La despedida, por Aglaya Kinzbruner
Twitter: @kinzbruner
Que el pueblo venezolano sea muy cariñoso es noticia harto conocida y eso puede fácilmente deducirse tanto por su comportamiento, como por, y aquí no hace falta ser un lingüista, la utilización de los diminutivos. «Tráeme la cuentica» le decimos a un mesonero o «Un agüita, por favor». «¿Cuándo vienes?», le preguntamos a un amigo. La respuesta no falla: «Ahoritica». El uso extendido de los diminutivos es casi como una caricia, una bienvenida o una despedida.
Así fue quizás la despedida que le dieron a la Reina de Inglaterra. Como a una persona muy querida, quizás por su personalidad o quizás porque con mano de hierro pudo mantener firme su pueblo, la corona, la monarquía y todo un sistema de vida. Sistema de vida que siempre pareció correcto, importante y beneficioso para todos. ¿Para todos?
Sin embargo, entre el aluvión de noticias sobre su muerte, vigilia y despedida, empiezan a colarse noticias que no son sólo de admiración o pesar. Por ejemplo, en The Guardian salió un artículo en el cual se quejaban amargamente que el lunes 19 fuese declarado día de luto oficial, tomando en cuenta que la mayoría de los trabajadores ingleses trabajan por su cuenta (self employed, decía) y eso representaría una cuantiosa pérdida económica para ellos.
Además una cosa es la cola de ocho kilómetros por ver a la reina en su capilla ardiente que tendría lugar un sábado o un domingo y otra no haber sido consultados con respecto a una medida que perjudica mucho más al ciudadano corriente que a las clases más favorecidas en un momento que todavía podría considerarse post covid y en un país donde las diferencias sociales son muy marcadas.
Alguien hablando como el abogado del diablo podría comentar que ése es solo el comienzo y parte del descontento ha empezado a dirigirse contra Charles III, su heredero. Que sus dedos son rojos y gordos como salchichas. Que acaba de despedir un gentío cuando en Londres es muy difícil encontrar vivienda. Y, lo peor de todo, que cuando viaja en vez de llevarse un buen libro o su mascota favorita, lleva su propio e individual inodoro a todas partes. No sabemos si se trata de un sanitario inteligente, de esos que lanzan chorros de agua y luego de aire, frío o caliente según el gusto, para mayor comodidad, y hasta ponen la Toccata y Fuga de Bach de ser necesario para una ¡inspiración provechosa!
¿Qué las personas no sabían que Charles era excéntrico? Lo que sí sabemos es que la monarquía británica ha tenido siempre un excelente equipo de relaciones públicas. Cuando luego de la Primer Guerra Mundial a los alemanes no se les veía con muy buenos ojos, la familia real que siempre había preferido príncipes y princesas alemanes, empezó a cambiar sus apellidos. De Battenberg pasaron a Mountbatten, de Saxe – Coburg – Gotha a Windsor y así ad nauseam. Con tantos buenos poetas ingleses, no les iba a faltar imaginación.
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Esa imaginación resultó en el apelativo que los sirvientes de Highgrove le dieron a Charles cuando era todavía el Príncipe de Gales, The Prince of Darkness (El Príncipe de las Tinieblas). Ese título se debió al hecho que de noche dejaban entrar a Camilla, inutilizaban las alarmas, y mientras ellos pasaban la noche juntos, deshacían la cama de Charles como si hubiese dormido ahí y al día siguiente era como si no hubiese pasado nada, como si la princesa Diana estuviese pintada en la pared. Y hoy en día Camilla es reina consorte y Diana está muerta. Es mucho mal karma para un señor que tiene ya casi 74 años y comienza ahora a dar señales de vida. ¡Es como para poner en duda todo el sistema de monarquía parlamentaria!
Sea como sea, estamos en Venezuela, preparándonos para unas elecciones «creíbles», como exigió Ursula von der Leyen, donde votarán todos los venezolanos, los de adentro, los de afuera y ¿quién sabe?, quizás ¡hasta haya segunda vuelta! Si los ángeles dicen amén.
Aglaya Kinzbruner es Narradora y cronista venezolana.
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