La guerra asimétrica de Carlos Lanz, por Simón Boccanegra

Esto de la guerra asimétrica está alcanzando extremos de ridiculez que producen pena ajena. En Alcasa, allá en Guayana, distribuyen unos volantes donde se dan instrucciones a los trabajadores sobre qué hacer en caso de que la “planta insolente” del invasor imperialista profane “el suelo sagrado de la patria”. Se les dice que deben abandonar sus puestos de trabajo y tomar, cada cual, su arma, para cumplir las nuevas tareas de bloquear carreteras, destruir puentes y armar focos de resistencia contra los marines. Este minicronista puede imaginar, en este país de mamadores de gallo, la reacción de los destinatarios de este mensaje desopilante, para quienes, por más esfuerzos que Chávez hace por convencernos de que los soldados del imperio están ya montados en los barcos, la cosa debe resultarles tan inverosímil como si les dijeran que los marcianos llegaron ya. Pero también puedo imaginar a más de uno de esos curtidos obreros del aluminio preguntándose, a propósito de Carlos Lanz, “¿quién será ese pajúo que nos mandaron ahora como presidente de la empresa?”