La muerte de un filósofo, por Fernando Rodríguez

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Acaba de morir uno de los grandes hombres de la modernidad latinoamericana, Pepe Mujica. El mundo entero decente –y algunos bucaneros- lo lamentan muy cálidamente. La izquierda mundial hoy tan difusa y afónica ha perdido una de sus voces más auténticas y universales, que vibraba paradójicamente en un pequeño pero magnífico país, Uruguay.
Quienes escribimos artículos de prensa sabemos que un suceso tal produce un aluvión de opinión e información y por ende decir algo significativo es más difícil que de costumbre, pero no queremos dejarlo pasar. Como quiera que el que escribe tiene el título académico de filósofo, asunto baladí, pues quiere subrayar, asunto trascendente, el carácter auténticamente filosófico de ese caballero que andaba, aun siendo presidente, en un Volkswagen de 1987 y vivía, y siguió viviendo, y será su morada para la eternidad, en una humilde casa bastante destartalada.
Eso lo hizo de entrada un ícono para los grandes públicos, algunos legítimamente boquiabiertos, otros recelosos en un mundo pleno como nunca de payasos encumbrados -Trump a la cabeza del mayor imperio contemporáneo…-. Pero solo se trataba en el presidente filósofo de una realización de su más auténtica catadura filosófica, el estoicismo de los antiguos, como lo dijo tantas veces, vivir con el mayor ascetismo.
Pero si esto fuese solo esto, en el mejor de los casos podría ser la actitud auténtica o la pose de algún izquierdista radical, o hasta de un raro cristiano, pero no, era la concreción de una muy coherente y pragmática visión de la política que el mismo llamaba filosófica; que no partía de las teorías económicas, sino de una visión esencial de lo humano de la cual el resto derivaba. Cosa rara en el mundo donde todo parece comenzar y terminar en el mercado.
Esa parquedad estoica se sumaba la admiración por Sócrates en la medida en que para este la vida no podía sino tener un ideal de vida, aquello que amamos –la polis, el saber, la belleza…– para no deshacernos en la trivialidad y el sin sentido, en el trabajo que solo busca sin cesar la acumulación del dinero y el consumo, una peculiar forma de esclavitud .
A esto se agrega, y de ahí nace la política propiamente dicha, la imposibilidad de igualar los niveles económicos de los pobres de este mundo con aquel de las clases y los países opulentos, so pena de desintegrar la vida en el planeta: su muy arraigada conciencia ecológica. Pero igualmente la necesidad de la igualdad, de distribuir la riqueza escasa del mundo lo más equitativamente posible, a una parquedad suficiente. Yo diría que es la vertiente socialista, marxista de su pensamiento que entronca con su sentido de la moral. Y a la cual sirvió con eficiencia en su presidencia y produjo los lamentos posteriores por no haberlo logrado del todo.
Después de su época guerrillera, sus espantosas cárceles y torturas de más de un decenio, completa su filosofía la adopción de la democracia. Pero esta si bien es ineludible, no es un fin en sí misma, puede ser muy mediocre, y cruel sino sirve al bienestar de los más. Su virtud mayor es que es perfectible y debe encaminarse hacia el fin inderogable de la equidad. Y es esa distribución, que implica el estoicismo para hacerse real, es la socrática vida virtuosa y sabia que se materializa, a lo mejor exagerada y pedagógica, en su “escarabajo”, la sobriedad de su vivienda o lo desarrapado de su vestimenta.
Trabajamos hoy desaforadamente para obtener una creciente posibilidad de consumo, proceso incesante y ambición sin fin. A esa dinámica mercantil el capitalismo la llama libertad. Es una esclavitud. La verdadera libertad es la posibilidad de dedicar el escaso tiempo de la vida a las múltiples maneras de la auténtica libertad – a lo que deseamos: la belleza, el goce espiritual, el amor a los amados y, en el fondo, a la buena voluntad, de servir a la causa humana. He aquí pues una manera de pensar integral y cabalmente política y concreta, libertaria, así pienso debería ser –mutatis, mutandi– toda filosofía.
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Quienes hemos creído posible unificar igualdad y libertad no podemos sino agradecer su lección de que en el fondo de toda política económica debe sustentarse en el mejor humanismo filosófico. Eso es lo que lo hace tan distinto y tan noble. Te vamos a necesitar siempre, Pepe.
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