La larga noche de covid-19, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Venimos de la noche y hacia la noche vamos”
Vicente Gerbasi, “Mi padre, el inmigrante” (1945)
El llamado del estado a “flexibilizar” las medidas de confinamiento domiciliario ante la amenaza de covid-19 nos sorprende en momentos de gran incertidumbre en torno a la epidemia y su evolución en Venezuela. Ni tuvimos ni tenemos aún a nuestro alcance información de calidad que permita evaluar tan grave decisión con un mínimo de certidumbre. Información de la que tampoco creo que disponga el estado mismo, cuya gestión en esta crisis se ha basado desde el principio en la infantil premisa según la cual “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Negado sistemáticamente a aplicar de manera masiva pruebas diagnósticas capaces de descartar de manera inequívoca la enfermedad en un determinado caso (esto es, la PCR-RT), el estado venezolano prefirió capitalizar a su favor la incertidumbre que necesariamente deja tras de sí el empleo tecnologías bastante menos precisas como las llamadas “pruebas rápidas” de origen chino, llegando incluso a proferir anuncios tan temerarios como que Venezuela “había controlado la epidemia” y cosas por el estilo. Mientras tanto, cualificadas voces dentro y fuera del país alertaban no solo que no era así, sino que las proyecciones a la mano eran alarmantes.
Los venezolanos arribamos a junio como aquel nostálgico inmigrante italiano nacido a orillas del Tirreno a quien don Vicente Gerbasi – su hijo– dedicara el más hermoso poema escrito en Venezuela en el siglo XX; esto es, caminando hacia una noche aún más densa que aquella de la que venimos. Oscura madrugada en términos de información epidemiológica deliberadamente prolongada por una administración orwelliana de verdades que a todos nos incumben, pero que la razón de estado ocultó con fines inconfesables.
Porque Covid-19 es miedo y todo miedo se traduce en poder. Poder que ahora se ejerce sobre nuestros propios cuerpos allí, en la cola de la gasolina, en las largas noches de apagón y, últimamente, por la mano de las comisiones cubanas que van de puerta en puerta por los barrios buscando enfermos con actitud más policiaca que médica.
Es el “biopoder” de Foucault, expresión concreta de una política disciplinante. Y ya que el miedo se combate con información, esta se niega, se oculta deliberadamente y se concentra en manos de hombres incapaces de comprender esta o cualquier otra de las duras verdades venezolanas de este tiempo.
*Lea también: Precios de la gasolina: incentivo perverso a la corrupción, por Víctor Álvarez R.
De esa noche venimos y en otra quizás más profunda nos estamos adentrando. Siempre estuvo claro que tarde o temprano había que aligerar la rigidez de las medidas de aislamiento. Si las economías más sólidas no podían sostenerlas indefinidamente, tanto menos la nuestra que está entre las peor gestionadas del mundo.
Pero para avanzar en decisiones de tal calado todos esos países se han basado en datos de indiscutible robustez con los que no contamos en Venezuela. Somos el país que menos pruebas confirmatorias por millón de habitantes realiza en la región.
Desconocemos a ciencia cierta el tamaño de una epidemia a la que llegamos tarde, no por mérito del estado y sus políticas sino por el virtual aislamiento internacional al que estamos sometidos.
Covid-19 en Venezuela no ha sido homogénea, por lo que más que una epidemia nacional valdría mejor decir que estamos ante varios brotes regionales evolucionando simultáneamente a tasas de transmisión distintas.
Aquí se apeló desde el principio a todo tipo de argumento para reforzar la imprudente despreocupación de muchos ante covid-19. De todo se dijo, desde que nuestra condición de país tropical de clima soleado mataría a esos “bichos” hasta que era una enfermedad “de ricos” que la clase media caraqueña había traído en un vuelo de Iberia. Y así fueron pasando los días, las semanas y los meses desde el decreto de confinamiento domiciliario del 17 de marzo.
