La larga sombra de Papa Doc, por Gustavo J. Villasmil Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
Hacer de la medicina un instrumento al servicio del poder para ejercer control político sobre la sociedad no es cosa nueva. Tendría yo 17 años cuando cayó en mis manos un ejemplar del revelador ensayo de denuncia escrito por Arnold Antonin durante su exilio en Caracas: La larga y desconocida lucha del pueblo de Haití (Caracas, 1979). Recorriendo sus páginas tomé conciencia del drama de aquel país del que la historiografía escolar nos contaba que, en 1815, tras el fracaso de la llamada segunda república, fue refugio y respaldo del Libertador, que hasta sus costas fue a dar buscando el amparo del presidente Alexandre Pétion.
El pequeño emporio insular haitiano, tempranamente encandilado con las luces de Francia, devino en el país más miserable del hemisferio en manos de la tiranía de los Duvalier. Su fundador —Françoise— supo ensamblar un complejo tinglado de poder en el que se entremezclaban con la represión más atroz, la total sumisión de todos los poderes del Estado, la alienante superchería mágico-religiosa y, en no poca medida, la instrumentalización de la medicina con fines políticos.
La familia Duvalier llegó a Haití proveniente de la Martinica francesa y muy pronto resintió el dominio que sobre la negritud haitiana ejercían las privilegiadas élites mulata y sirio-libanesa. No obstante, joven, Françoise pudo doctorarse en Medicina por la Universidad de Haití en 1934 y poco después viajar a Estados Unidos, donde prosiguió estudios de Salud Pública en la Universidad de Michigan. Allí se interesó en las enfermedades tropicales, entre ellas la frambesia o pian que asolaba al campesinado haitiano.
El pian es una enfermedad infecciosa producida por una variedad de treponema no transmitida sexualmente sino por contacto, por lo que era en la piel expuesta del rostro, piernas y brazos donde preferentemente se asentaban sus horribles lesiones. Como otras especies del mismo género —ej. el Treponema pallidum causante de la sífilis— este otro, el Treponema pallidum pertenue causante del pian también es notablemente sensible a la acción de la penicilina, para entonces un novedoso antibiótico.
Controlar al pian suponía controlar la provisión de penicilina y Françoise Duvalier no tardó en hacerse de los contactos y apoyos necesarios tanto en Estados Unidos como a lo interno de organismos internacionales para lograrlo. En lo sucesivo, para tener acceso a la ansiada penicilina que curaba el pian había que figurar en la lista de los programas dirigidos por Duvalier. Fue así como comenzó a empinarse sobre Haití la sombra del terrible «Papa Doc».
Papa Doc. Así se hacía llamar. A la vera del presidente Dumarsais Estimé, Duvalier ascendería en la burocracia sanitaria haitiana ejerciendo un estrecho control sobre los programas dirigidos a la población campesina afectada en casi un 80% por el pian. Lo que seguiría a continuación puede que nos suene familiar: en 1957, tan pronto se alzó con la presidencia de Haití por vía electoral, Duvalier hizo dictar una nueva Constitución a su medida, mandando a prisión o al exilio a sus opositores y ejerciendo un poder omnímodo sobre aquel pobre país, al punto de que en 1964 se declaró su presidente vitalicio. El resto del trabajo lo hicieron las pistolas de los ton-ton macoutes, la disolución de cualquier indicio de institucionalidad y la diseminación de la ignorancia y la superchería como política de Estado, todo ello bajo el auspicio de un discurso de pretendida reivindicación de la cultura afrocaribeña representada por una caterva de brujos y paleros a cuya cabeza se puso él mismo.
Entre los factores auspiciadores de aquel siniestro aquelarre hay que nombrar a Estados Unidos que, con el pañuelo en la nariz y mirando para otro lado, no dudó en apoyarle en nombre de su cruzada contra el comunismo internacional. Tomemos nota entonces: como podemos ver, las proverbiales equivocaciones estadounidenses en materia de política internacional en estas tierras nuestras tampoco son cosa nueva.
Françoise Duvalier muere en 1971 tras designar como su sucesor en la presidencia, al mejor estilo norcoreano, a su hijo Jean-Claude, el no menos sanguinario «Baby Doc».
Nunca pudo librarse Haití de su condición de país paupérrimo, el último en la lista en todo el hemisferio occidental, cuyos indicadores en cualquier materia suelen estar entre los peores del mundo. A este respecto reconocemos como innegable mérito de la revolución chavista el haber puesto al sufrido pueblo de Petión y de Dessaline por primera vez en su historia por encima de Venezuela al menos en uno de ellos: el salario mínimo. ¡104 dólares en Haití y tan solo uno en Venezuela, por increíble que parezca! Cosas así suelen ocurrir cuando los regímenes socialistas derrochan todo lo que encuentran, monetizan sus previsibles déficits y terminan acabando con el valor de la moneda y con el salario.
Represión, macumba, corrupción a todo nivel, desinstitucionalización. Fue así como desde 1947 se fue fraguando la figura sanguinaria de Françoise Duvalier, el macabro Papa Doc tirano de Haití. El mismo que hiciera de la acción médico-sanitaria del Estado una de sus más eficaces estrategias de control político del pobre, que atormentado por las pústulas del pian clamaba por la salvadora inyección de penicilina que solo sus manos dispensaban. He llegado a sentir verdadero temor de ver proyectada la terrible sombra de Papa Doc ya no sobre Port-au-Prince o Pétionville, sino sobre Venezuela. Circunstancias como las nuestras resultan tremendamente propicias para ello.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo