La disputa por la democracia en América Latina, por Fernando Barrientos del Monte
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Durante las campañas electorales que se llevaron a cabo en 2021 en Ecuador, Argentina, Perú, Chile, México, Honduras y Nicaragua, abundaron discursos polarizadores y estrategias electorales de ríspida confrontación. La polarización refleja un estado de ánimo que comparten las élites y la ciudadanía, pero esta no se limita a las contiendas electorales y a la confrontación entre partidos, es producto de una grieta profunda en torno al significado de la democracia que se abrió tras las transiciones a finales del siglo XX.
A principios de los 80 del siglo XX América Latina transitó a la democracia por default, pues la alternativa socialista se empezaba a diluir, y no obstante que aún subsistían esfuerzos por promoverla, se desvaneció totalmente con la posterior implosión de la Unión Soviética. Por otro lado, Estados Unidos abandonó su política de apoyo a los gobiernos autoritarios y abrió una nueva política de promoción de la democracia en la región, no sin cuestionamientos.
La democratización no solo implicó la incorporación de las elecciones libres como instrumento para instaurar y cambiar gobiernos, también creó una fractura entre dos posiciones político-ideológicas que se disputan los significados de la democracia.
Dos modelos de democracia
En 1951 el historiador Jacob L. Talmón publicó “Los orígenes de la democracia totalitaria”, en donde argumenta que durante el siglo XVIII y paralelamente al surgimiento de la democracia liberal, emergió otro tipo de democracia que denominó “totalitaria”. Esta última, si bien afirma el valor de la libertad, difiere de la democracia liberal en su actitud frente a la política.
La concepción liberal —señala Talmón— asume que la política es una actividad de aciertos y errores, de resultados pragmáticos debido al arbitrio e ingenio humano, donde se acepta la pluralidad de planos porque existen actividades colectivas y personales que exceden el campo de la política.
En contraparte, la perspectiva democrático-totalitaria se basa en la suposición de una verdad política única y exclusiva, que postula un esquema mesiánico de realidades perfectas, preordenadas y armoniosas a las que las personas son conducidas y obligadas a llegar. La democracia totalitaria solo reconoce un plano: el político, y por lo tanto extiende el campo de la política hasta abarcar toda la existencia humana.
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A diferencia de la democracia liberal, que se basa en un conjunto de ideas y preceptos pragmáticos, la democracia totalitaria se basa en una coherente y completa filosofía que tiene como fin aplicar la política de manera absoluta en todos los campos de la vida. ¿Es la libertad humana compatible con un modelo exclusivo de existencia social?
Para la democracia totalitaria si es compatible, según Talmón, pues esta idea se le cree inmanente a la voluntad y razón de las personas, de allí que todas las formas extremas de soberanía popular llegan a ser concomitantes con este fin absoluto.
Aunque Talmón acuñó el término “democracia totalitaria” hace más de setenta años, sus argumentos vuelven a tener sentido, no en torno a los referentes empíricos inmediatos que el observó, sino respecto a la sustancia de la confrontación de cómo comprender los componentes de la democracia.
Las dos ideas de democracia apelan al dogma de la soberanía del pueblo, pero mientras la democracia totalitaria asume que la voluntad del pueblo expresada espontáneamente debe aceptarse sin reservas, la democracia liberal la sujeta a controles republicanos e institucionales. Mientras que la primera supone que no se debe cuestionar a las mayorías, la segunda plantea la pregunta de ¿hasta donde estamos sujetos a la voluntad de la mayoría?
Actualmente en América Latina coexisten dos modelos opuestos de democracia, uno liberal-representativo y otro mesiánico-popular o de masas. Mientras el primero es elitista, pues supone que la democracia es la competencia de élites políticas por el voto de la ciudadanía para acceder al gobierno, el segundo apela a una lógica plebiscitaria y “movimentista” donde no existe la ciudadanía sino el pueblo que se expresa por medio de las mayorías.
La fractura y la confrontación ideológica
Dos de los modelos de democracia que están en disputa en América Latina se condensan en los documentos de dos organizaciones que son reflejo de la fractura y la confrontación ideológica. El primer modelo lo promueve el Foro de Sao Paulo que surgió en 1990 a iniciativa de Luis Ignacio Lula Da Silva y Fidel Castro. Este Foro nace en el contexto del desencanto que generó el fracaso del socialismo y trata de recomponerlo y transformarlo en el contexto de la democracia latinoamericana.
Como se lee en uno de sus documentos base de 2017, “Entre la globalización neoliberal y el proteccionismo imperial” para los miembros del Foro, los sistemas pluripartidistas “representan intereses de clase antagónicos entre sí, y las instituciones se convierten en trincheras de lucha”. Cuestionan la democracia representativa y las elecciones porque dividen al pueblo. “En nuestro caso, -afirman- la división tiene que ser entre el proyecto neocolonial-neoliberal y el proyecto nacionalista y de transformación social.”
Esta corriente apela a que el compromiso con la democracia debe tener un carácter “popular, directo, participativo y comunitario”, así como la construcción de identidad nacional y americana “como mecanismo de construcción de hegemonía y poder popular y político”. Reclama el papel del Estado como insustituible para garantizar a la ciudadanía el disfrute de los derechos y la movilización popular como expresión del pueblo.
A casi once años de la creación del Foro, los países que integran la Organización de Estados Americanos (OEA) adoptaron en Lima, en septiembre de 2001, la Carta Democrática Interamericana que es precisamente el otro polo de la idea de la democracia en la región. Promueve fundamentalmente la democracia liberal representativa, y su esencia se resume en su artículo tercero que establece “el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos.”
Es evidente que la OEA y el Foro de Sao Paulo son organizaciones diferentes. La primera es un organismo regional que se conforma por Estados, mientras que el Foro es un mecanismo de coordinación entre partidos y movimientos. Pero ambos definen líneas de política y condensan dos visiones opuestas sobre la democracia y en disputa en América Latina.
A esta disputa hay que agregar la perspectiva iliberal de los partidos y líderes de la nueva ultraderecha, también muy críticos con componentes esenciales de la democracia liberal representativa, como las instituciones del Estado que controlan el Ejecutivo (en particular el Poder Judicial), los partidos políticos y los medios de comunicación. Sin embargo, a diferencia de las otras dos visiones, esta corriente no cuenta con una organización o foro que aglutine los partidos y sectores sociales que la promueven.
El modelo liberal-representativo fue el que se adoptó para promover la democratización, en tanto que el modelo de democracia popular y mesiánico, así como el iliberal de la ultraderecha, surgen en contraposición a las promesas incumplidas de ese modelo.
A inicios de la tercera década del siglo XXI, la política en la región oscila entre estos modelos de democracia. La cuestión es que mientras no se resuelva esta disputa por la democracia, la polarización en la región puede aumentar y abrir la puerta a soluciones no democráticas que nadie desea.
Fernando Barrientos es politólogo y profesor Titular de la Universidad de Guanajuato. Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Florencia. Sus áreas de interés son política y elecciones de América Latina y teoría política moderna.
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