La gran FARCsa, por Teodoro Petkoff
La que pudiéramos denominar «Doctrina Chacumbele», sobre el conflicto colombiano, o es ingenua o es ignorante o es de mala fe o es las tres cosas a la vez. El meollo de la tesis del Gran Estratega es que si a las FARC se les reconoce el status de «fuerza beligerante» «entrarían de inmediato en el Protocolo de Ginebra (convención que establece ciertas reglas de juego en la guerra, para «humanizarla») y no podrían usar el secuestro» (Chacumbele dixit). Pamplinas. Los angelitos serenados que dirigen a las FARC no necesitan de la cobertura del Protocolo de Ginebra para dejar de secuestrar civiles.
Saben lo que hacen. Saben perfectamente bien que el secuestro de civiles inocentes, ajenos a la acción armada, es una práctica monstruosa, abominable, que niega, por sí misma, cualquier propósito noble que pudiera motivar a quienes empuñan las armas con un propósito político y que niegan las reglas de la guerra.
Secuestran a plena conciencia de lo que hacen porque ese es un mecanismo de financiamiento y no porque no conozcan las «leyes de la guerra» surgidas de la Convención de Ginebra. Se equivoca nuestro Clausewitz tropical, cuando señala que los secuestros (que dice rechazar) son «parte de una política, distintos a los que lleva a cabo el hampa común, porque serían secuestros políticos, no para matarlos o torturarlos sino para el canje humanitario». (Chacumbele redixit) ¡Por Dios, cómo se puede mentir de esta manera! Hace poco las FARC asesinaron a 11 parlamentarios que tenían en su poder. Pero lo central es que el 99% de los secuestrados por las FARC son ciudadanos no políticos, plagiados para exigir (y obtener) rescate monetario.
Pero, incluso, si los pocos políticos secuestrados lo hubieren sido para adelantar un canje humanitario, tampoco es posible justificarlo. Los guerrilleros presos son combatientes uniformados, capturados en combate. Las señoras recién liberadas son civiles ajenas al conflicto.
Utilizarlas como objeto de intercambio no hace sino acentuar la monstruosidad del proceder faraco. La lucha que se dice revolucionaria es, en definitiva, una lucha por el alma de una colectividad. Aún con las armas en la mano, una organización revolucionaria necesita ganar adeptos y no perderlos. Los medios que utiliza no pueden negar los fines que dice perseguir. Emplear procedimientos monstruosos, como el secuestro y el narcotráfico, amén de las masacres de campesinos, aliena simpatías. No por casualidad, toda Colombia, desde los ricos hasta los pobres, rechaza a las FARC, según lo muestran las más diversas encuestas.
Desde que las FARC se dedicaron al narcotráfico y a los secuestros perdieron toda respetabilidad y toda credibilidad.
Si el secuestro forma parte de la panoplia farcinerosa es porque se trata de una decisión plenamente consciente de sus jefes y es una tontería pensar que el Protocolo de Ginebra les impediría continuar con ella. Para que cesen los secuestros lo único que necesitan las FARC es recuperar el sentido político. Si lo hicieran entonces podría abrirse una veredita hacia la paz en Colombia.