La madre de Miguel Uribe Turbay fue Diana Turbay Quintero (†), por José Ángel Ocanto

Ella era una periodista de fuste. Valerosa, tocada en grado extremo por el romanticismo de su oficio, sobre todo en lo tocante al papel social de su labor.
Esto la motivó a abrigar la ilusión de contribuir, desde su amplia tribuna, a la concreción del escabroso proceso de paz para Colombia.
Una paz que, hasta el día de hoy, quedó malograda tras un suceso que incendió Bogotá y sembró la semilla de la violencia en pueblos y ciudades.
Ese acontecimiento quedaría registrado a fuego, y sangre, en la historia de la nación. Ocurrió el 9 de abril de 1948, a la 1:05 de la tarde.
Se trata, claro está, del asesinato del gran tribuno liberal Jorge Eliécer Gaitán.
El escritor Plinio Apuleyo Mendoza lo describe así en su libro titulado En qué momento se jodió Colombia: “Yo sólo tenía quince años de edad, y allí estaba por una casualidad infinita. Oí los tres disparos que marcarían para el resto del siglo nuestro destino aciago”.
Cuarenta años después, Diana aceptó, sin medir los evidentes riesgos, la oferta de una entrevista en la montaña con un capo de la guerrilla, (a) «El cura Pérez». Una entrevista, eso le mandaron a decir, pero se trataba de una trampa. Quedó cautiva, durante cinco meses, en poder de Los Extraditables, grupo que comandó Pablo Escobar.
Incluso en tan terribles circunstancias, Diana no cejó en su labor. Interrogaba a sus captores. Y escribió su propio drama.
Ese episodio lo narra García Márquez en su obra Noticia de un secuestro.
Diana fue herida por los irregulares tras una temeraria operación de rescate por el Ejército, bajo el gobierno de César Gaviria.
Murió, el 25 de enero de 1991, en un hospital de Medellín.
Tenía 40 años, por poco la edad de su hijo Miguel, quien se aferra a la vida en estos momentos, víctima de la misma vieja violencia.
Y para mayor ironía del destino, al morir Diana, Miguel era un niño de cuatro años, al igual que su único hijo.
Ojalá la vida sonría para todos, y el desenlace de esta historia en curso resulte una providencial señal en abono de la extraviada paz. Una luz de esperanza, en medio de tanta espesura de maldad. De tanta sinrazón.
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José Ángel Ocanto es periodista
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