Se nos dijo que había que “aplanar la curva” para ganar tiempo. Un tiempo cuyo costo de oportunidad sufragaría un ciudadano que devenga uno de los salarios mínimos más bajos del mundo pagándolo de su bolsillo roto en un país en el que la seguridad social no existe. En ese entonces no dudamos en apoyar tal medida siendo que estábamos ante una enfermedad desconocida, causada por un virus capaz de enfermar a dos o tres nuevos contagios por cada caso conocido.
Pero dijimos también que tan valioso tiempo debía ser empleado en crear un mínimo de fortalezas en un sistema de atención médica desportillado y sin capacidad de respuesta. Nada se hizo.
La onerosa ventana de oportunidad que pagaron los ciudadanos se desaprovechó miserablemente en cantinfléricas ruedas de prensa transmitidas por los medios oficiales en las que voceros sin más conocimiento sobre el tema que el evocado de algún curso de biología en bachillerato nos decían cada noche que aquí todo estaba controlado, que en Venezuela el temible SARS-Cov-2 pasaría de largo como el ángel exterminador del Éxodo. ¡Había que verles por aquel entonces las caras a tanto ingenuo director de hospital y a tanto ministruelo novato para darse cuenta de lo profundo que caló el argumento del “ojos que no ven…” entre los llamados a gestionar la contingencia de covid-19!
Tras más de 60 días de aislamiento, en los hospitales venezolanos excepcionalmente hay agua corriente y material para el aseo mínimo de su personal, ambientes y equipos. Los equipos de protección individual para el personal sanitario en riesgo apenas se proporcionaron hace pocos días, frecuentemente de manera incompleta. El equipamiento hospitalario está en el peor nivel del que se tenga conocimiento en años.
Voceros del régimen aseguran que el estado venezolano cuenta con 23.762 camas para recibir enfermos de covid-19 ¡incluidas 4000 camas de hotel!, bastante menos de las 30 mil que había en la Venezuela de tiempos del presidente Leoni cuando éramos un país de menos de 10 millones de habitantes.
Un total de camas de las que, apelando otra vez a la fuente oficial, 1.213 están destinadas a enfermos críticos (un poco más del 5%) para un país de 28 millones de habitantes. Incluso a la más baja tasa de ataque que se estime para covid-19 en Venezuela a la luz de las proporciones de Wuhan, que se reprodujeron en tantos otros países (esto es, 4 a 6% de enfermos graves que potencialmente requerirán de cuidados intensivos), los venezolanos aparecemos como el pueblo más desamparado en Iberoamérica ante este inmenso desafío.
Pero la “realidad tirana”, como dice aquella vieja canción de Alejandro Lerner, terminó imponiéndose. No hay gasolina. La gente está extenuada y en política no se “juega a carritos”. ¡Fue entonces cuando el régimen cambió de vocero y puso a uno que sí que sabe en qué estamos metidos! 1952 eran los casos de covid-19 reconocidos por el estado venezolano hasta ayer.
Pero, como lo ha advertido el profesor José F. Oletta, apenas estamos ante una “punta de iceberg”: ¡es posible que no sepamos ni dónde ni cómo esté entre el 75 y el 80% de la gran masa de enfermos por covid-19 en Venezuela hoy! Ni en el Hospital Universitario de Caracas, relata la jefe de su servicio de Enfermedades Infecciosas profesora ME Landaeta, es posible completar el proceso de diagnóstico en un caso sospechoso, pues el personal de especialistas que recibe al enfermo y toma las correspondientes pruebas diagnósticas no tiene luego acceso al respectivo reporte.
En medio de tal oscurana informativa hemos visto transcurrir la epidemia de covid-19 en Venezuela, siempre temiendo que nos estalle en el rostro una catástrofe sanitaria sin precedentes.
Hemos visto la compleja situación de mi natal estado Zulia, donde los guachimanes locales cierran a culatazos el mercado de Las Pulgas como si se tratara del Rastro de Madrid y no de la expresión de la necesidad de abastecimiento del ciudadano empobrecido, del desesperado que vive del “diario” y recluyendo en sitios insalubres y como si fueran delincuentes a los colegas contagiados del Hospital Universitario de Maracaibo.
