La guerra de Trump contra el mundo, por Gonzalo González

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El 2 de abril, desde los jardines de La Casa Blanca, Donald Trump, le declaró la guerra comercial a todos los países a quienes su administración considera que usando prácticas comerciales desleales configuran una relación comercial asimétrica que perjudica de forma sensible los intereses económicos de su país.
Los Estados Unidos, al igual que cualquier otro Estado, tiene el derecho de tratar de denunciar y superar cualquier relación, sea política o económica que considere que lo perjudica.
El problema en este caso es que declararle una guerra comercial al mundo luce desproporcionado tanto por el expediente mismo, los argumentos que supuestamente la justifican como por la amplitud y diversidad de los adversarios escogidos.
Las guerras comerciales, por lo general, resultan perjudiciales para los contendientes sobre todo en un mundo globalizado en el cual se han tejido una cantidad enorme de lazos de interdependencia y donde un error o una crisis tiene efectos rápidos y muchas veces letales en la actividad económica tanto en el ámbito internacional como en los nacionales. De hecho, el anuncio provocó un estremecimiento tal en el sistema económico internacional que generó caídas sustantivas en las principales bolsas de valores, perdidas sustanciales para países, empresas y ciudadanos. Y lo que es más importante acercó el peor de los escenarios: uno de recesión con inflación tanto a nivel internacional como nacional.
En el alza o imposición de aranceles están incluidos países adversarios, aliados y amigos de Estados Unidos. Esa falta de discriminación va a contrapelo de una suerte de verdad convencional que reza que no conviene pelear con todo el mundo a la vez, que es necesario hacer –si es posible y necesario– aliados y priorizar el adversario (o enemigo) principal. Para sustentar tal tesis se recuerdan los casos Napoleón y Hitler en referencia a la apertura de segundos frentes. Error que contribuyó de manera importante a la derrota definitiva de sus proyectos.
En efecto, es convicción compartida entre republicanos y demócratas de que la amenaza fundamental para la supremacía norteamericana proviene del creciente poder chino. Es por ello que nos preguntamos por qué se trata cómo adversarios y se humilla a países y gobiernos aliados y amigos. Esa actitud traducida en acciones disminuye la confianza de los amigos y de los aliados, puede fracturar las alianzas, deteriorar la marca Estados Unidos y crear condiciones para que esos países puedan verse tentados a reforzar sus lazos políticos y sobre todo económicos con China, incluyendo, aunque parezca mentira, a las democracias asiáticas.
Una cosa es persuadir a la Unión Europea de que lo justo es que contribuya más y mejor en materia de seguridad y defensa. Que los países amigos con los que hay asimetrías en el intercambio comercial contribuyan a superarlas y hacerlas más equitativas. Otra y muy negativa es empaquetarlas y homologarlas con China.
El órdago trumpeano del 2 de abril (El Día de la Liberación así lo catalogó) fue en el fondo y en la forma una acción populista de manual: El enemigo externo es el culpable de nuestros problemas. Soluciones fáciles y expeditas a situaciones complejas de difícil solución en el tiempo y en el espacio, los aranceles cómo una suerte de medicina imbatible. El nacionalismo traducido en proteccionismo en un mundo globalizado e hiperconectado económicamente cuyas alternativas más acordes con los tiempos como el Near Shoring demanda tiempo para su materialización. El voluntarismo expresado en tenemos la razón y no importan los posibles daños iniciales y colaterales, hay que asumirlos con sacrificio y paciencia. La desmesura que refleja llamar «Día de la Liberación» al anuncio del 2 abril.
A mediados de mes, Trump anunció una tregua en la aplicación de aranceles a los países incluidos en su lista del dos de abril salvo a China con la que ha empezado una guerra de incrementos en los porcentajes de gravamen. Muchos nos preguntamos cuáles son las razones para la tregua.
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Hay dos versiones (que no son necesariamente excluyentes), se busca un acercamiento para negociar con esos países una solución ¿satisfactoria? para ambas partes. Que sectores importantes de la economía de Estados Unidos han empezado a sentir y tener daños debido a la nueva política comercial, y que de no darse cambios sustanciales en lo anunciado puede producirse en el corto plazo una recesión acompañada de un brote inflacionario a lo interno de los Estados Unidos con los efectos y consecuencias del caso.
Lo cierto es que estamos en presencia de un nuevo escenario internacional. En el cual lo más relevante es y será la confrontación Estados Unidos–China por la supremacía mundial.
¿Será una confrontación perder-perder (en consonancia con la Trampa de Tucídides) o ambas potencias llegaran algún tipo de acuerdo para regular y controlar que la rivalidad no devenga en una tercera guerra mundial?
Gonzalo González es politólogo. Fue diputado al Congreso Nacional.
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