La democracia es más que una Cumbre, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Hace algunos días, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, convocó a una Cumbre por la Democracia. El mandatario se aseguró de invitar a presidentes de 110 países; pero también se aseguró de no invitar a otros como los de: Rusia, China, Cuba (Miguel Díaz Canel), Venezuela (Nicolás Maduro), Nicaragua (Daniel Ortega), El Salvador (Najib Bukele), Honduras (Juan Orlando Hernández – Xiomara Castro), Bolivia (Luis Arce), Haití (¿?) y Guatemala (Alejandro Giammattei). Unos porque claramente la han desaparecido desde hace mucho tiempo y otros porque pesa sobre ellos una gran duda sobre si podrán ayudar o no, en el propósito principal de este evento: pensar y tomar acciones contra los problemas que afectan a la democracia.
En lo personal, cuando escuché hablar sobre esta Cumbre, por agosto de este año, no sabía si lamentar o felicitar la iniciativa. Todo porque las cumbres suelen ser un ejercicio de retórica, de monólogos y desfiles de gente egocéntrica que aspira a ser visto como gran salvador del asunto a tratar en ellas, pero que están muy lejos de tomar las acciones y correcciones pertinentes para contener su caída y posible desaparición. O en el peor de los caos, suelen estar presentes individuos que no tienen ninguna opción de poder o no lo ejercen más allá del simbolismo. Ejemplos de cumbres fracasadas hay muchos, por lo que no alcanzarían los espacios para mencionarlos.
*Lea también: Encontrarse con el país, por Simón García
En esta Cumbre, los discursos comenzaron recordando la vieja definición de la democracia: “gobierno para el pueblo y por el pueblo”; lo que no se siente mal porque este sistema debería enfocarse, primeramente, en este concepto y luego actualizar o adecuar muchos de sus objetivos específicos. Sin embargo, de los presentes, pocos son los que en realidad puede decirse que trabajan para sostener y evitar que la democracia sea utilizada como vía para la llegada de populistas y autócratas que traen en su agenda, la mayoría de las veces oculta, derribar la estructura que la sustenta y terminar desapareciéndola.
Como siempre, las expectativas estaban centradas en el trabajo que, se supone, comenzaría al finalizar la Cumbre, que por una simple deducción podría iniciarse con estos objetivos: incrementar el facilismo a través de la entrega de beneficios sin esfuerzos de los ciudadanos, concentrarse en los subsidios y otras cosas más que se encuentran como un mapa en la mente de cada uno de los gobernantes, sobre todo de los latinoamericanos. Aumentar el populismo y la ilusión, esa sería la tarea que subrayarían muchos de los presentes. Sobre todo, insisto, aquellos que puedan hacerlo.
No hubo nada sobre estrategias, planes de políticas públicas eficientes y efectivas que ayuden a minimizar la gran brecha que se ha abierto en las sociedades. Nada sobre una estrategia que hable de cómo ayudar a mitigar la crisis emigratoria que amenaza con desbordarse hacia todas las fronteras ante la difícil situación económica, la delincuencia, la falta de libertades. No con propuestas que complican más el asunto, como la construcción de grandes zanjas o trincheras, muros, alambradas o peor aún: exacerbar la xenofobia en las poblaciones fronterizas, como todas las que hemos presenciado y escuchado de voz de populistas como Donald Trump o José Antonio Katz. No habrá un programa común para enfrentar asuntos tan peligrosos como la pandemia del covid-19 y otros aspectos negativos que hoy reinan en muchos países, tanto en el mundo como en nuestra región.
En esa Cumbre, tampoco se escuchará un llamado de atención a las nuevas élites políticas que aspiran convertirse en relevo, y que son vistos haciendo concesiones o carantoñas al populismo. Incluso hasta les asesoran, cosa que le hace mucho daño a las bondades del sistema democrático.
Más de un dirigente, está, al menos, mencionado en listas o denuncias en casos de corrupción y aún así, aspiran convertirse en futuros jefes de gobierno, y eso tampoco fue punto en la Cumbre.
La débil democracia, no necesita de discursos ni gente haciéndose fotos en grupos virtuales. No necesita de probar que este o aquel dirigente, sea capaz de reunirse con algún mandatario de un país lejano, ni cercano. La democracia necesita de dirigentes comprometidos de forma real; no de aquel que al hacerle una radiografía se le visualizan las aristas que le hacen ver más como un cuerpo extraño y no como anticuerpo que va en busca de un mejor porvenir para ella y sus dependientes, que en líneas generales son los ciudadanos que demandan, de manera comprobada, la instauración de un régimen autoritario, populista, en la creencia de que estos traerán de vuelta el bienestar humano, la igualdad para todos.
Urge terminar con la doble moral en el juego entre ser demócrata y estar al lado, o comportarse, como un autócrata populista que intenta corromper los pensamientos de igualdad y libertad, que sueña con un cambio constitucional desde donde pueda obtener una reelección indefinida, manipular elecciones u otras rendijas por donde se deje colar el continuismo, la transmisión de mando por nexos sanguíneos, matrimoniales o porque sea un “fiel amigo”.
Para finalizar, a los países más ricos y comprometidos con la democracia, les corresponde apalancar los esfuerzos de los demócratas, de los gobiernos, no de los que les sean útiles como instrumento, sino de aquellos que posean una estrategia que dibuje la posibilidad de encontrar los caminos que les permitan superar las dificultades por las que atraviesan los países más pobres o con menos recursos. Porque la democracia es más que una Cumbre, la democracia es el sistema de gobierno que, en su flexibilidad y sus debilidades, puede garantizar el bienestar de todos los pueblos.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo