La mañana antes de la batalla
Autor: Jesús Hurtado
A las 9:00 am La Morán ya está en la plaza. “Llego temprano para estar pendiente de la gente”, dice. No es caraqueño. Desde hace 36 días se vino de su Valencia natal porqué “allá no se prendía como aquí, aquí es donde está la candela”, comenta.
Llegó con otros carabobeños y se instalaron en el cerro. Allí cocinan, comen, se bañan y duermen… cuando se puede. Porque incluso en las faldas del Ávila son perseguidos. “Han llegado los colectivos y nos han quitado todo. Me robraron hasta los zapatos, éstos los tuve que coger por la emergencia”, dice mientras observa los tenis desgastados y descocidos por donde asomas sus dedos.
Va con el rostro descubierto porque no tiene nada que ocultar. “Yo lucho por mi país, para que haya democracia. Aquí ya todos estamos fotografiados. No hay razón para ocultarse. No soy como otros que solo hacen negocio”. Con sus nueve compañeros es de la vanguardia: grupos que al igual que ‘Resistencia’, ‘Guerreros’, Guerreros de Franela’, entre otros,arman las barricadas y se enfrentan a la Policía Nacional Bolivariana. “Somos los que vamos con todo”.
Aunque advierte: no son como los colectivos. Nada de armas de fuego. Las piedras son sus proyectiles. Las molotov también. La indumentaria para la batalla daría risa de no ser por la seriedad con la cual actúa: un casco de plástico, unos guantes quemados, un escudo de hojalata, franelas para cubrirse la nariz y unos lentes de quirófano. “No me han dado máscara (anti-gas)”, dice.
Pero más de un mes fuera de casa, mal dormir y peor comer, las heridas y los golpes han hecho mella en el ánimo de Morán. “Quiero ir a mi casa, estoy cansado”, dice, mientras regresando la mirada a los dedos que asoman por los descocidos tenis insiste en que necesita un par de zapatos. “Si tienes algún contacto, ayúdanos”, comenta.
DE TODO UN POCO
A las 9:30 am de un sábado previo a una nueva marcha, el grueso de los congregados en la plaza son jóvenes. Varones y hembras, adolescentes y no tanto. Algunos con rostros descubiertos, otros encapuchados. Pocos con máscaras anti-gas colgando del cuello, escudos de madera o latón, alguno con una coraza de plástico transparente, precario remedo de los ‘robocop’ de la PNB. Sobre el chaleco que no frena ni balines de otro cuelgan dos bombas lacrimógenas. Trofeos de guerra.
Pero no todos se preparan para la batalla que seguramente habrá en la tarde. “A esos que ves en la avenida pidiendo y recibiendo donaciones no los verás en la lucha. Esos están aquí solo porque negocio. Porque para muchos esto se convirtió en un negocio”, dice uno de los “guarimberos” de vieja data que no quiso dar su nombre.
Varios de los ‘guerreros’ comentan que en la plaza confluyen tres castas diferenciadas: los de choque, los enchufadosy los vividores. Y la disparidad de grupos se nota con solo observar por un rato los movimientos mañaneros en la plaza.
APROVECHÁNDOSE DEL CAOS
En medio de las avenidas Luis Rochey San Juan Bosco están un grupo de jóvenes que reciben todo tipo de pertrechos y donativos: bolsa de comida, jugos, garrafas de leche, más comida, medicamentos, cigarrillos, chucherías, una bolsa con arepas, cigarros, varios lentes de quirófano, otra bolsa con zapatos, más medicamentos, una bolsa con ropa. Y dinero. Mucho dinero. Sin detener la marcha, desde un carro una mano entrega a uno de ellos un grueso fajo de billetes que a duras penas se mete en los bolsillos.
Con vestimentas que confirman orígenes muy distintos a los predios altamiranos, los grupos colocados a ambos lados de la afrancesada plaza son vividores, recién llegados que toman para sí todas las ofrendas que desapercibidos contribuyentes hacen a “la causa”, según comentan sus compañeros de predio pero no de ideología.
“Nada de eso es para la lucha sino para su provecho. Todo ese dinero desaparece. La comida también, apenas reparten unas pocas y dicen que se acabó. Las medicinas también”, dice Juan, otro que afirma –y las cicatrices lo demuestran- ser del grupo de choque. “Ayer una señora gastó como 500 mil bolívares en cigarrillos, jugos y chucherías y nada de eso lo repartieron”, comenta.
Intentar entrevistarlos es tarea imposible. “Yo no puedo hablar”, dice una de las chicas que, según comenta una habitué de la plaza, está embarazada. “No le hablen a los periodistas”, dice otro con pinta que lídera varios compañeros. La hostilidad para con la prensa es más que evidente. Es sabio desistir.
“Fíjate que ninguno tiene rastros de nada. Se van cuando empieza la cosa”, dice Rafa, otro miembro de las brigadas de choque.
Aun cuando la mayoría lleva el rostro cubierto con franelas, la improvisada burka deja ver que en efecto son pocos los que llevan marcas de guerra. “Sí se meten en la pelea pero no todos”, afirma uno voluntario de Venerescarte, el grupo de paramédicos instalado a un lado de la plaza, reconociendo que en efecto los advenedizos pululan.
LOS NEGOCIANTES
Otro rato de observación permite comprobar otros movimientos previos al comienzo de una nueva jornada de protesta. Muchachos con vestimentas muy distintas son los encargados de recibir las donaciones “gruesas”. Varios son los vehículos que se estacionan para hacer entrega de cajas con donativos que nadie ve. A este grupo pocos se acercan.
