La desprofesionalización de la Cancillería es otro «éxito» gubernamental
Con la llegada de Nicolás Maduro a la Cancillería se acentuó el proceso de partidización del servicio exterior venezolano
Por Víctor A. Campoverde
Julia es una internacionalista de carrera con casi 30 años de experiencia en el Servicio Exterior de la República. Por tal antigüedad, debería tener el cargo de Ministro Consejero, incluso Embajadora. Sin embargo, ni ella ni ninguno de los 19 diplomáticos que ingresaron por concurso de oposición en 1991 pasan de Primer Secretario, que es apenas el tercer nivel del rango diplomático.
Esto se debe a un proceso de desprofesionalización en el Ministerio de Relaciones Exteriores que truncó la carrera de Julia, así como la de muchos otros diplomáticos profesionales, a partir del año 2006, cuando Nicolás Maduro ingresó como Canciller de la República. Proceso que hasta ahora ha cobrado el cargo de más de 200 diplomáticos de carrera desde aquel año, según cifras obtenidas a través del registro de las jubilaciones publicadas en Gacetas Oficiales.
El panorama de la Cancillería cuando Julia entró era muy distinto al actual. Tras graduarse de Estudios Internacionales en 1990, se dedicó a estudiar para el concurso de oposición del año próximo. Su sueño, como el de muchos otros internacionalistas, era defender el país desde la diplomacia. No obstante, para llegar, había que atravesar un riguroso proceso de aceptación.
Primero, el concurso ante el Jurado Calificador. Dos semanas de pruebas teóricas y prácticas, entrevistas y demás ante un grupo conformado por cinco miembros: uno elegido por el Presidente, el Canciller o alguien de su elección, un representante por el Colegio de Internacionalistas, uno por el Congreso y el director de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela. Ellos estaban encargados de elegir el grupo de aspirantes que accederían al Instituto Pedro Gual, segundo paso en este trayecto hacia la diplomacia.
En aquel concurso de 1991 participaron casi 100 aspirantes, y solo 20 fueron elegidos. Julia estaba entre ellos, e incluso formaba parte de un grupo aún más selecto: los que no entraron por palanca. Queda claro que el amiguismo y nepotismo en las instituciones públicas venezolanas no es algo exclusivo de ningún gobierno.
Julia y los otros aceptados pasaron seis meses en el Instituto Pedro Gual, donde debían salir totalmente preparados para ejercer en la –para entonces- prestigiosa Cancillería de Venezuela. Tras ese período, los “nuevos” se debían someter a otros dos años de rotaciones constantes por los distintos despachos internos del Ministerio, en una especie de período final de prueba. Solo luego de ese tiempo, el Jurado se volvería a reunir para evaluar los distintos informes de los despachos sobre el rendimiento de los aspirantes y así ratificar a aquellos que hubieran tenido un desempeño satisfactorio.
Julia completó todos los pasos y fue ratificada. Así, empezó a salir en las misiones diplomáticas, y por ende a cumplir su sueño. Por supuesto, también fue ascendiendo de rango. La ruta era de Tercer Secretario a Segundo, a Primero, y después Consejero, Ministro Consejero y finalmente Embajador, con ascensos cada cinco años. Pero eso no pasó.
Julia vivió el primer cambio de Ley que se hizo al Servicio Exterior en el año 2001 tras la llegada de Hugo Chávez. Se derogó la Ley del Personal del Servicio Exterior de 1961, por la Ley del Servicio Exterior en 2001. Esta Ley, tanto para Julia como para Ramón Fábrega, diplomático de carrera que ha estudiado los cambios legales del Servicio, fue un paso adelante para la profesionalización en Casa Amarilla.
La nueva Ley abrió las puertas a una época positiva para los diplomáticos profesionales. Se estructuró y modernizó el Servicio, tanto interna como externamente, pero lo más importante es que se abrieron los concursos a licenciados de distintas carreras, cosa que antes era solo para internacionalistas, incluso no graduados. Así, entre 2001 y 2004, 90 licenciados de distintas áreas ingresaron al personal diplomático.