Como nos angustia también el drama de los estados del sur – Bolívar y Apure- y la tragedia humanitaria de los compatriotas retornados que en la frontera del Táchira se hacinan en verdaderos campos de concentración. Hasta la muy discreta canciller de España doña Arantxa González Laya ha llamado la atención del mundo al respecto, muy a pesar del disgusto que ello ocasiona a los camaradas podemitas con los que forma gobierno y que en su día tantos buenos euros facturaran en este país en el que hoy no hay ni qué comer.
Tras escasos tres o cuatro días del inicio del levantamiento progresivo de las medidas de aislamiento, en Venezuela no tenemos estimaciones ciertas de la actual tasa de transmisión comunitaria del virus SARS-Cov-2.
Como tampoco contamos con sistemas de diagnóstico robustos ni con capacidades mínimas para administrar procedimientos tan elementales como la traza de casos sospechosos y de contactos. Y tanto menor es nuestra capacidad de manejar una mecánica de flexibilización progresiva “a lo israelí” de las medidas de aislamiento, siendo que desde hace rato su acatamiento promedio nacional no llega ni al 40%.
Venimos de la larga noche de más de dos meses de presencia de Covid-19 en Venezuela. Y en una nueva noche parece que nos estamos adentrando sin que podamos razonablemente prever a dónde iremos a parar. El ya comentado informe de la Acfiman y las proyecciones del grupo de Johns Hopkins son estremecedoras.
Las condiciones asistenciales en la que entramos en esta nueva etapa de la epidemia no son muy distintas a las que denunciáramos al principio de todo esto. Colegas de hospitales de tan alto nivel como el Universitario de los Andes lo han advertido recientemente. Afloran los nervios. En los predios del poder, por todas partes se escucha el tan socorrido como inútil “te lo dije”.
Surge entonces un primer memorándum de entendimiento entre la AN y el régimen chavista, con los siempre impolutos, indespeinables y políticamente correctos organismos internacionales haciendo de agentes de “bona fide” pese a su impasibilidad de más de una década ante el drama sanitario venezolano. Uno los entiende, el miedo actúa así.
Pero entre tanto, en el Zulia emiten orden de aprehensión contra una joven médico residente que denunciara las reales condiciones en las que opera el Castillo D´Empaire de Cabimas, un hospital de maternidad, y en Trujillo, una bioanalista del Hospital Pedro Emilio Carrillo es puesta en régimen de presentación ante un tribunal penal por el mismo motivo. ¿Lo saben acaso nuestros genuinamente bienintencionados amigos noruegos?
Con médicos y bioanalistas presos, con hospitales desmantelados y equipos de soporte escasísimos, covid-19 avanza en Venezuela.
El régimen y la AN han convenido en negociar opciones para liberar fondos que ayuden a enfrentar este desafío. Hay que hacerlo. Pero la desconfianza es inmensa, ni que decirlo. Solo que el peligro que se cierne sobre Venezuela es mayor. Porque venimos de la noche y en otra más tupida tal parece que nos estamos adentrando.
Referencias:
Hernández, E (2020) Coronavirus en Venezuela: “La cifra de casos confirmados es solo la punta del iceberg” (entrevista al doctor José F. Oletta). El Nacional, edición del 25 de mayo. En: https://www.elnacional.com/venezuela/coronavirus-en-venezuela-la-cifra-de-casos-confirmados-es-solo-la-punta-del-iceberg/,
Querales, E (2020) Infectólogo Landaeta: «Existe disparidad en datos sobre casos de coronavirus» (entrevista a la doctora María Eugenia Landaeta). El Universal, edición del 24 de abril. En:https://www.eluniversal.com/politica/68491/infectologo-landaeta-existe-disparidad-en-datos-sobre-casos-de-coronavirus