La política como entretenimiento, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
“Statesmanship is more than entertaining peasants”
On the balcony of the Casa Rosada, Evita (acto II)
Tim Rice y Andrew Lloyd Weber (1978)
El hospital amaneció igualito el lunes 22 de noviembre. Como en el Wald Sanatorium de Davos-Platz, donde transcurriera la trama de La montaña mágica del gran Thomas Mann, el tiempo “kronos” – ese que marcan los calendarios y los relojes– se detuvo un día en las salas del Universitario de Caracas para que en su lugar corriera otro, el tiempo “kairos”; un tiempo distinto, existencial, íntimamente inherente a quien ante la contemplación de un atardecer cualquiera no sabe si la que está por llegar sea su última noche.
Estos pobres enfermos y sus familias llevan semanas aquí, en algunos casos meses. Centrados en la experiencia de la enfermedad que les asola, viven ajenos a lo que acontece más allá de sus particulares dramas. Nada saben de contubernios entre políticos ni de diálogos en Chapultepec. Ni les interesa.
Embebidos sus pulmones de fluidos, cubiertas sus pieles de úlceras y llenas sus sangres de células malignas, enterarse de quién ganó la alcaldía de El Sombrero o la diputación regional por Barbacoas les tiene sin cuidado. El tiempo para ellos hace mucho que es otro.
No era precisamente el reloj del venezolano sufriente el que el pasado domingo lucieron en sus muñecas los más de 70 mil candidatos que a razón de 23 por cada uno compitieron por los algo más de 3 mil cargos de elección popular en disputa. De allí que fuera el silencio el que por esta otra Venezuela –la de los enfermos, los empobrecidos hasta la miseria más feroz, los dejados atrás por la diáspora– hablara.
Los ganadores de uno y otro bando tendrían que tomar debida nota de ello. Que tome nota el dirigente chavista, cuyo electorado ya hace mucho que dejó de atender a la lisonja de la “ayuda” y hasta a la amenaza del jefe de calle. La “diana de Chávez” con la que los movilizadores psuvistas solían llamar a votar cada domingo de elecciones calló para siempre.
Bolsas con alimentos, bonos de última hora y promesas de un mañana mejor que nunca llegó ya no surten efecto desde que la revolución se quedó sin ánima. Que tome nota el dirigente opositor también, pues la victoria en apenas tres estados y en algo más de un centenar de las 335 alcaldías en disputa no es tampoco como para lanzar serpentinas.
Lo propio le toca hacer a todo aquel que, izando las banderas de un abstencionismo fácil y sin propuestas para el día siguiente, va hoy por allí atribuyéndose la paternidad de silencio de casi el 60% de los electores venezolanos. No saben lo que dicen.
Lo dejó bien dicho en su día el general Mc Arthur: no hay sustituto para la victoria. Pero tampoco se podía esperar mucho más de lo alcanzado. Las condiciones impuestas por el régimen para la elección, aunque algo mejoradas, pesan. Pero mucho más pesa una dirigencia opositora sin reflexión sobre el país ante el que aspira a presentarse como alternativa.
*LeaDenuncias, propuestas y resultados, por Ángel Monagas
Y no hay reflexión sobre el país porque en sus filas escasean los estadistas y sobreabundan, por el contrario, los lectores de encuestas: patéticos personajes que, armados con las elementales nociones de media, mediana y modo que vagamente recuerdan de algún curso básico de estadística universitaria, van por los caminos de la Venezuela profunda tratando de comprender complejos dramas a los que jamás dedicaron ni una sola hora de estudio. Se entiende entonces que la calidad del candidato opositor promedio haya sido por lo general bastante baja.
Con asistencialismo no se mitiga la pobreza ni con “operativos” se atienden las inmensas necesidades insatisfechas que solo en materia de salud asolan a Venezuela. Sesiones de bailoterapia no pueden erigirse en “política pública” ni vacunaciones de mascotas en programas sanitarios cuando se está ante una ciudadanía hace años dejada a su suerte. No hay comprensión de la profundidad de nuestra tragedia, todo es liviandad, superficialidad, guachafita.
