La lección de Dilma, por Simón Boccanegra
La señora Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, ha afirmado categóricamente que no va a recibir a Mahmoud Ajmadineyad, cuando este asista en Río de Janeiro a la Cumbre Río+20.
No necesita decir cuáles razones la mueven a asumir tal actitud, porque ya casi desde su toma del mando supremo de su país dejó claro que repudiaba todo cuanto tuviera que ver con ese sujeto y en particular la conducta de la sociedad teocrática iraní ante las mujeres, que va desde considerar que su valor es el de la mitad de un hombre hasta lapidarlas en caso de adulterio.
Dilma da con esto una lección a tanto político y/o mandatario que no ve más allá del pragmatismo, en el altar del cual sacrifica principios y valores.
Dilma es una mujer de izquierda, pertenece al PT, el partido que fundó Lula, es una luchadora desde sus tiempos de estudiante, cuando, detenida, fue ferozmente torturada, como acostumbraban los militares de su país.
Pero a diferencia de tantos que con el poder o los años van flaqueando en sus convicciones, Dilma mantiene firmes los principios que la hicieron echar su suerte junto a la de los humildes y desheredados de su país.
Lo que hace con el mandatario persa es una lección para los que en este mundo miran hacia otro lado cuando se trata de juzgar conductas reprochables en sus pares políticos o de gobierno.
Ajmadineyad es un tipo impresentable, que no ha vacilado ante la comisión de un fraude (que Lula avaló, por cierto), ni ante la represión más brutal contra quienes, desarmados, se lanzaron a las calles a protestarlo.
Dilma Rousseff se honra a sí misma, a su país y a la izquierda democrática con la postura asumida frente a ese sujeto, lo cual, por cierto, no deja de marcar una nada sutil diferencia con su vecino del Norte, amigazo del iraní.
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