La envidia: lo no feliz, por Gisela Ortega
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«Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo;
pero el de la envidia no tal, sino disgusto, rencores y rabias».
-Don Quijote de La Mancha-
La envidia es tristeza y pesar por el bien ajeno. Un sentimiento inmovilizador, primitivo que existe en los seres humanos y que en algunos casos asume características patológicas y en otros aparece con mayor o menor frecuencia. Se caracteriza por el resentimiento, hostilidad e inferioridad. Se origina cuando se toma conciencia de que otra persona o grupo posee un atributo que uno desea. Puede manifestarse de diversas formas, como: rencor, mentiras, traición, deslealtad, ingratitud, castigo, entre otras.
La palabra envidia proviene del latín invidia, derivado de invidere: in (hacia el interior) y videre (ver), lo que originariamente significó “meter la mirada” y a partir de ahí derivó clásicamente en “mirar con malos ojos, con hostilidad,” para progresar hasta el significado actual.
El uso más antiguo conocido del verbo envy –envidia-, se remonta al período del inglés medio (1150-1500). La evidencia más antigua del OED (Oxford English Dictionary) –Diccionario Ingles de Oxford-, sobre envy data de 1382, en la Biblia (Wycliffite, versión temprana). También se registra como sustantivo del período del inglés medio (1150-1500). envy es un préstamo del francés.
Lo contrario de la envidia es la admiración, el sentimiento de valoración y respeto por el otro que puede impulsar a la acción.
La envidia parece ser un fenómeno universal. No importa la etnia, la educación, o la religión que se practique. En todas las civilizaciones, hasta en la más atestada ciudad industrial, está presente de alguna manera. No existe sociedad alguna donde la envidia sea desconocida, ni método que la haya extirpado de raíz. Todo el mundo la ha sentido alguna vez, pero en raras ocasiones lo confiesa -socialmente no es un sentimiento que tenga una buena fama-.
Siempre que generamos envidia es porque algo nos molesta y nos duele. Es una comparación de nosotros mismos con otra persona; nos enseña lo vulnerables que somos y, al mismo tiempo, nos hace ver lo que admiramos de alguien más y no tenemos esa cualidad. Puede ser un estímulo para reflexionar sobre nuestras capacidades y competencias, ser sana si nos impulsa a crecer y a mejorar y convertirse en un problema si nos hace sentir malestar, frustración o rabia.
Nuestro propio valor y nuestras propias capacidades pueden parecer insuficientes cuando se cotejan con los éxitos de los demás, lo que genera sentimientos de resentimiento. Los envidiosos, tienen una baja autoestima, y son inseguros, menosprecian los logros ajenos, los viven como una ofensa a su propio ego. Usualmente, se trata de personas cercanas: familiares, amigos, parejas o colegas, que se sienten inadecuados o insatisfechos consigo mismos, experimentan envidia hacia aquellos que parecen tenerlo todo o que han alcanzado una reputación destacada en diferentes áreas de la vida-
La desigualdad social, la percepción de injusticia, son factores ambientales que estimulan la frustración personal y la aversión hacía quien consideramos que no merece más que nosotros. Por otra parte, la envidia es reprobada socialmente, moralmente inaceptable.
Calificada como la primera de las pasiones, para el cristianismo es uno de los pecados capitales, que da origen a muchas otras transgresiones y rompe con el amor al prójimo que proclama Jesús. Todas las doctrinas la proscriben. Ha acompañado al ser humano, como su sombra, desde la creación del mundo.
La historia está plagada de ejemplos de envidia, desde Caín, que mató a su hermano Abel por celos, hasta Salieri, que conspiró contra Mozart por no soportar su genio.
En el Renacimiento, la envidia entre artistas y mecenas fue el caldo de cultivo de rivalidades y conspiraciones que marcaron la época. Miguel Ángel y Leonardo da Vinci, dos de los mayores genios de la historia, se enzarzaron en una lucha encarnizada por el favor de los poderosos.
Entre escritores es un tema que se ha registrado en la historia de la literatura. Por ejemplo, el poeta español Francisco de Quevedo y el dramaturgo barroco Juan Ruiz de Alarcón se envidiaron entre sí. .
La envidia puede comernos vivo, porque no sólo es motivo de graves conflictos en la familia, en la sociedad, sino que en el mejor de los casos, cuando el envidioso es pasivo y no la emprende contra el otro, sufre lo que no sufre el envidiado, ignorante de que es causa de envidia.
Los entendidos sostienen que la mayor satisfacción del hombre es provocar la envidia, estimulándola por los propios méritos. No ser emulado es una garantía inequívoca de ser mediocre.
Wikipedia al referirse a la envidia, señala: El envidioso se enflaquece ante el éxito de su vecino. . Ningún hombre se enriquecerá con la envidia. Pocos hombres tienen la fuerza natural para honrar el éxito de un amigo sin envidia.
Gisela Ortega es periodista.
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