La encrucijada cubana, por Teodoro Petkoff
La interpretación que ha dado Hugo Chávez a la designación de Raúl Castro como presidente por un año de la CELAC (ese organismo, inocuo, por lo demás, que reúne a todos los países del continente y del Caribe, excluyendo a EEUU y Canadá), es que se trataría de un nuevo gesto de afirmación de América Latina y el Caribe ante Estados Unidos y un triunfo de la «revolución» cubana (comillas ahora imprescindibles).
Esa óptica nostálgica, de aquellos tiempos de «Cuba Sí, Yanquis No», a estas alturas no posee pertinencia, porque de hecho las relaciones entre ambas partes ya no poseen el carácter conflictivo que una vez las signó. Ahora el imperio y su ex «patio trasero» han establecido un nuevo modelo de verse el uno al otro. Más bien se hace visible, en la decisión de la CELAC, una intención, que Obama no vería con malos ojos, de proporcionar al dirigente cubano un entorno y un piso continental que convaliden y animen el camino reformador que aquél trata de adelantar, tanto a lo interno de su país como en las relaciones con el imperio. No es casual, y ni siquiera paradójico, que haya sido el presidente de Chile, el derechista Sebastián Piñera, quien «invistiera» a Raúl. El problema de éste es que se ve obligado a nadar en dos aguas.
Por un lado, asume con visible satisfacción el cargo que le han dado, del cual no ignora el tipo de obligaciones democráticas que le crea con los socios de la CELAC, y al mismo tiempo debe mantener vivos y operativos los vínculos con el principal benefactor de la isla, que no es otro que el gobierno de Hugo Chávez. De allí que se haya sentido obligado, al no más asumir la conducción de la CELAC, a pronunciar unas palabras agresivas, e incluso insultantes, propias del viejo estilo metiche de los fidelistas, contra la oposición venezolana. Fue un saludo a la bandera chavista. Cien mil barriles diarios de petróleo, casi regalados, amén de lo demás que chorrea, pesan mucho para el flamante presidente de la CELAC y bien valen una misa, así sea negra.
Raúl, por cierto, presidente no elegido de Cuba, ataca a la oposición venezolana porque le interesa, por ahora, el status quo en nuestro país. Descalificar a esta ante los ojos del continente, con el señalamiento archimentiroso y cínico de que sería «golpista», es estigmatizar preventiva y negativamente un eventual cambio político en Venezuela, por democrático y electoral que sea, tratando, al mismo tiempo, de dar al chavismo una suerte de «cartas de nobleza» política, que refuercen su precaria situación constitucional de hoy, doblemente afectada por la no asunción de Chávez y por la usurpadora condición de la vicepresidencia de Nicolás Maduro.
Estos cuatro años de la segunda presidencia de Obama van a ser decisivos en el futuro inmediato de la «evolución» cubana. Porque toca a los gringos mover la próxima pieza. Cuba no puede haber enviado más señales de su interés en normalizar sus relaciones con el viejo rival; América Latina y el Caribe han hablado también y, de hecho, han normalizado definitivamente la relación con la otrora exportadora de revoluciones. Uno esperaría que Obama entienda los tiempos que corren y actúe en consecuencia.