La Nave de libros, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
Todo, en el mundo, existe para acabar
convirtiéndose en un libro
Stéphane Mallarmé
Como condenados por un círculo inevitable, nuestras conversaciones con José María (Chema) Cadenas y Luken Quintana tenían siempre un final de alabanzas a la labor editorial. Era reciente nuestra actividad conjunta en la revista Compromiso Gremial y a la vera del Foro Universitario, coordinado por Luken, siempre teníamos una charla amena a la espera del comienzo de las reuniones, y de tanto girar sobre lo mismo apareció la idea de fundar una editorial.
Los tres teníamos experiencia en ediciones que habían tenido cierto éxito y, conocíamos muy bien el mundillo de las imprentas, y además entrábamos en la senda cronológica de cerrar capítulos de nuestras vidas con cierto afán de hacer lo que considerábamos más necesario y pedagógico para el país.
Yo siempre, con entusiasmo jocoso, insistía en la buena suerte, esa compañera puntual que estaba presente al menos en la vida que conocía de ambos compañeros. Luken se había salvado por un pelo en el terremoto que sacudió a Caracas en 1967. Mientras saltaba de tres en tres los escalones, veía derrumbarse parte del edificio donde vivía y al alcanzar la calzada, en su totalidad se derrumbó a sus pies. Otras tantas peripecias había vivido el Chema.
Así que, con aquella ilusión en mente de inmediato pusimos manos a la obra. Se consiguió un local, se redactaron los estatutos, se escogió el nombre y un excelente amigo y exitoso diseñador, Peter Wezel quedó a cargo del logotipo de la Nave de Libros.
*Lea también: Apátridas, por Humberto Villasmil Prieto
Al poco tiempo se realizó la asamblea de la Nave con sorprendente asistencia. En ella se escogió la junta directiva la cual presidiría el Chema y se incorporó como tesorera a una brillante y acuciosa empresaria. Allí un conocido y apreciado economista, Enzo Del Bufalo, nos advirtió sobre el momento económico, pero dimos poca importancia a aquella advertencia tan sabia, en tanto que ya habíamos garantizado con aportes especiales al menos tres publicaciones y los amigos tanto nacionales como extranjeros veían con buenos ojos aquella empresa.
El paso siguiente fue escoger el primer libro y en acuerdo unánime decidimos un texto sobre Franklin Brito, el agricultor que murió defendiendo sus derechos en una huelga de hambre en el Hospital Militar de Caracas, y que la propaganda oficial había presentado como un desquiciado. Acudimos a la periodista Faihta Nahmens para proponerle el proyecto, quien aceptó de inmediato con vivo entusiasmo.
En esa labor estábamos, cuando comenzó a acentuarse el modelo cubano en Venezuela, esa especie de franquicia para mantenerse en el poder y cuya receta es una represión desmedida donde se prioriza el Estado en contra de los ciudadanos. Se estatizó la comercialización del papel para evitar periódicos y publicaciones de oposición, se fabricó una hiperinflación que pulverizó los salarios convirtiéndolos en simbólicos y a quienes los reciben en nuevos esclavos del siglo XXI.
Se estableció enseguida un sistema monetario dual que dejaba en la inopia a los que recibían bolívares y enriquecía a los que manejaban dólares. Una destrucción forzosa de los activos, que ya Chávez había iniciado con una serie de enloquecidas expropiaciones, pero que Maduro acentúo, lo que terminó por liquidar el sector productivo, cuya catástrofe mayor ocurrió en la industria petrolera.
Esta hecatombe económica, única en la historia de América Latina, produjo un éxodo monumental en quienes no veían destino ni posibilidades de supervivencia en el país.
Pero ocurre, que no solo se huye de la miseria, sino que también se huye de la estulticia que exuda desde la presidencia y los ministros a la mayoría de los funcionarios estatales, que ha convertido a Venezuela en el mejor país para el saqueo y el enriquecimiento de una casta antinacional al servicio de Cuba, Rusia, China e Irán. Esta situación es el primer torpedo que abre un gran boquete en la Nave de Libros, en tanto que los amigos que garantizaban las primeras publicaciones, marchan definitivamente fuera del país, con gastos que ya no les permiten tanto desprendimiento y solidaridad con el proyecto. Luego vino el torpedo definitivo sobre la línea de flotación con los quebrantos de salud de los queridos amigos Chema y Luken, los cuales llevaron a la desaparición física de uno y a la desaparición social del otro.
En ese ambiente, aparece la pandemia, que aletargó la economía y produjo cuadros alarmantes a la humanidad en su conjunto. Para nuestro país, desguarnecido de servicios sanitarios y con una creciente desnutrición, fue el verdadero desastre, sobre todo en las capas populares.
A la par de este escenario algunas de las principales imprentas fueron desmontadas y se largaron a otros países con mejores perspectivas económicas y sociales. Así, nuestras posibilidades editoriales se desvanecieron definitivamente y la Nave frente a aquel tridente lanzado por Neptuno y desasistida de los dioscuros se hundió en aquel mar cargado de maldiciones, mientras una parte de mi existencia se hundía con ella.
Pero como los dones ya están dados, por una serendipia de la vida apareció un ser que inquietó mi pluma y alentó mis energías para darle vida a estas crónicas. Gracias a ellas, de tiempo en tiempo recibo por ese canal epistolar de la vida moderna que es el WhatsApp saludos y opiniones.
Uno de esos mensajes cargados de afectos justamente provino de una maravillosa amiga quien compartía la importancia de la editorial y que habría sido una de nuestras mecenas, recordándome con sus comentarios que los libros cumplen la función de unir a nuestros semejantes más allá de la muerte, evitando el implacable olvido. Y, que mis crónicas son para ella, en cierta medida un sucedáneo, que le evita convertirse en uno de los tripulantes de la nave del olvido.
Solo eso quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en Sicología y profesor titular de la UCV
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.