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La cuidadora, por Aglaya Kinzbruner



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La badante
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Aglaya Kinzbruner | @kinzbruner | febrero 25, 2025

X: @kinzbruner


Eran las 8 de la mañana y ya Antonino se hallaba en el balcón de su casa para esperar la llegada de su «badante». Su badante, Katia, tenía 18 años, el mínimo de edad para este oficio y él sentía mucho su ausencia. Estaba solo, su hijo había emigrado a Venezuela, su esposa se había ido mucho más lejos, a un país poblado de ángeles cuya llave la tenía solo San Pedro. Antonino tenía la tierna edad de 95 años y había trabajado toda su vida en su amado pueblo ubicado en el sur de Sicilia, una de las zonas azules del planeta.

Su edad, sus contribuciones de impuestos consecuencia de sus años de arduo trabajo y un certificado médico que atestiguaba que no era totalmente autosuficiente le daban cierto derecho a tener una badante pagada por el Estado. Por otro lado la badante tenía que hablar italiano y tener los permisos necesarios para su trabajo. Si tenía conocimientos socio-sanitarios, mejor.

Katia llegó con paso ligero y, de una vez, comenzó a limpiar la casa, luego cocinó, que no era gran cosa ya que Antonino o Nino, como lo llamaban los amigos, comía poco, un buen plato de brócoli bañado en aceite de oliva con pan fresco y una uva blanca llamada zibibbo que crecía hasta el balcón de su casa abrazada de una pérgola.

Luego venía lo mejor. «Hora del baño» gritaba Katia desde la cocina. Nino corría lo que le daban las piernas y venían las abluciones primero, luego la enjabonada que él prolongaba todo lo posible. «Aquí me pica, mira en el brazo, el pecho», luego lo secaban y lo dejaban extasiado, feliz y complacido, mirando desde el balcón como el sol resplandecía cada vez más iluminando el correteo alegre de Katia alejándose por el camino hacia el pueblo. Así lo encontró su amigo Cármine que se tomaba un café con él todos los días al llegar casi el mediodía. ¿Qué haces que estás vestido tan elegante como si fueras a misa?» «Voy a renovar mi licencia de manejar» contestó Nino algo seco, quién sabe porqué.

«¿Y tú crees que te van a dejar la badante si ven que todavía puedes manejar?» Nino se puso rojo primero, luego blanco del todo con dos parches, los de la vergüenza, rojos en cada mejilla. «No, eso no, jamás, no manejaré más, haré todas mis diligencias «apiesmente», como cuando era chico». Esta historia me la contó con muchas risitas la nuera del señor Nino, la esposa de su único hijo, en una cena en la cual coincidimos. Debo confesar que me gustó la ingenuidad y la frescura de este cuento.

Este trabajo, el de las cuidadoras, tanto sean pagadas por el Gobierno como por particulares, tanto convivan como cuando vienen por horas, es muy apreciado en Italia que tiene una población mayor muy significativa. Katia es ucraniana como muchas otras. Las ucranianas empezaron a llegar poco a poco en los noventa. La mayoría eran casadas y buscaban buenos colegios y universidades para sus hijos. Además buenos sueldos. Pero su llegada a Italia aumentó exponencialmente después que Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero del 2022.

Los hombres fueron al frente de guerra, las mujeres a varios países de Europa y las abuelas se quedaron con los niños que pasaron a llamarse «huérfanos blancos». Los ucranianos ya establecidos en Italia conformaron organizaciones para ayudar a los recién llegados. Las mujeres constituyen el 80% de estos inmigrantes que, luego, bajo la norma de la reunificación (ricongiungimento) de la familia pueden traer los miembros que se quedaron atrás. La colonia de ucranianos en Italia es de cerca unas 240.000 personas y la más grande de Europa. Varias iglesias de la península, como la Basilica di Santa Sofía en Roma, ayudan en la recolecta y distribución de comida y enseres que se mandan de vuelta a Ucrania.

*Lea también: Amuletos y talismanes, por Aglaya Kinzbruner

Y, hay que decirlo, son de admirar, los hombres que luchan en las trincheras, las mujeres que dejan hijos, casa y techo para trabajar en otra tierra para un futuro mejor y las abuelas que se quedan bajo la sombra de una guerra cruel, protegiendo a los pequeños, a veces, yendo de un sitio a otro sin saber si algún día traerá la tan añorada paz. Héroes son todos.

 

Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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