Son los enchufados. “Se quedan con el negocio grande”, afirma Juan. “Revenden los medicamentos a otros grupos o a las farmacias. Se llevan la comida y también la venden. El otro día llegaron 200 cascos plásticos y desaparecieron. Después supimos que los vendieron en dos mil bolívares cada uno en mercados de los corotos”, añade.
Se supones que son quienes reciben pertrechos para la batalla: máscaras anti-gas y chalecos antibalas, entre otros. Pero nadie sabe quiénes son y solo unos pocos reciben esos insumos. Las habladurías los señalan como miembros de partidos políticos que aprovechan sus conexiones para conseguir donaciones grandes. Pero todo queda en el aire como otra leyenda urbana.
De hecho, esa mañana reciben media docena de escudos de madera sintética (tablopan) perfectamente confeccionados, con agarraderas y consignas pintadas con plantillas que, en honor de la verdad, a duras penas resistirán el impacto de algunas bombas lacrimógenas. De una bala, proyectil e incluso perdigones, nunca.Sobre quién los donó nadie habla. “Los hacemos nosotros”, alcanza a decir un jovencito con pinta de pre-adolescente. La mentira se cae por sí sola.
LOS GUERREROS
Petare se vino de su casa temprano. “Siempre duermo en mi casa. Voy todos los días a ver a mi esposa y mi hija, pero a las 8:00 ya estoy saliendo”, dice. Asegura que ni a él ni a ninguno de sus amigos le paga nadie. Están allí convencidos de que “esto tiene que cambiar”.
Presente en la plaza desde el primer día es, literalmente, un sobreviviente: hace dos semanas fue apresado por la Guardia Nacional y estuvo tres días encerrado junto a varios compañeros de lucha en una tanqueta en La Carlota. Allí fue golpeado, torturado y vejado. Presenció la violación de dos estudiantes menores de edad.
Finalmente, después de desnudarlo lo dejaron libre en la autopista Francisco Fajardo a la altura del centro. “No sé por qué me dejaron ir, creo que fue Dios quien me protegió”, dice. Dos de sus compañeros de cautiverio, entre ellos otro menor de edad, no corrieron la misma suerte.
Con el rostro quemado por el hilo que se pone para combatir los efectos del gas pimienta, desde la detención usa una faja para mitigar el dolor. No sabe si tiene fractura de costillas. No es tiempo de ir al médico. La lucha debe seguir. Cicatrices sobran en sus brazos y dice que en todo el cuerpo.
Asegura que los “vividores” le hacen un gran daño al movimiento, y aunque no señala a nadie como responsable de los robos y el matraqueo que ha cundido en los últimos días en las manifestaciones, una ambigua respuesta deja traslucir que la duda deambula a su alrededor.
Sobre las subvenciones afirma no saber de dónde vienen. “Dicen que son los partidos políticos pero yo no sé si es verdad. Yo solo sé de las personas que nos ayuda aquí, de los que nos donan algo”, y añade que come pocas veces de lo que le traen desconocidos. “Yo me cuido por mi boca”. Si come lo prepara él mismo o lo que trae alguien de confianza.
RESCATISTAS DE LA VANGUARDIA
Mucho antes de que comiencen los enfrentamientos, los voluntarios de Venerescate ya están trabajando. La mañana es el turno de atender a los heridos de jornadas previas: cambiar vendajes, curar quemaduras, limpiar heridas, ver evolución de contusiones. Ah, y suministrar los medicamentos.
“Les damos las pastillas o lo que necesiten. No le damos las cajas completas, que venga aquí y le entregamos la dosis diaria”, afirma desde el improvisado puesto en el portal de un edificio Desiree, una ex bombera que todos los días acude con su hijo al sitio para atender a los heridos de esta improvisada guerra urbana.
“Nosotros vamos detrás de la vanguardia, estamos allí justo en el frente para atender a cualquiera en el momento que es herido”, dice Eduardo, un jovencísimo paramédico que forma parte de este grupo de 17 voluntarios entre médicos, estudiantes de medicina, paramédicos y enfermeros que desinteresadamente apoya a los heridos en las refriegas.
Aunque menos publicitados que las cruces azul y verde, o los voluntarios de las universidades Metropolitana o Católica, estar diariamente en la plaza les ha permitido ganarse la confianza de los verdaderos luchadores. Sin motos ni autos, son ellos quienes atienden a quienes muchas veces, aún heridos, insisten en regresar a la lucha. “Ellos piden que seamos nosotros quienes los atiendan porque nos conocen”, comenta Rangel, el médico de guardia.
Y justo por estar allí permanentemente saben que las cosas han cambiado en la plaza. “Hay de todo, ha llegado mucha gente extraña, pero los guerreros de verdad siguen”, dice otros de los voluntarios mientras recoge una bolsa con ropa, pues también se han convertido en centro de acopio de insumos que son entregados a quienes en realidad lo necesitan.
Golpeados y vejados por los militares, los voluntarios de Venerescate también han sido robados y amenazados por los uniformados, pero aun así siguen presentes. “Tenemos un compromiso con los muchachos y con todos los heridos. Somos los primeros que llegamos y los últimos en irnos y seguiremos haciéndolo”, apostilla Desiree.
Todos, a su manera se preparan para la batalla vespertina, pero lo que sí es evidente es que mucho ha cambiado el ánimo en la plaza. Las palabras de Petare son quizás el mejor reflejo de lo que ocurre allí y en todo el país: “Yo estoy dispuesto a seguir la lucha, pero que esto cambie no depende de nosotros… Si los políticos no hacen lo que hizo Chávez, que unió a todos los sectores, esto n o acaba”. Y como muestra del botón de la desunión habla de la comunidad donde vive: “allá donde nadie protesta, todos están pendiente de que le den la bolsa (del Clap), de más nada”.
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