La nueva Conferry: El Metro que navega en el mar
Sillas rotas, calor agobiante, música estridente y hasta pedigüeños aderezan la travesía de más de tres horas entre Guanta y Punta de Piedras a bordo de los buques de la ahora empresa estatal
Nueva Esparta sigue siendo la perla del Caribe. Quien tiene la suerte de visitarla se deslumbra por sus bellezas naturales, con sus playas como protagonistas; se deleita con sus pintorescos pueblos que aún mantienen vivas sus tradiciones y, sobre todo, disfruta de la atención y amabilidad de los margariteños quienes, a pesar de la grave crisis por la que atraviesa el país, mantienen su jovialidad.
Pero como en Venezuela nada puede ser perfecto, viajar en carro desde tierra firme rumbo a la isla de Margarita contratando los servicios de la Nueva Conferry –empresa expropiada por orden de Hugo Chávez en septiembre de 2011– puede resultar una de las experiencias más traumáticas en la vida de cualquier venezolano que haya viajado en otras ocasiones a este atesorado destino turístico.
Si se quiere buscar algún punto de comparación al declive que se palpa en este servicio de transporte marítimo lo primero que viene a la mente es el Metro de Caracas, con la salvedad que la profundidad del colapso de subterráneo, otrora gran solución para Caracas se vive en tierra firme.
Tenga en cuenta, apreciado lector, que la siguiente crónica es solo una percepción muy personal de lo que viví el viernes 27/09/2019 (ida) y el lunes 30/09/2019 (regreso) en mi más reciente viaje a Margarita. Por ello, dejo a su buen juicio la valoración del presente texto.
Toco comienza en Caracas
Si viaja desde Caracas el desastre comienza incluso antes de montarse en su vehículo rumbo a oriente.
Debido a que la Nueva Conferry no permite la compra con antelación de boletos en la web (no tiene siquiera un portal propio), todos los viajeros se ven obligados a ir a la oficina ubicada en Plaza Venezuela; eso sí (y coja dato porque en ninguna página web o número telefónico le van a informar esto; tal vez en la cuenta @lanuevaconferry le den alguna pista) solo de martes a viernes (los lunes no) y antes de las 2:00 pm, porque justo a esa hora cierran por aquello del horario especial que mantienen muchas dependencias públicas producto de la crisis (o sabotaje, si se le pregunta al gobierno) del servicio eléctrico por la que atraviesa el país.
Otra limitante es la fecha: solo se pueden adquirir los pasajes en la semana que se tiene previsto viajar. Es decir, si tiene una reservación en un hotel en Margarita, digamos, para un viernes, debe ir el martes anterior (no el lunes, recuerde, ese día no venden boletos y no pregunte por qué) a adquirir su ticket.
No tendrá problemas en comprar ese mismo día su boleto de regreso si solo tiene previsto pasar el fin de semana y volver a la realidad el lunes siguiente; pero si tiene la «fortuna» de haber programado un itinerario, por ejemplo, de una semana, el retorno lo tendrá que adquirir en la oficina de Porlamar. Y prepárese, porque deberá pasar entre tres y cinco horas si quiere asegurar su retorno.
La cola es esa
Ya en el carro -feliz con sus pasajes- vía a oriente y tras un trayecto que puede variar entre cuatro y cinco horas (en el que sorprende ver como todos los locales de ventas de artesanía y comida en la vía están dolarizados y abiertos al «trueque», pero esa es otra historia) se llega por fin al puerto de Guanta, Anzoátegui, donde está ubicado el terminal del ferry.
Allí, un señor sin ningún tipo de credencial mas que un chaleto rojo fluorecente, dice al ver la cara de incertidumbre de los choferes: «la cola es esa», señalando la vía que sale del puerto; sí, el carro queda de frente y en sentido contrario a la vía que sale del puerto.
Ante la desinformación, los pasajeros del vehículo se bajan para averiguar si se tiene que confirmar el boleto (sí, se debe hacer), o pagar una tasa de salida por el vehículo (también es un requisito pero como el punto no funcionaba no me lo cobraron).
