La generación Wileixis, por Omar Pineda
Alguna vez he contado que en el barrio donde crecí me tocó asumir, junto con otros vecinos, tareas de “asuntos públicos” que las autoridades municipales y los candidatos presidenciales atendían solo en campañas electorales. Como daba igual quien ganara porque aquel concejal, diputado o ministro no regresaría para cumplir las promesas, el grupo de los “universitarios”, como nos llamaban, afrontó labores que no nos correspondían y para las cuales no teníamos ni contactos ni poder alguno.
Aún así abrimos una guardería en un local gubernamental que permanecía cerrado y montamos un taller de danza donde quedaba el abasto de Felisberto, en el bloque tres, luego que al portu lo mataran en un asalto y su mujer agarró sus niñas y se marchó a Madeira. Recuerdo que arreglamos un terreno y cuando ya adquiría forma, quizá como premio o porque venían otras elecciones, el concejo municipal terminó por pavimentar y enrejarlo, entonces nació la cancha deportiva donde se organizaron minicampeonatos de baloncesto entre los bloques y las niñas bajaban en navidad a patinar.
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En medio de esa osadía abrimos la escuelita que bautizamos Teotiste de Gallego para niños, cuyos padres trabajaban o salían a buscar empleo. Fue una satisfacción enseñar a leer y escribir a Yorvis, a José, Dianita, Franki, Mayra, Gloria, Jordin y otros que, pasado el tiempo, algunos entraron a una escuela formal, los más avispados pisaron un liceo y los rezagados acabaron preñando a los 15 años a sus jevas o transformándose en malandrines. Entonces pasaron a llamarse Pepito, Negro Cartera, Tormenta, Cabeza de bombillo, Neo, el Indio, Caimán o el Enano.
Con el golpe del 11 de abril de 2002 los volví a ver, pero empoderados por el entonces alcalde Freddy Bernal, en una brigada de “defensa de la revolución” que practicaba tiro al blanco los sábados con unas Glock platinadas entre los escombros que dejó el deslave de Vargas, en Carmen de Uria y Puerto Azul.
Un día Bombillo, que fue uno de mis ahijados, me mostró el yerro que le dio Bernal y me dijo que no lo iba a devolver porque le era más útil para defenderse él que para defender a Chávez. A Bombillo lo mataron a los 22 años y otros de esos chamos le siguieron por la misma ruta del nunca jamás.
Pertenecen a esa generación que frisa los 30 años que se volvieron delincuentes y con quienes en Petare el otrora alcalde José Vicente Rangel Avalos negoció lo que dio en llamar “zonas de paz”, suerte de acuerdo con los malotes de los barrios, bajo el precepto “puedes robar donde sea pero no a los vecinos de tu sector”.
Al igual que mi ahijado, esos chamos se cansaron del mareo, leyeron en la prensa que El Aissami y Diosdado Cabello eran tan choros como ellos, y que la DEA le puso los ganchos a los narcosobrinos de Cilia. Por eso optaron a montar su propio negocio de atracos, vacunas a comerciantes y ejercer una beneficencia al estilo Pablo Escobar, siempre con la impunidad y sus armas por delante.
Ahora viene Maduro, desesperado, porque hasta los camaradas de La Piedrita se abrieron y están secuestrando por cuenta propia, y califica al Wileixis como agente de la CIA. Como me dijo el finado Bombillo, “nojoda, padrino, que esos becerros se cuiden solos”.