Esta política de profesionalización, para Julia, obedeció al intento de emular el modelo cubano de servicio exterior, que contaba siempre con profesionales de distintas áreas, preparados, apoyando a los jefes de misiones, que sí eran políticos afines al ejecutivo castrense. Por ello también se entiende que la nueva Ley, aunque positiva, no restringió el nombramiento de personal diplomático en comisión, es decir, funcionarios políticos y no de carrera ni ingresados por concurso.
Nuevo sistema, más control del gobierno
Años más adelante, en 2005, desde la Asamblea Nacional presidida por Nicolás Maduro se promulgó una reforma de la Ley del Servicio Exterior, que sirvió como presagio para lo siguiente: la desprofesionalización en Casa Amarilla. No por casualidad se reformó la conformación del Jurado Calificador: ahora serían siete miembros, dos designados por el Presidente, uno por el Ministro, uno por la Asamblea Nacional, el Director de Recursos Humanos del Ministerio de Relaciones Exteriores, uno por el gremio de Estudios Internacionales y otro en representación de los funcionarios de carrera. Cinco miembros designados por organismos en control del gobierno, y solo dos por parte de carreristas u organismos independientes.
De todas formas, en ese 2005 sería la única vez que un Jurado conformado de esta manera se reuniría, pues ese año se realizó el último concurso para diplomáticos profesionales hasta la fecha de hoy. El Canciller Alí Rodríguez Araque convocó a Jurado Calificador, y con el intento de continuar la profesionalización, tenía la intención de concretar los ascensos correspondientes, ratificar a los recién ingresados y hacer el concurso. Solo pudo hacer lo último, pues Nicolás Maduro fue nombrado para sustituirlo. Después de los 37 profesionales ingresados en ese concurso, no hubo ni uno más.
Llegó entonces Maduro a la Cancillería en 2006 para ocupar ese puesto más tiempo que ningún otro. Durante ese período no solamente no se realizaron más concursos, sino que cómo no se convocó más a Jurado Calificador, tampoco se otorgaron los ascensos a los diplomáticos de carrera. Fue en ese punto, cuando Julia ya era Primer Secretario, que no podría avanzar más.
Entre 2006 y 2013, mientras Maduro estuvo en Casa Amarilla, los despachos comenzaron a tener una política desarticulada de contrataciones, lo que el propio Jorge Arreaza reconoce en el punto de cuenta 1009 (del 2 de noviembre de 2017) publicado por el periodista Pedro Pablo Peñaloza. Se contrató cada vez más personal por afinidad política, lo que a su vez condujo al aumento del nepotismo en el Servicio Exterior.
Para 2016, Transparencia Venezuela pudo constatar que más de 40 familiares de funcionarios del gobierno o provenientes del PSUV formaban parte del Servicio Exterior a lo largo de todos los continentes. Apellidos como Cabello, Istúriz, Arias Cárdenas o Assami figuran en esa lista, de los cuales además ninguno es diplomático de carrera.
Ese panorama fue cocinándose desde que se eliminaron los concursos, pero se institucionalizó cuando en 2013, justo antes de que Nicolás Maduro saltara a la Presidencia, surgió una nueva Ley. Un año antes, en 2012, más de 50 diplomáticos de carrera habían sido jubilados por Jubilación Especial. Con la Ley Orgánica del Servicio Exterior, que derogaría a la de 2005, se eliminó totalmente la figura de los diplomáticos de carrera y concurso en el Servicio Exterior.
Como explica Ramón Fábrega, la Ley publicada en Gaceta Oficial el 20 de julio de 2013 ni siquiera contempla a los diplomáticos de carrera en el texto, se omite todo lo concerniente a un Jurado Calificador, los ingresos y los ascensos. Fue un documento que “legalizó” lo que Maduro venía haciendo desde un tiempo atrás. El Instituto Pedro Gual se convirtió en el único requisito para que los nuevos diplomáticos “exprés” designados a dedo ingresaran a Casa Amarilla.
