La esperanza no defrauda, por Gustavo. J. Villasmil-Prieto
A la Venezuela peregrina por el mundo, a la perseguida, a la exiliada, a la que busca asilo; a la que yace en una cama de hospital público, a la que espera la Nochebuena tras las rejas, dedico
La memoria me lleva tomado de la mano a la Navidad zuliana de mi infancia, con el icónico ángel de la compañía eléctrica iluminando las noches de puertas abiertas de par en par, de familias alrededor de la mesa y de nietos a los pies de las mecedoras de sus abuelas, pleno al ambiente de la música de los gaiteros y adornada la sala con algún ocurrente árbol artificial de ramas plateadas: “!bérticale abuela, qué molleja ¨e sala‘o que te quedó el arbolito ése!”, ripostaba irónico algún inconforme niño desilusionado que esperó encontrar en casa un auténtico pino del Canadá.
Así era la Navidad en la vieja casa maracaibera de Zapara. Tiempo feliz de reencuentros, de abrazos en familia y de hallacas multiformes elaboradas entre todos en medio de risas, chistes de “jobiteros” y el recuento de las insólitas anécdotas de mis tíos Hernán y Domingo. Ya nada sobrevive de aquello, vencidos como quedaron tan entrañables íconos de mi infancia a manos de falsos “jojojós” electrónicos y de luces “tecno” de una Navidad sin el calor humano que emana de lo sencillo, de lo simple.
Casi dos mil presos sufren tormento hoy en las cárceles políticas de Venezuela. Confundidos entre ellos, se cuentan niños. Seis almas se abrazan a una bandera hermana y resisten en lo que fuera la sede de una embajada. Ocho millones de los nuestros peregrinan esta noche por las calles del mundo sin nadie a quien dar un abrazo por Navidad. La mayor parte de ellos, por cierto, son zulianos. Dentro de pocos días se espera que se les sumen varios miles, quizás millones. En sus rostros, en su dolor cotidiano, en sus nostalgias a cero grados o en medio del infierno del Darién, en sus lágrimas vertidas frente a la pantalla de un teléfono o computador despidiendo al padre o madre enferma vía «zoom», está la estampa viva de nuestra tragedia nacional.
Exceptuando a esos grandes salones que sirven de verdaderos centros de «conexión» y «enchufe», la Navidad de este año volverá a ser forzosamente modesta e incluso, triste en la mayoría de nuestros hogares. Tal vez sea la simplicidad obligada por la crisis en una fecha tan significativa para los venezolanos lo que propicie esa reflexión que, ausente entre nosotros por largo tiempo, nos reconcilie con el verdadero y profundo significado de la Navidad: el de la Encarnación del Verbo referida por Juan y su venida al mundo a vivir entre nosotros:
«Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.» (Jn, 1: 14)
Que esta Navidad concite entre los venezolanos una ocasión para el afecto y la reflexión sobre lo que hemos vivido y sobre lo que estamos a escasos días de enfrentar. Es tiempo de introspección, no de saraos que aturdan el espíritu. No hay ni puede haber alegría en la Navidad de un país roto, pero sí esperanza. 2025, con el Jubileo, será el año para revivirla, convencidos de que, como nos lo dice San Pablo en su Carta a los Romanos:
«…la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rom. 5, 1-2,5).»
No es la ilusión bobalicona de los horóscopos y de los gurúes pagados en dólares que conferencian en hoteles “cinco estrellas” y platós de televisión, esas ágoras privilegiadas del sofismo de estos tiempos. Tampoco la de tantos “consultores” que venden sus profecías en esos típicos eventos corporativos de fin de año. Me refiero a la esperanza evangélica, a esa que nos conmina a la resistencia consciente y tenaz, al compromiso radical con el país y con sus luchas y a la solidaridad sin matices con los millones que aquí sufren.
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El Señor nos ha cumplido. Como reza el lema del Jubileo 2025, «spes non confundit»: «la esperanza no defrauda». En un portal hace veinte siglos, en el Belén de Judá bajo ocupación romana, se cumplió la palabra anunciada por Isaías
«Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.» (Is 7,14).
Recogidos alrededor de la mesa de casa, en plena comunión de aquellos a quienes amamos y con nuestros compatriotas perseguidos, presos, asilados, enfermos, peregrinos y exiliados en el corazón, aguardemos por la venida del Mesías, templado el espíritu y puesto a la altura de los días por venir. El Señor no abandona a sus hijos. Su esperanza nunca defrauda.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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