La nueva ciudad, por Rafael A. Sanabria Martínez
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La creación de ciudades es un proceso humano complejo e importante. El origen de las más antiguas se pierde en la historia, mezclándose con fábulas y mitologías. En nuestra América de ascendencia hispana se dio dentro de un proceso de conquista armada y religiosa, en los albores del Renacimiento, con claros fines de dominio y control. Diferente en la «conquista del oeste» norteamericano donde hubo la singular situación de formación de ciudades en los sitios de abastecimiento de los trenes de costa a costa, epicentros de importantes conglomerados humanos.
En el siglo pasado hubo en Venezuela el caso de la (re)fundación de Santo Tomé de Guayana, contando con la asesoría de altos niveles universitarios de Estados Unidos (que como todo lo humano, no es infalible). Fundar una ciudad y que sea viable y próspera no es solo el fruto de un decreto u ordenanza, menos aun de un eslogan publicitario.
La población del municipio Revenga del estado Aragua oye el lema de «La nueva ciudad» que causa diferentes reacciones: el considerarlo una simple frase bonita sin consecuencias reales y en otros (en los que me incluyo) la creencia de que ésta puede ser una oportunidad de crecimiento, considerar que más que solo una frase es una herramienta para trazar un norte, para sumar, para resolver problemas. Qué no es un simple eslogan sino un leitmotiv para alcanzar metas de progreso.
¿Y qué es una ciudad? ¿Qué características debe reunir una población para ser ciudad? Debe tener cierto tamaño, se estima que más de 10.000 habitantes, relativamente concentrados, con ciertas características internas que, desde la antigua Roma, se consideran indispensables: servicios de agua potable, disposición de aguas servidas y desechos sólidos, medios de comunicación y transporte, internos y externos, adecuados, acceso de la población a facilidades educativas, culturales, deportivas y de negocios.
Actualmente son los mismos renglones, pero la existencia de automóviles, energía eléctrica y teléfonos cambian radicalmente las funciones …pero son los mismos. Y su sola existencia ya no es suficiente, la sociedad actual exige que lo sea con eficiencia.
La lista de lo que carecemos sobrepasa la de lo que tenemos, que debe ser la lista de la meta a alcanzar, positivamente visto. Tenemos un buen sistema de recolección de desechos sólidos, aun más encomiable si vemos los recursos disponibles. Con el servicio de electricidad tenemos problemas, pero si vemos otras regiones del país, guardamos un silencio de conformidad. Respecto al agua no olvidamos que somos los únicos entre Las Tejerías y Valencia con suministro propio e independiente, lo cual nos da relativa independencia y una responsabilidad asumida, pero irónicamente no tenemos una oficina local de pago.
Con la salud: seguimos sin maternidad, hay que parir afuera. Tenemos dispensarios dispensables. Hace poco teníamos especialistas en diversas áreas, rayos x, eco, electrocardiogramas, endoscopias, laboratorio, medicinas, odontología, hospitalización. Se sigue teniendo, pero disminuidos de manera tajante, algunas veces faltando una linterna para ver la garganta. El camposanto está prácticamente colapsado, desde hace décadas, situación solo sirve para hacer promesas electorales.
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No tenemos acceso propio a la autopista. No tenemos una agencia bancaria, ni siquiera una taquilla, ni aun un cajero automático. Para obtener dinero en efectivo hay que ir a La Victoria o Las Tejerías o, peor, acudir a un comerciante que nos lo vende con una bribonada del 40%. No tenemos ni una tienda para comprar una camisa, aparte de los comerciantes emprendedores que lo hacen de manera cuasi informal. No hay ni una bomba de gasolina (estación de servicio).
No tenemos teléfonos en el municipio (con excepciones escasas), increíble en pleno 2022. Hace más de cien años había teléfono privado entre haciendas de El Conde. Hubo servicio normal desde los años 50, con su oficina. ¿Será que retrocedemos? ¿O que se nos olvidó donde es pa’lante?
En lo cultural son solo brillantes recuerdos. Había teatro, presentaciones de corales que siguen siendo referencia nacional, preocupación por la literatura y un concurso firme. Promoción de artes plásticas. Una vorágine de cultura y ahora desfiles de muchachitas aprendiendo el dudoso arte de exhibirse.
Hace 30 años y más, visitantes de la capital se asombraban que no había «toque de queda» y caminaban por todo el poblado a cualquier hora con absoluta serenidad. Eso se perdió y lo hemos estado recuperando.
La Nueva Ciudad, nuestra nueva ciudad debe ser el norte. Qué ese eslogan sea la estrella que nos guíe, no hay otra forma positiva de mirarla. Ya tenemos la lista, quizá incompleta, de metas a cumplir. Aboquémonos a alcanzarlas.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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