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La invención de TalCual, por Fernando Rodríguez



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Teodoro Petkoff y Fernando Rodríguez
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Fernando Rodríguez | noviembre 3, 2019

[email protected]


Hace ya mucho me tocó en varias ocasiones participar muy activamente en periódicos progresistas o, mejor, izquierdistas. Unos y otros salían en una zona que no aceptó la paz calderista y tampoco comulgaba con los grupos armados que sobrevivían, ya bastante aniquilados. Pero era con ellos que se mantenía cierto diálogo y solidaridad y en no pocas ocasiones subvencionaban ese tipo de actividad “pacífica”. Lo que no aceptábamos era participar en los grandes medios, maquinarias burguesas de alienación, aparatos ideológicos de Estado se diría althusserianamente, lenguaje a la moda. No estábamos ni aquí ni allá pero nos manteníamos “puros”. Ahí hay muchos tópicos y paisajes que evocar y analizar, pero no es el tema.

Lo que fue común a todos ellos era su fulgurante fracaso, a pesar de que había allí intelectuales de valía y jóvenes periodistas que luego hicieron lucida carrera. Se trataba de panfletos ideológicos en un país en que esa izquierda estaba en ruinas. Esa era una primera razón para no atinar con un público mínimo. Pero el escaso auditorio posible en gran parte no era tocado por la pobre contextura material de las publicaciones, su imposibilidad de publicitarse, su casi nulo afán o impedimentos para lo noticioso y la variedad temática, su primitiva distribución. Sobre todo, no podía dar con su target, eterna discusión.

O era el pueblo-pueblo que no leía, o los militantes que no existían, o el público general que se suponía alienado por la gran prensa reaccionaria y la estupidez televisiva. Total, que ni unos ni otros. Nadie pues, y eso explica los escasos centenares de ejemplares que se vendían y la frustración de nuestros nobles y desinteresadas dedicaciones. Y esto no solo afectaba a los ultras, también a los intentos del MAS o a la venerable Tribuna Popular que los comunistas religiosamente –el adverbio no es artístico—sacaban desde que Gustavo Machado y Pompeyo Márquez, dos tipos formidables, eran mozuelos.

Entre los enormes méritos de Teodoro Petkoff está el haber inventado TalCual. Es decir, inventó en el país una fórmula para un periodismo realmente independiente y comprometido (no, no hay contradicción), extraordinariamente seductor, consciente de sus muchas potencialidades y sus férreos límites, con el concurso de la más selecta selección de periodistas y opinadores. Probablemente eso no lo podía hacer sino Teodoro, por su liderazgo en la Venezuela más culta que duró decenios, por su reconocida experiencia e integridad moral y política.

Quiero decir, para empezar, buscar la plata, y encontró un robusto mecenas y muchos otros menores y hasta pequeñitos. No demasiada, por supuesto, pero suficiente para que un periódico sea un periódico y no aventuras sin sustento como hasta entonces las había practicado. Y por ser Teodoro –además ya había tenido la experiencia truncada de EL Mundo que me la salto pero que había demostrado que tenía muy claro lo fundamental-, por ser Petkoff repito, guerrillero, político sin tregua, ministro estelar y escritor de Checoslovaquia…, logró que periodistas de primera se embarcaran en lo que era una aventura y que la élite intelectual se sumara en una cantidad nunca vista en otro diario a ser sus columnistas. Allí arrancó todo el andamiaje.

Lea también: Teodoro: difícil ausencia, por Américo Martín

Luego se practicó un estilo que es el de todo periodismo que se precie, el respeto de la «verdad». Y además la firmeza de un confeso punto de vista de donde esta se mira y valora, no una hipócrita imparcialidad. Sumado al desenfado, al humor y, sobre todo, al valor porque se sabía que lo que se tenía enfrente era una partida de gamberros que no podían sino terminar en lo que han terminado, en la letrina de la historia y en la dictadura feroz. Otro periodismo inventó el entonces, sin ataduras ni intereses limitantes.

Pero hubo algo también sin precedentes, unos editoriales de Teodoro que se convirtieron en una especie de oráculo de muchísimos que iluminaba el cada vez más siniestro laberinto nacional. Había gente que decía que era el periódico de una sola página, lo cual era una tontera envidiosa porque TalCual por todos lados rebosaba buen periodismo y, de paso, era la mejor manera de elogiarlos. Creo que nunca se leyó textos de un diario con mayor devoción que esos editoriales escritos cada día, cada día.

Así nació. Lo demás viene después. Todos los atropellos del poder. Hasta el día de hoy. La superación de situaciones económicas, algunas muy agudas y dolorosas para el personal. La falta de anunciantes fuertes, que sí tienen grandes intereses. La enfermedad de Teo. El paso a Internet para sobrevivir. Algún día les cuento o les contarán.

A un año de su muerte TalCual vive, es parte sustantiva de su herencia, en un vigoroso portal, con gente de primera, y no cabe esperar, sino que perdure y se engrandezca.

Confieso que los años que allí pasé, muy cerca de Teo, fueron de verdad inolvidables.

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