La paz de los sepulcros, por Fernando Rodríguez
En las dictaduras sin duda hay paz, y la paz es siempre buena. Significa que hay seguridad ante el delito y, sobre todo, frente al bochinche y la eventual violencia política. Recuerdo que cuando yo era joven oí a más de un viejo, un tío verbigracia, evocar la dictadura de mi general Pérez Jiménez en que casi no había hampones y absoluta tranquilidad política, no este relajo y violencia entre los partidos políticos en busca del poder para terminar robando la plata de todos.
Además había prosperidad como evidenciaban las grandes obras de mi general: la Universidad Central, la autopista Caracas-La Guaira, el Teleférico con su majestuoso Humboldt, Los Próceres… y los empresarios que no cesaban de hacer crecer las urbanizaciones del Este con magníficos edificios y quintas. Al país venían oleadas de emigrantes europeos, capaces incluso de mejorar nuestra raza.
Si usted no se metía en política, abominable oficio, gozaría de paz y si no la tenía se le ofrecía una posibilidad de bienaventuranza económica.
Maduro se ufana a menudo de que los venezolanos gozamos de paz, por él conseguida, aprovéchenla damas y caballeros. Y no deja de ser verdad, los choros se han reducido, eso lo dice hasta el Observatorio de Roberto Briceño León, inobjetable académicamente. Y ya en las encuestas aparece la seguridad en un puesto muy secundario entre las urgencia de los venezolanos. Y los políticos terminaron por callarse la boca, casi desparecieron.
Y usted puede gozar de paz, paz en revolución cosa extraña, en que cada uno deberíamos ser un agente de esa revolución, un agitador, pueblo incendiario, poseído del hiperquinetismo de Chávez, un militante, un agitador, un constructor del hombre nuevo.
El problema está en que esta paz se quiere instalar sobre la miseria y no sobre la relativa bonanza de que gozó Tarugo, que por lo demás le importaba un comino los grandes problemas nacionales, la salud y la educación, y optó por lo suntuario caraqueño, todavía ciudad embrionaria y sobre todo sin cerros poblados de pobres. La pobreza estaba escondida en cantidades de analfabetos y malnutridos, campesinos sin tierra, obreros sin sindicatos y Caracas podía aspirar a ser bella, cuna del Libertador.
En cambio hoy sabemos que las cifras de hambre y pobreza, de falta de servicios, de educación, de trabajo son de las peores del continente, del mundo. Y el Tarugo de turno sabe que eso va a explotar alguna vez. No es extraño que se reprima hasta la marchita de vecinos de Rio Chico que tienen tres semanas sin luz. Y que se haya impedido manifestar en Caracas, como en aquel 2017 en que se asesinó a más de un centenar de jóvenes por tratar de hacerlo y ahora se ha legislado ese impedimento, espantosa medida antidemocracia, anti todo. Y los partidos políticos que seguramente se han equivocado demasiado de camino fueron degollados, inhabilitados, trampeados electoralmente, casi asesinados.
Las masacres continuas de las fieras de la FAES y las de ahora con nombre cambiado, solo su nombre, se portan como verdaderos asesinos en serie, que arrasan a todo vecino del barrio sin más prueba que su pobreza. Le dieron las cárceles a los pranes que hicieron de ellas imperios del mal. Nos incorporamos, con increíble solicitud al narcotráfico global. Por allí hay bandas armadas de varios orígenes geográficos. Y esto lo dice la ONU, el planeta. Y la cabeza de Maduro tiene precio. La corrupción será cuando se sepa en todo su esplendor será proporcionalmente de las mayores, sino la mayor, del planeta tierra.
En fin que estas dictaduras “populistas”, que pretenden lavarse, pueden resultar tanto más “pacíficas” que las de los generales sin Dios ni Ley, ni disfraz revolucionario. Pero hay paz.
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Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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