Tras media hora de retraso comienza el abordaje. En el vehículo solo el chofer, el resto de los pasajeros a pie.
Cero mantenimiento
Al ingresar a la cubierta lo primero que se percibe es un fuerte olor a humedad. «Vayan hacia la punta del barco», le había dicho antes a mi familia que, a pie, entró primero que yo frente al volante del vehículo. Ya presentía que en la proa el ambiente sería más fresco por aquello de que el sol no colaría sus rayos en esa área debido a que en la tarde está en el oeste (hacia la popa).
Bendecidos y afortunados conseguimos puestos para todos ¡y juntos! Claro, sobre sillas con tapicería descosida, mesas «bailantes» y un piso enmohecido.
Muchos pasajeros, muy desafortunados, tanto de ida como de regreso tuvieron que conformarse con tirarse en el piso o en jardineras con grama artificial que se encuentran en varias áreas de la embarcación.
Al menos una hora duró el ingreso de pasajeros y vehículos al buque. Durante este tiempo las «ferrymozas» radiaron varios mensajes ininteligibles que generaron incertidumbre entre los pasajeros.
Uno de estos, que sí se escuchó claramente, ocurrió en el viaje de regreso a Guanta y dejó a muchos de los presentes boquiabiertos: «A los señores visitantes se les informa que ya vamos a zarpar por lo que se les exhorta desalojar el buque». ¿Quién hace visita en un ferry? nos preguntamos asombrados.
El zarpe de ida, que estaba previsto para la 2:00 pm, se produjo cerca de las 3:00 pm. Igual ocurrió en el regreso (programado para las 7:45 am pero ejecutado cerca de las 9:00 am), donde la cola de vehículos y camiones parecía que nunca iba a terminar.
Ya en el mar, durante buena parte del trayecto de tres horas y media los pasajeros se ven obligados a soportar una mezcla de «éxitos» de salsa a través del sonido interno del buque, lo que hace prácticamente imposible descansar.
Los baños (al menos los de caballeros a los que entré) están invadidos de chiripas, no tienen papel y les retiraron varias láminas de los techos, por lo que el pasajero puede «admirar» el sistema de ventilación.
El aire acondicionado -que en la era del ferry-express obligaba a los pasajeros a llevar suéteres y hasta cobijas- está reducido a su mínima expresión.
Solo en la proa (parte delantera) se mantiene una temperatura relativamente agradable. Aquellos que se ven obligados a viajar en la popa son sometidos a un calor agobiante, que además es aderezado por el ruido de las máquinas del buque y el sol vespertino (o matutino durante el regreso) que se cuela por el techo con láminas acrílicas.
Y tal como ocurre en el Metro de Caracas (aunque usted no lo crea) cuando menos se lo espera aparece algún que otro pedigüeño solicitando «una colaboración».
El desembarco
Otra cosa que debe tener en cuenta si decide viajar con la Nueva Conferry es que a las cuatro horas y media (promedio) de recorrido en vehículo desde Caracas, las tres horas y 30 minutos de travesía en mar, hay que sumarle al menos una hora más para desembarcar del buque en el puerto de Punta de Piedras (Margarita); cosa que no ocurre en el retorno a Guanta que transcurre con mucha mayor celeridad.
Cuando los cerca de 995 pasajeros y 250 vehículos (capacidad del ferry Virgen del Valle, según los datos oficiales) comienzan a salir del buque, no se imaginan que la pesadilla aún no termina; en especial quienes van en su carro.
Por razones que nunca pude entender ni dilucidar (la vista dentro de la zona de los vehículos en el ferry es muy reducida) la vía que permite a los carros salir del muelle para empalmar con la avenida Juan Bautista Arismendi colapsa totalmente. Tal vez dos alcabalas, una frente a las oficinas de la Nueva Conferry en el puerto y la otra a menos de 200 metros del comienzo de la vía hacia Porlamar, sea la explicación.
Hasta aquí esta crónica viajera, espero que sea de utilidad y que le permita tomar la mejor decisión al momento de decidir que medio de transporte usará para trasladarse en su próximo viaje a la perla del Caribe.