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La maleta de oro, por Gregorio Salazar



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La maleta de Oro Reino Unido
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Gregorio Salazar | @goyosalazar | abril 2, 2023

Twitter: @goyosalazar


Ni El Aissami sabía de petróleo, ni Hugbel Roa de educación, ni Néstor Astudillo de siderurgia, ni Pedro Maldonado de empresas básicas. No llegaron allí por su idoneidad ni capacidad de trabajo, sus conocimientos científicos o su disciplina. Treparon por su pertenencia y adherencia incondicional a la casta política y al proyecto autocrático que desde hace más de 23 años vienen imponiendo en Venezuela.

El interés nacional se subordinó así al de la secta política, supraconstitucional y plenipotenciaria, que envuelta en las raídas banderas de un supuesto nacionalismo revolucionario, justiciero y transformador terminó concibiendo al país como un botín, un trofeo, las ubres exhaustas de una res que aún agonizante siguen exprimiendo en provecho propio.

La crisis que ha estallado en el seno del Estado venezolano, el régimen y el PSUV– dado el revoltillo criollo que aún llaman revolución– no hizo eclosión por azar ni traída por un viento negro. La trajo la improvisación, el copamiento de todos los espacios, la desaparición de los contrapesos institucionales, el militarismo, el abuso de poder que desde hace años condujo al PSUV a una degradación desenfrenada: la corrupción es el sistema.

*Lea también: A merced del saqueo, por Gregorio Salazar

Ya puede Nicolás Maduro desgañitarse tratando de erigirse en el adalid, el titán superbigotudo de la lucha contra la corrupción. No puede, no podrá por más furibundas y sobreactuadas que sean sus arengas televisivas. Él, como antes Chávez, ha impulsado y consolidado un modelo de ejercicio y disfrute del poder que ha hecho de la corrupción elemento consustancial del proyecto político, mucho más perverso todavía si ellos mismos y su esquema se consideran irremplazables.

El exministro de energía, exvicepresidente de economía y expresidente de Pdvsa, el prófugo Rafael Ramírez, a quien también se le puede bautizar como El Incuantificable dados los montos siderales que desapareció, entendió muy bien los deseos de Chávez. Y los resumió en una frase que ya es marca de una época. «Pdvsa es roja rojita y a quien no lo acepte se lo vamos hacer entender a carajazos». Antesala de un final de robo y destrucción.

La corrupción es sistémica y así lo ha demostrado la historia reciente. No se detuvo con la salida de Ramírez de Pdvsa, tampoco con sus sustitutos Eulogio Del Pino o Nelson Martínez, a quien dejaron morir en la cárcel. Ni se detendrá con la salida de Tareck El Aissami, a quien no pueden encarcelar sin que las salpicaduras alcancen en pleno rostro a las figuras más encumbradas del régimen. El núcleo del poder. Eso lo salva. Por ahora.

¿Se detuvo acaso el asalto a las arcas públicas con la sustitución del guardaespaldas Alejandro Andrade por la enfermera Claudia Díaz Guillén en la Tesorería Nacional? ¿O cuándo Rafael Isea fue ministro de Hacienda? Un gobernante que le entrega semejantes responsabilidades a su espaldero, a su enfermera o a su mandadero sabe muy bien para qué los quiere en esos cargos, pues luminarias de las finanzas públicas no eran. Para ejercer sus funciones, desviadas y extralimitadas a placer desde la trastienda. No hay otra. Y así lo hizo.

La corrupción es el sistema. Podemos preguntarnos si este Contralor en funciones se diferencia en algo de aquel que nombró dos veces Chávez y ponderó como ícono del Poder Moral, Clodosvaldo Russián, que a cada denuncia de corrupción surgida desde el parlamento respondía con un «yo no voy a hacerle juego al show de la oposición». La Contraloría es hoy una entelequia que sólo canta loas al amo del poder.

Con los cuatro contralores del período chavista se rompió una regla no escrita de la democracia en Venezuela: la Contraloría General, lo mismo que la Comisión de Contraloría del Legislativo, que fue un cuerpo estelar de las denuncias contra la corrupción en el pasado, no pueden estar en manos de incondicionales del Ejecutivo. Tampoco la Fiscalía General de la República.

De igual manera, ¿la corrupción nada menos que del juez «antiterrorismo» y del presidente del Circuito Judicial de Distrito Capital no conecta directamente con la servil postración que hemos visto en el Tribunal Supremo de Justicia? De hecho uno de los destinos era magistrado suplente del TSJ. La corrupción del Poder Judicial es sistémica y generalizada.

A pesar del extenso prontuario del régimen, hubo todavía espacio para la sorpresa de la opinión pública. Por el monto, por lo encumbrado de los personajes y su modus operandi, por su pantagruélica codicia el nuevo escándalo en Pdvsa ha sido, además, planetario. Y la indignación mucho mayor: una cosa es robar en época de vacas gordas y otra hacerlo ante un pueblo lanzado por ellos a la miseria.

En un país democrático, el gobierno estaría en pleno derrumbe hacia su caída definitiva. Acosado por la justicia y recibiendo desde el parlamento la investigación y el cuestionamiento implacable de los representantes del pueblo, tendría un margen de maniobra muy estrecho. Pero la corrupción en dictadura está apuntalada por la impunidad.

Una imagen emblemática del caos moral que estamos presenciando es la de una llamada «muñeca del petróleo», socia, cómplice y compinche del diputado Roa bailando en un suntuoso apartamento en Dubai y aferrada a una maleta repleta de placas de oro certificado. Las piezas relumbran entre sus manos, le iluminan el rostro mientras ella se arroba en un estrecho abrazo a su dorado botín. Más menos eso ha sido Venezuela para el régimen cuyos recursos maneja a su antojo, de manera exclusiva, personal y portátil. Tan portátil como una maleta de oro.

Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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