativo, quien reseña que crímenes absolutamente inimaginables se comenten en esas anárquicas localidades.