La cumbre “maravillosa”, por Teodoro Petkoff
Difícil cumbre esta que hoy reúne a los presidentes de Venezuela y Colombia. Pesan demasiado los asuntos políticos más inmediatos, que han venido produciendo fricciones entre ambos gobiernos, y ellos seguramente ocuparán más la atención de los interlocutores que aquellos otros, tal vez más importantes pero menos urgentes, que atañen al cuadro global de las relaciones entre los dos países.
Una aproximación juiciosa a los temas políticos del presente tendría que descartar, por ambos lados, la tentación de utilizar al otro como chivo expiatorio de los problemas propios. Pero hay problemas propios de Colombia que son comunes a ambos países, por ejemplo, los que derivan del conflicto bélico colombiano así como del floreciente negocio del narcotráfico, que tiene en el vecino país uno de sus epicentros mundiales. De modo que es insoslayable la necesidad de cooperación entre ambos estados para hacerles frente. Pero esta cooperación en ocasiones es seriamente perturbada por factores políticos contingentes, que alimentan la desconfianza mutua y las percepciones equivocadas.
Uno de ellos es la venenosa diplomacia del micrófono. Tal vez el compromiso más importante al que deberían llegar Chávez y Uribe es el de impedir que continúen las declaraciones descomedidas e imprudentes de funcionarios de alto rango en ambos gobiernos. La naturaleza de los problemas que estos deben manejar obliga a un tratamiento prudente y discreto, muy lejano de la guerra de invectivas que se desata cada vez que alguien, en cualquiera de los dos países, la emprende contra el gobierno del otro lado. Pastrana y Chávez lograron, al final, silenciar los micrófonos, pero ahora, nuevamente están abiertos.
Hay que apagarlos, sobre todo porque ahora hay un cambio de calidad en la situación, que obliga a mucha mayor ponderación de lado y lado. Ese cambio deriva de la puesta en práctica del Plan Colombia y del creciente involucramiento de Estados Unidos en el conflicto colombiano.
Esto plantea desafíos inéditos para ambos países y uno de ellos es el de no ceder a la tentación de que en los dos prospere la idea de que “el otro” es parte de su propio conflicto. Aquí en Venezuela no falta quien piensa que Uribe es una carta a jugar en la lucha contra Chávez y en Colombia no falta quien sostenga que la lucha contra la guerrilla incluye la confrontación con Chávez. Peligroso espejismo que podría llevar a sacrificar intereses permanentes en el altar de contingencias políticas coyunturales. Por eso sería imposible subrayar la importancia de que Uribe y Chávez establezcan las bases (que sería lo único que podrían alcanzar en una reunión de un día) para que ambos gobiernos desarrollen los mecanismos políticos de toda índole que permitan procesar los problemas comunes sin la interferencia de “ruidos” –que se han dado y se dan tanto allá como aquí– que suelen, como lo demuestra la experiencia, terminar siendo más incordiantes que el propio problema que los originó.
Si la contingencia política actual se maneja bien, todo lo demás viene por añadidura.