La noche de la pataleta, por Teodoro Petkoff
La noche de las pa(n)taletas revela qué tremenda equivocación fue la de suprimir en la Constitución la condición no deliberante y obediente de la Fuerza Armada y abrir así la compuerta para que la institución castrense se transforme en escenario y actor del debate político. Si se admite, como se ha hecho, la posibilidad de que los oficiales deliberen sobre los asuntos políticos y tomen partido en ellos, el resultado es este que estamos viendo: una institución donde los resortes internos de obediencia y subordinación están seriamente lesionados y en la cual se hace circular la idea de que de ella, de la FA, podría partir una acción para derrocar un gobierno democráticamente electo. La Constitución del 99, con su sesgo militarista, colocó a la FA por encima de la sociedad y del Estado, consagrando una suerte de fuero militar, y este es el resultado: el ministro de la Defensa, actuando conforme a esa idea madre, pretendiendo hacer de la justicia militar el instrumento para mantener y proteger esa condición de «excepcionalidad» de la FA, sometiendo a juicio militar a un civil.
Sin embargo, la misma Constitución, contradictoria como es, garantiza a los ciudadanos el juicio por sus jueces naturales y el derecho a expresar libremente sus ideas, sin censura de ninguna clase. Alrededor de estos dos polos se alinean hoy dos concepciones del gobierno: una, que con el Fiscal y el Defensor del Pueblo, con el respaldo del canciller (no necesariamente acordados sino coincidentes), reivindica la visión moderna del Estado de Derecho y rechaza el fuero militar; otra, encabezada por el ministro de la Defensa, que intenta hacer valer el sesgo militarista de la Constitución. Hasta ahora, a pesar de que no está preso, el doctor Aure permanece sometido a la jurisdicción militar. De modo que la Fiscalía está ante el reto de hacer cumplir la Constitución y restablecer la legalidad en los actos del gobierno. Más allá del bufo episodio de las pantaletas, está vivo un drama en el cual se juega parte del destino inmediato del país. A todas estas, el habitualmente locuaz Presidente guarda un silencio sorprendente, por decir lo menos. Tal vez está preparando una opinión para su programa dominical.
Queda otro cabo suelto al cual también deberán la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo prestar atención: la violación de la privacidad de las comunicaciones realizada por el general Hurtado Soucre, cuando leyó las cartas electrónicas cruzadas entre Aure y otras personas. Si este abuso queda sin castigo, se habrá consagrado el «derecho» del gobierno a pinchar teléfonos, abrir cartas, interceptar internet, grabar conversaciones privadas. De modo que lo que está sobre el tapete es algo que va bastante más allá del show de las pantaletas. No hay que agarrar el rábano por las hojas. Tras el ridículo que hizo el ministro se esconde una concepción no democrática. Como también es antidemocrática la concepción que subyace en el envío de las pantaletas (machismo aparte). La insinuación es obvia: no sean cobardes, álcense y tumben al gobierno. No es inoportuno recordar que lo de las pantaleticas fue utilizado por la derecha chilena con los militares. No es que eso haya provocado el golpe pinochetista, pero comer casquillos es humano. Llorar después, también.
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