Aquí en ningún partido o alianza opositora en los últimos 20 años se privilegió jamás la preparación del dirigente tanto como sus dotes como activista. Distribuir volantes, “patear” calles y repartir amapuches por doquier era de lejos mejor apreciado que su dedicación al estudio de las cuestiones venezolanas.
Basta con revisar las declaraciones y consignas de no pocos candidatos opositores incluso a alcaldías importantes: dan pena ajena.
Hay que reconocer que en otros tiempos la cosa fue muy distinta. La democracia venezolana contó con grandes personas de Estado. Hasta el gomecismo tuvo sus luces, estadistas de primer nivel. La oposición venezolana de hoy, ¿a quienes ha sentado en sus directorios nacionales? Y no se diga que me estoy refiriendo a los muchos técnicos de gran valía que en distintas experiencias de gobierno local o regional sirvieron o asesoraron de modo más o menos directo a sus gestiones porque, ¿cuántos de ellos alcanzaron a posiciones de mando en los partidos integrados o no en sus alianzas? Muy pocos.
Tan altas palestras se solían reservar para los “chivos” del partido, los “gallos” de cada estado y los “caballos” de cada municipio (en la política venezolana siempre gustaron las metáforas zoológicas). En tales manos pusimos la espléndida victoria electoral de las parlamentarias de 2015, progresivamente dilapidada por gentes carentes de formación y en no pocos casos hasta de fuste personal.
Excepciones aparte – cómo no referirme aquí a quienes aun con la credencial de parlamentario en la mano fueron encarcelados, exiliados y encausados penalmente sin consideración alguna por la inmunidad que constitucionalmente les protegía – es absolutamente necesario recordar hoy que tragedias como la de los llamados “alacranes” y, más recientemente, la de los “guisos” en las empresas venezolanas en el exterior fueron protagonizadas por personajes vinculados a toda esa zoología política surgida del propio seno de una AN en la que Venezuela cifró todas sus esperanzas en el ya lejano diciembre de 2015.
Tres estados y 117 alcaldías fueron el saldo de la desigual lucha electoral del 21N a cuyo llamado no atendió una importante proporción de venezolanos azotados por problemas reales y cuyos tiempos son muy distintos a los de los sonrientes personajes fotografiados en vallas y afiches –algunos de ofensiva y muy sospechosa profusión- que colgaron en cuanto poste encontraron en las calles de ciudades y pueblos de Venezuela.
Que se ejerza ahora gobierno en esos espacios de manera consistente y seria es lo menos que merece el país desesperanzado que a mi encuentro sale cada mañana en estas salas. Como se lo espetaron a Eva Perón tras su recordado “show” desde el balcón de la Casa Rosada – el mismo que Tim Rice y Andrew Lloyd Weber inmortalizaran con su “Don´t cry for me, Argentina”- en Venezuela gobernar también tiene que ser más que entretener a la gente.
Para “pescueceos”, oratorias destempladas, escenas con ancianos, esposas y bebés, “desinfecciones” de edificios y reparticiones de mascarillas ya no está nadie, ni en este pobre hospital mío, ni en este estado, ni en este país. Ya es suficiente con tanto sablista metido a dirigente, con tanto aventurero con curul y con tanto político de segunda división queriendo lucirse en Premier League.
Venezuela y su alternativa democrática claman por personas de Estado que la comprendan, la asuman y la conduzcan con honradez y sentido de historia. No queremos más entretenedores.
A última hora, para más “inri”, a los entretenidos “chivos”, “gallos” y caballos” de siempre se les suma otro personaje igualmente perverso: el patán. Primero apareció uno en Petare y seguidamente otro en el bucólico Hatillo. Su distribución es gaussiana: cada bando tiene el suyo propio.
Así de trágica es nuestra hora.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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