La crucial línea roja, por Gregorio Salazar
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A menos de cincuenta días de la cita electoral del 28 de julio, la tendencia de la mayoría de los votantes venezolanos se muestra bien definida. En unas elecciones relativamente competitivas –porque limpias ya no lo son—el candidato a la reelección, el hoy mandatario Nicolás Maduro, cargaría con el seguro revés que le vaticinan las encuestadoras reconocidas del país ante Edmundo González Urrutia.
Son siete semanas apenas las que nos separan de esos comicios y el país se mantiene expectante, crispado, preocupadamente alerta sobre cualquier jugada sobrevenida que la desesperación pueda instalar en la mente de los estrategas del régimen, sobre todo de las individualidades que siempre han utilizado a la criminalización y a la interpretación sesgada de la ley como principal ariete para anular las posibilidades de los adversarios políticos.
Es tremenda la zozobra colectiva cuando en la recta final de la campaña sigue viva la incertidumbre sobre cuál será el próximo paso del que pueda ser capaz el minúsculo grupo que se ha adueñado del país y para el que la alternancia en el poder, la separación de los poderes, la expresión soberana del voto popular, entre otros valores condicionantes de la democracia y enmarcados en la Constitución, no forman parte de su delirante recetario “revolucionario”.
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Vamos hacia las elecciones del 28 de julio con un terrible precedente y ese es el del referendo sobre el Esequibo. Vimos la manipulación política –con todas las nefastas consecuencias– de una materia de interés nacional que trataron de convertir en la plataforma de lanzamiento de la candidatura de Nicolás Maduro. De hecho todo partió de una convocatoria nacional en Miraflores con el presidente en plan estelar chapoteando en un mar de adulancia.
De esa consulta refrendaria no vinculante, Maduro debía emerger como el líder que, a pesar de los cuestionamientos, resultaba capaz de unificar y movilizar a la nación, relanzado y relegitimado, cabalgando victorioso sobre la defensa de nuestra integralidad territorial. El pueblo olfateó la jugarreta, burda, costosísima y desfachatada, y dejó vacíos los centros de votación.
Se produjo entonces lo que representó el primer gran cruce de una línea roja cuando, por vía del CNE, los frustrados convocantes presentaron al país unos resultados inverosímiles, absolutamente divorciados de lo acontecido. Pese a lo evidente de que la indiferencia dejó a los centros de votación desiertos, el CNE anunció que cada pregunta de la consulta había recibido más de diez millones de votos afirmativos, cifra jamás alcanzada en una votación en Venezuela.
Nunca se habían atrevido a tanto: presentar un resultado electoral como dato único, evidentemente falseado, sin posibilidad de comprobación en las cifras arrojadas en cada mesa de los distintos centros de votación.
Ahora, ante la certeza de la derrota, se declaran ganadores y desde ya predican que la oposición cantará fraude y que saldrá a la calle a generar violencia. La realidad es diametralmente opuesta. Maduro está perdiendo en la calle y si el desarrollo de la organización de las fuerzas de oposición para defender el voto sigue afianzándose, eso quedará rotundamente confirmado en las mesas.
Con techo bajo, cerrado y sombrío, sin opción triunfal a la vista el aspirante a la reelección perpetua tiene otra vez delante de sí la delgada línea roja y la tentación de cruzarla prevalido de su control de organismos supra electorales, como el TSJ. ¿Quién decidiría ese paso demencial si así se lo plantearan? Seis personas. Cuatro civiles, un militar retirado y otro activo, a lo sumo. Sus ambiciones o un destino distinto superior para Venezuela están en juego. Sobre sus conciencias pesa toda la decisión y el reclamo de un pueblo que desde hace muchos años desea vivir en libertad, en paz y con las posibilidades de superación que le han arrebatado 25 años de opresión, caos institucional, pobreza y desgobierno.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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