La muerte de la(s) biblioteca(s). por Luis Alberto Buttó
Twitter: @luisbutto3
Entre tantas manifestaciones visibles de oscurantismo, las imágenes de piras de libros ardiendo en medio de la noche por la acción de fanáticos impulsados por la orden de censores afanados en negar o perseguir la diversidad, han quedado en la historia como emblemáticas de los aciagos momentos en que la barbarie alcanza su máximo apogeo y se acerca victoriosa a su objetivo de destrucción a secas; es decir, destrucción adelantada como única obra posible.
Empero, no siempre, lo impactante es lo más efectivo. Así las cosas, quemar libros no es la única demostración del odio, el desprecio y/o el temor que se siente en ciertos sectores sociales (sean estos políticos, económicos, religiosos, etc.) hacia las luces y el entendimiento que nacen del cultivo y la difusión del conocimiento.
Las formas con las que la oscuridad intenta minimizar el poder liberador de la letra impresa son incontables y algunas de estas maneras de borrar lo escrito son más eficaces que el fuego, aunque no se reflejen en vídeos mediáticos.
Más de 400.000 volúmenes atesorados en una biblioteca es una colección inestimable en términos de cantidad y calidad. Es también una contundente demostración del empeño, la paciencia y la inteligencia de todos quienes, directa o indirectamente, estuvieron vinculados con el proceso de levantar, administrar y cuidar dicha colección. Es, además, comprensión temprana de lo realmente importante y necesario en una sociedad y del hecho de trabajar en su procura. La colección en cuestión es el alma y contenido de la Biblioteca de la Universidad Simón Bolívar en su sede de Sartenejas.
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Como lo detalla en su carta de renuncia el saliente director de la Biblioteca de la USB, divulgada a lo interno del campus pocas horas antes de la redacción de estas líneas, cerca de 27% de esa colección (cerca de 80.000 volúmenes) puede estar contaminada por moho y hongos. Léase, en peligro inminente de perderse. Y esto es solo una estimación, pues la comprobación detallada de la situación podría arrojar cifras aún más desalentadoras.
Dicho grado de contaminación, expresión palpable del deterioro generado por la imposibilidad de llevar a cabo, entre otras, las necesarias tareas de mantenimiento y limpieza del edificio, obligó al cierre de la Biblioteca de la USB mucho antes de la pandemia porque se ponía en riesgo la salud de los usuarios que a ella acudían y del personal que los atendía.
Lo anterior hay que enfatizarlo pues ahora se ha puesto de moda alegar que la falta de presencialidad del último año es la causante del literal derrumbe de los espacios universitarios. Nada más tendencioso como narrativa. Las causas son otras. Y la identificación de esas causas conduce, a su vez, a la identificación de las responsabilidades pertinentes.
Lo descrito es un desastre. Un desastre que pudo haberse evitado si quienes tienen la responsabilidad de asignar los recursos necesarios para garantizar el normal funcionamiento de la Biblioteca de la USB, así como de cualesquiera otras bibliotecas universitarias del país, lo hiciesen como corresponde. Es su obligación. Al no cumplirla evidencian su verdadera postura frente a la universidad como concepto. La universidad les estorba. La universidad les escuece.
Al respecto, la referida misiva de renuncia del ahora ex director de la Biblioteca de la USB pone el punto sobre las íes cuando señala que durante su gestión los presupuestos anuales otorgados a este órgano estuvieron por debajo de 100 dólares. ¡100 dólares por año para mantener una biblioteca universitaria!
Sobran las palabras, salvo para preguntarse si quien garrapateó la cifra en el papel se estaba riendo por lo bajito al momento de otorgar esta burla disfrazada de recursos.
Hay gente cuyo mérito solitario consiste en apagar luces. En este caso concreto, las luces de una Biblioteca tan importante, quién sabe hasta cuándo. Por ello, están muy lejos de merecerse el aplauso a tributar al profesor Alejandro Teruel y a su maravilloso equipo de trabajo en la Biblioteca de la USB. Ellos sí, expertos en encender y mantener vivas las luces del conocimiento.
Luis Alberto Buttó es Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad de la USB.
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