De allí en adelante, cada vez más carreristas fueron dejando Casa Amarilla. Julia no lo hizo hasta 2017, cuando fue jubilada por otro proceso excepcional. En ese momento, el sueldo mínimo era de 200.021,94 Bs., el dólar DICOM se tasaba en 2.640 Bs., y el paralelo cerró en 8.301,71 el día que se publicó la Gaceta con su jubilación. Julia recibió 114.504 Bs. tras más de 20 años de antigüedad, es decir 43,37$ al cambio oficial y 13,78$ al “negro”.
Beese Mouzo, otra internacionalista de carrera, duró aún más. Hasta marzo de 2019 hizo vida en Casa Amarilla, formando parte del sindicato de trabajadores de Cancillería, que representa a diplomáticos, personal administrativo y obrero. Para ella, las crecientes prácticas corruptas del Ministerio van de la mano con la desprofesionalización de su personal.
Y es que la venta de documentos legales en el exterior (pasaportes y visas que superan los 5.000$), venta de apostillas (hasta 100$ por documento si el solicitante lo quiere exprés) y la falta de transparencia en asuntos como la designación de personal a misiones (ya no hay documentos oficiales sobre esto, solamente se nombra al jefe de cada misión en la página oficial del Ministerio) son prácticas que se han hecho comunes desde hace ya unos años.
Mouzo, expulsada del Servicio tras reunirse con Juan Guaidó públicamente con el sindicato, asegura que los militantes del partido de gobierno fueron escalando altos puestos en la Cancillería y los profesionales fueron mermando. Así lo demuestra el panorama de las misiones diplomáticas en la actualidad, con solo tres internacionalistas de carrera ingresados por concurso en altos cargos: Jorge Rondón en Vietnam, Carlos Pérez en Trinidad y Tobago, y Víctor Carazo en Hungría. Los demás, todos políticos, cada vez más acompañados por allegados y no por profesionales.
Tras su jubilación, Julia entendió que el sueño había acabado. Ella explica que con la salida de gran parte del personal de carrera, los pocos que aún quedaron debían hacerse cargo de cada vez más tareas para apoyar al personal no calificado que trabaja allí. Por eso, cada año el trabajo se hacía más pesado para ella y sus colegas de carrera, hasta volverse algo “insostenible”, como lo describe.
Como muchos otros diplomáticos, Julia no ejerció más formalmente para lo que se formó y esforzó durante tantos años. Asume que mientras el gobierno de Nicolás Maduro siga, no habrá oportunidad para ella ni para los demás carreristas de obtener un trato justo.
Javier Díaz Aguilera expresó muy bien el sentimiento de Julia, Besse y tantos otros en su carta de renuncia a Delcy Rodríguez (cuando era Canciller) tras 29 años de experiencia:
“Me siento, en esencia, derrotado por dejar un espacio valioso que seguramente ocupará otro de los tantos improvisados y temerarios inescrupuloso con los que tanto cuenta la revolución, y digo vencido porque, precisamente, el no ceder espacios en esta lucha política por una verdadera democracia y un país libre, fue una de las principales banderas que siempre auspicié y defendí frente a muchos de mis colegas que partieron antes que yo, por diversas y similares razones, y que me atrevo a seguir alentando desde mi humilde posición de exfuncionario”.
Lo que describe ese fragmento de la carta dibuja el panorama actual de la Cancillería, sin profesionales, con muchos políticos y todo amparado no solo desde el Ejecutivo sino por la mismísima letras de la Ley Orgánica del Servicio Exterior, que como los dirigentes chavistas que se han sentado en la silla de Canciller, se olvidaron completamente de los hombres y mujeres que estudiaron, concursaron, ingresaron y trabajaron tantos años para ser la representación diplomática de Venezuela en todo el mundo.