La gota fría, por Teodoro Petkoff
La doble jornada electoral colombiana es digna de ser comentada, porque en ella pasaron cosas. En primer lugar, el presidente Álvaro Uribe fue derrotado en el referéndum; en segundo lugar, el condominio liberal-conservador sobre las instituciones del Estado fue perforado por una novedosa coalición de claro matiz izquierdista. Algo cambió en casa del vecino.
En el caso del referéndum hay una primera lectura, obvia: un presidente que después de un año de gobierno mantiene una popularidad por arriba del 70%, no logró trasladarla al acto referendario, al cual Uribe trató de dar un carácter de plebiscito. La relativa complejidad de las quince preguntas y la activísima campaña de Uribe a favor de ellas era como la solicitud de un voto de confianza.
Más que responder afirmativamente a cuestiones específicas sobre la fisiología del Estado colombiano, Uribe pedía que se votara “Sí” por él, porque era él, Uribe, el exitoso presidente quien lo pedía. Fracasó.
De otro lado, son posibles algunas apreciaciones dignas de un estudio en profundidad. ¿Por qué apenas 25% del electorado colombiano se sintió convocado por los temas del referendo? El quórum para la validez del acto se alcanzó de vainita. ¿Por qué? ¿Tendrá algo que ver esa enorme abstención con la percepción general de que a primera vista los asuntos involucrados en las preguntas se parecían demasiado a un arreglo de cuentas dentro de la propia “clase” política, al cual es ajeno 75% de los colombianos?
¿Por qué el país no hizo suya una batalla contra la corrupción de los políticos? ¿Será que, en definitiva, se acepta la corrupción como componente inseparable de la acción política, que la una va con la otra y que de ello siempre “chorrea” algo hacía la clientela política? Son preguntas inquietantes. Fue demasiado elocuente el rechazo a la posibilidad de suprimir lo que en Colombia denominan “manzanillismo”.
Esto nos lleva derecho a otro aspecto: en Bogotá y en las dos siguientes ciudades más importantes, Medellín y Cali, ganaron las alcaldías los candidatos de la izquierda. Pero, como existen tantas izquierdas como derechas, es bueno especificar que se trata de una izquierda que nada tiene que ver con esa que se identifica con la violencia. No por casualidad Lucho Garzón, el nuevo alcalde de la capital, anunció que su primera entrevista internacional pensaba tenerla con Lula. Con Lula, no con Chávez. Hablamos, pues, de una izquierda con los pies en la tierra, a tono con los tiempos y que se esfuerza en dar respuestas reformistas pero no arcaicas a los desafíos planteados por una sociedad severamente desajustada.
Garzón ganó después de tres gestiones municipales que se cuentan entre las más exitosas de América Latina, las dos de Antanas Mockus y la de Enrique Peñaloza. Pero Lucho, el ex sindicalista, recordó a sus paisanos que los pobres de las barriadas de la gran ciudad también son habitantes de ella y que problemas urbanos son también los que aquejan a esa parte de la población. En definitiva, en Colombia, como en otros países de este continente, los excluidos de siempre están comenzando a asumir un protagonismo autónomo, no dependiente de los partidos tradicionales. Fue lo que muchos venezolanos pensaron que podía significar Chávez. Ojalá que en otras latitudes los nuevos conductores sepan y puedan responder a las expectativas que los acompañan