La patria y sus niños, por Simón Boccanegra
Si en algo hubiera querido uno que Hugo Chávez no fracasara es en lo de los niños de la calle. El presidente, la misma noche de su gran triunfo electoral, en 1998, muy acertadamente, hizo de los «niños de la patria», como los llamó desde entonces, el objetivo insignia de la revolución. «Me quito el nombre si en tres meses no he resuelto este problema». «Me prohíbo que existan». Sus frases se oían dolidas y sinceras. Apuntaban, además, al corazón mismo del desquiciamiento social venezolano. Dos años después, por allí andan, más que antes. Esta «revolución» palabrera, de opereta y oropel, ya ni habla de ellos. A la hora de hacer las cosas, no supo cómo. Planes fantasiosos, como los del Helicoide y Los Caracas, se hundieron en el pantano de su propia desmesura insensata. Sin embargo, aún es tiempo de actuar. Hay que hacerlo ahora. No es necesario remitir las soluciones al largo plazo, a la erradicación de la pobreza, para hacer frente a este drama que nos acusa todos los días a través de esos ojos de niño, cargados ya de desconfianza, de rencor, de resentimiento.